[2.2] Capítulo 19

Magsimula sa umpisa
                                    

Nicolas la abrazó con fuerza y no le dijo una sola palabra, no había intentado frenar su llanto, no había cometido el estúpido e inhumano crimen de intentar consolarla diciéndole que la muerte de su bebé tenía una razón universal y profunda, o que él ahora estaba en un mejor lugar —semejante estupidez: el mejor lugar para un bebé, eran los brazos de su madre—. Él la dejó llorar cuanto quiso, escuchando atentamente cada uno de sus sollozos, hasta que, poco a poco, ella perdió la conciencia.

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Matteo había hecho ir a su madre, de Alemania a Francia, sin decirle apenas nada; le dijo que el hijo de Annie había nacido..., pero no que había muerto.

Cuando se lo dijo, en la habitación del hotel donde estaba quedándose —a la que había llegado Ettore también, para acompañar a su destrozado primo—, Hanna Weiβ sintió el impulso de correr al convento, junto a su hija..., pero sabía que ellas no la dejarían entrar —no lo habían hecho meses atrás, cuando ella fue allá, implorante, pero ni siquiera la habían recibido; había salido sólo la anciana que hacía de directora del lugar, y le había escupido, temblorosa y con una mirada llena de cólera "Lárguese". Tampoco habían dejado a Irene Ahmed mirarla; lo sabía por Gabriella. Las monjas le habían hecho (a ella sí la habían recibido) que podría ser más difícil para...Sarah—.

Tenía que buscar a Raffaele para poder ver a Annie..., para poder verlo también a él; no podía imaginarse siquiera cuán desgarrado estaría.

Matt la llevó al departamento de su padre, pero se marchó antes de que ella llamara al timbre.

Con el primer sonido, Hanna sólo tenía mente para Annie. Con el segundo... para Angelo; él no sabía nada. A pesar de que ella había estado viviendo en la misma ciudad que él, no lo había visitado ni una sola vez, pues no sabía cómo contarle que Annie estaba esperando un bebé..., y que ella no había podido cuidarla, que había dejado que se la llevaran. Ahora, ¿cómo le decía no sólo que Annie había estado embarazada y que había parido sola..., sino que su hijo había muerto? Con el tercer timbre, con el paso de los minutos... ya sólo pensaba en Raffaele. Más muerte en su vida... más penas, más culpas.

Cuando Raffaele Petrelli finalmente abrió la puerta... Hanna sintió que había vuelto en el tiempo. Vio nuevamente al Raffaele de alma rota, al hombre flaco y lastimoso..., vio nuevamente el deseo de morir, en su mirada y... esta vez no se quedó quieta, como había hecho tantas veces, diecisiete años atrás, no se quedó mirándolo a distancia o desvió la mirada, esta vez, sin siquiera pensarlo, alargó los brazos y lo envolvió con ellos.

Raffaele aceptó el abrazo y ocultó la cara en el cuello femenino.

—Dios mío, Hanna —gimió—... está muerto. Su bebé está muerto.

—Lo sé —a ella le tembló la voz.

—Lo único que quería era que ella no se fuera.

—Ya lo sé.

—Que no se me fuera... ¡Tenía miedo de no volver a verla! (Hanna, te juro que sentía no conocerla. ¡Ni a Angelo, ni a ella! Hacían cosas que yo no creía, ¡tenían documentos falsos! Temía dejarla salir del convento y que huyera, Hanna)... Pero lo maté.

—¡No! —se horrorizó ella, y se despegó de él lo suficiente para verlo a los ojos—. ¡Tú no hiciste esto!

Raffaele torció un gesto y se le cayeron las lágrimas.

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Cuando Anneliese abrió los ojos, al principio no recordó nada. Por un precioso y breve segundo, todo estuvo bien..., pero el techo blanco, de la enfermería... y el vacío en su vientre, la obligaron a volver a la realidad.

Ambrosía ©Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon