[2.2] Capítulo 21

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... E IL PEGGIO DOVEVA ANCORA VENIRE
(... Y lo peor estaba por venir)

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¿Realmente era él? Lucía... distinto. Era más alto, más grande, más... Fueron sus ojos grises, su mirada, lo que la convenció de que estaba sucediendo.

Finalmente, él estaba ahí.

—¡Angelo! —gimió, sintiendo que el dolor volvía (que los ojos le escocían) y unos deseos infinitos de estar entre sus brazos.

Y él no perdió el tiempo. Apenas ella hizo el intento de incorporarse, él la ayudó, abrazándola al mismo tiempo.

—Dios... —siguió la muchacha, en apenas un sonido audible.

—Mi amor —él la apretó con fuerza... lleno de pena.

.

Sin soltarla ni un segundo, Angelo Petrelli había escuchado con atención cada palabra entrecortada por el llanto, de Anneliese... En momentos se había sentido horrorizado, en otros, colérico... pero, siempre, en todo momento, el dolor había prevalecido, siendo el único constante en aquella terrible situación.

Anneliese había tenido un hijo y él había sido el padre de un niño que había nacido... y muerto, sin que él se diera cuenta de nada.

Angelo había pasado de la más grande cólera... al más profundo dolor: ella había sufrido tanto y había tenido tanto miedo.

Ella había pasado por tanto.

Había vivido un embarazo —¡sola!, sintiendo a su hijo crecer dentro de ella, sin que él estuviese ahí, para reconfortarla, para ayudarla a sobrellevarlo—, y había parido... Y había tenido que soportar la muerte de su hijo... y lo había enterrado con sus propias manos.

Su hermana había soportado más de lo que él la creyó jamás que ella podría y...

—Has sido tan fuerte —se escuchó decir. No había ninguna clase de orgullo en su voz (claro que no). No era un halago.

Eso no estaba bien. Que ella hubiese pasado por todo eso, y aunque había sobrevivido, no estaba bien porque... eso no era lo que debía ocurrir; ella lo tenía a él para cuidarla, para hablar y pelear por ella, para dar la cara por ella, para... nada. Él no había servido de nada en los momentos en que más lo había necesitado.

Su hermana había pasado por una de las peores cosas que podía sufrir un ser humano, ¡y él no había hecho nada para evitarlo! La había dejado confiando en la palabra de otro hombre —en que la cuidaría— y, pensándolo en ese momento —dentro de todo el horror que lo envolvía por dentro y por fuera— se sintió profundamente estúpido y furioso.

Él la había dejado.

Dejó a su hermanita e hicieron con ella —y con su bebé, con el bebé de ambos— lo que les había dado la puta gana y... ¿dónde estaba él? ¡¿Dónde estaba el cobarde desgraciado que tuvo miedo de su padre y, por su propio pie, se alejó de ella luego de embarazarla?! Él no sabía que ella estaba embarazada, claro que no —de haberlo sabido, sólo muerto lo hubiese pedido arrancar de ella—..., pero él la había embarazado y luego la había dejado sola con ese hombre al que él mismo tenía miedo y... ¡Maldición! ¿Qué es lo que Raffaele iba a hacerle?, se preguntó, lleno de rabia. ¿Zarandearlo? ¿Golpearlo? ¿No lo había enseñado, desde que tenía seis años, a enfrentarse a hombres más grandes que él?

...No, no había sido eso: no había tenido miedo por él: había temido por ella, por lo que su padre pudiera llegar a hacerle, si él no cedía y... la había dejado y ella había tenido que ver morir a su hijo.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora