—¿Por qué sabes donde vive Johnvid?

—He pasado muchas veces por aquí —contesta.

—Esa es una respuesta que te acusa —digo seriamente.

—¿Y de qué? —Achica los ojos.

—De que eres el psicópata que me acosa, digo, que hayas pasado por aquí no te dice que Johnvid vive exactamente en esta casa.

—¿Entonces según tú, soy tu psicópata? —Arquea la ceja—. Ya te adueñaste de mí, me gusta eso —me cruzo de brazos y él sonríe—. Tal vez lo soy.

—¿Entonces lo admites? —inquiero—. ¿Por qué estás acosándome?

—Dije tal vez —recalca—. Son muchas preguntas, Nathalia. Saca de tu mente que quiero dañarte, porque no es eso lo que busco —su semblante se torna serio.

Siento que estoy metiéndome en cosas que no son mi asunto, pero algo me dice que Johnvid y él se conocen, sino, ¿por qué Vid le lanzaría miradas amenazantes? ¿Por qué se molesta con su presencia? ¿Por qué sabe dónde vive? No importa si no me dice que es lo que está sucediendo o quien es, porque de todas maneras lo descubriré.

—Hablas muy bien griego, ¿vienes de Grecia? —interrogo para cambiar el tema y recordando las palabras que me ha dicho.

—Eres demasiado preguntona.

—A veces.

—Sé muchos idiomas, eso es todo —dice tranquilo—. Tú me hablaste en griego y yo te respondí. Por cierto, es pésima tu pronunciación, si quieres clases solo avísame, puedes pagar de una forma no monetaria.

Trago saliva al escuchar su ofrecimiento. Se baja de la moto y baja el caballete para que esta se mantenga en su posición sin caerse. Se apoya en ella, mirando hacia mí con los brazos cruzados.

—¿Qué otros idiomas sabes? —pregunto.

—inglés, alemán, latín, todos los que te puedas imaginar —me guiña un ojo.

¡Santísimo señor, ¿quién es este hombre?!

Yo solo he hecho el ridículo al haber dicho aquella palabra en mi fallido griego y en mi patético intento de quedar como alguien interesante.

—¿Y qué fue lo que me dijiste cuando maldije?

Agacha la mirada y sonríe, luego vuelve a levantarla y ladea ligeramente la cabeza, observándome con su característica sonrisa. Sus ojos parecen sonreírme también, de manera curiosa.

—¿Realmente quieres saberlo? —asiento sin ninguna duda—. ¿Segura?

—¿Es que me dijiste algo sucio acaso? —siento que la cara me arde.

Suelta una carcajada.

—Como te gustaría —pronuncian sus labios—, pero no es nada de eso.

—¿Entonces? —insisto.

—Si te lo digo vas a enojarte.

—No lo haré, lo prometo.

—Te dije que no era la pronunciación correcta.

Ahora sí puedo jurar que mi rostro esta del color de un tomate, siento que toda la cara me arde como si estuviera en llamas, extendiendo ese calor, incluso hacia mis manos. Realmente no debí preguntar. Me siento demasiado avergonzada.

Me observa en silencio unos instantes y yo hago lo mismo.

—Bueno, hice el ridículo como siempre —hablo soltando una risita—... Tengo que hacer tareas —miento para romper el hielo y la incómoda situación—. Otra vez, gracias por traerme.

Daron, un ángel para Nathalia © [Libro 1]✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora