Capítulo 14

33.6K 3.2K 492
                                    

NATHALIA

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

NATHALIA

Camino rumbo a la parada de autobuses, me toca regresar sola a la casa. Doy pasos sin prisa por la acera transitada, en mi cabeza se plantan mil dudas y entre ellas está mi padre; ¿por qué no pasar a visitarlo ahora que me encuentro por aquí? Podría abrazarlo y disculparme, o simplemente abrazarlo. Cruzo la calle no sin antes mirar que no venga ningún vehículo, para después tomar la dirección que me lleva al que ha sido mi hogar por muchos años. La casa no queda tan lejos de la universidad.

Me emociona la idea de volver a ver a mi padre por más que mi orgullo patético me grite una y mil veces que ha sido un idiota conmigo, nunca he podido ser capaz de odiarlo ni siquiera un poco y no puedo usar esa palabra para expresarme de él. Cuando me enojo con su persona se me escapa, pero es solo por el momento. La rabia en ese instante me hace actuar y decir cosas que realmente no siento.

Los padres amorosos como lo es el mío, que siempre están sin importar la situación o circunstancia y siempre están apoyando cada decisión que saben que es buena para sus hijos; no merecen ser tratados con tal sentimiento y aunque antes no solía reconocer esas cosas, tengo que decir que mi padre siempre ha sido todo eso. Pero mi orgullo e inmadurez me ciegan la mayor parte del tiempo. Toman posesión de mí y entonces me sale lo ruin. Papá siempre ha sido mi madre, mi padre, mi hermano, absolutamente todo y le estoy agradecida por ello.

¿Qué es lo primero que le diré cuando abra la puerta? Una disculpa quizá sea suficiente, pero yo quiero abrazarlo fuerte.

Mis pensamientos se ven interrumpidos por esa extraña sensación de la que me había olvidado por unas horas y otra vez está haciendo acto de presencia. Levanto la mirada de la acera por donde me encuentro transitando, para observar a mi alrededor con recelo, pero solo veo un montón de personas caminando acompañados de amigos, parejas, niños, perros, adolescentes fumando y personas apuradas caminando hacia sus trabajos o hablando por teléfono. Ninguno está observándome de manera extraña, sin embargo, sigo sintiéndome como tal.

Esto ya me está enloqueciendo. ¿Es solo un truco de mi mente? ¿Quizás me siento sola y necesito creer que alguien está conmigo? No, claro que no, yo no soy esa clase de persona, a mí me gusta mi soledad y estas cosas nunca llegaron a pasarme antes. No entiendo por qué hasta ahora lo estoy viviendo.

Apuro mis pasos y a unos cuantos metros diviso la pequeña casa rodeada de rejas negras, la emoción crece en mi pecho y la felicidad se refleja en una tenue sonrisa en mi rostro. Se siente fenomenal regresar a casa y aunque sé que no me quedaré, ver que estoy aquí nuevamente me hace inmensamente feliz. Las rejas de la puerta están cerradas, lo que no significa que mi padre no esté en casa, siempre las cierra, aunque esté dentro. Recuerdo que aún conservo mis llaves, busco inmediatamente dentro de mi mochila, porque ahí deben de estar, no recuerdo haberlas sacado desde la última vez que las deje ahí y efectivamente las encuentro.

Me apresuro a abrir la reja.

Ver la casa hace que un montón de recuerdos melancólicos invadan mi memoria, las ganas de llorar también hacen acto de presencia y los ojos lacrimosos desenfocan mi visión en cosa de segundos, pero me aguanto la cursilería de ponerme a llorar por mis recuerdos de niña. Respiro profundo y me abro paso por el estrecho camino que lleva hasta la puerta principal, introduzco la llave para abrir, entonces la puerta se abre.

Daron, un ángel para Nathalia © [Libro 1]✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora