[2.2] Capítulo 17

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SECONDO LIBRO. SECONDA PARTE.
(Segundo Libro. Segunda Parte).

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NIENTE
(Nada)

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Zenzo —lo llamó Raimondo, bajito.

Los niños, de entre cinco y siete años, jugaban en el patio trasero de Uriele Petrelli.

El pelirrojo, arrodillado junto a Angelo, miró a su amigo, atento.

—Tu nariz —le dijo él, tocándose arriba del labio superior con el índice izquierdo.

Lorenzo Petrelli se tocó el lugar que indicaba el otro niño, sólo descubrir que estaba mojado y, como sospechaba, al mirar sus dedos, los encontró empapados de sangre.

Lorena, su hermana gemela, conocedora de las consecuencias que implicaban una hemorragia, inhaló aire de manera audible, aterrada, y se levantó llamando a gritos a su tío Uriele.

—¡Zenzo está sangrando! —corrió al interior de la casa.

El niño, por su parte, se limitó a apretar los labios.

Annie siempre creía que él hacía eso porque no quería que la sangre entrara en su boca, pero... estaba equivocada.

Ya entonces, con sólo seis años encima, Lorenzo comenzaba a sentirse frustrado. Si corría, sangraba; si pasaba mucho rato bajo el sol, sangraba... si se golpeaba, sangraba y, si no sangraba, igual terminaba en el hospital metido en tubos, para que los médicos verificaran que no tenía sangrado interno.

Él siempre estaba en el hospital, mientras que los otros niños podían jugar a lo que les diera la gana, sin preocupaciones.

Conforme pasaron los años, mientras él estaba en su camilla de hospital los fines de semana, siendo visitado por Angelo y Raimondo —quienes dormían con él algunas noches, mirando películas—, una parte de él comprendía lo que sucedía —tan sólo había heredado una enfermedad que había estado fastidiando a la familia por generaciones enteras, pero... estaba bien, estaba vivo—; la otra parte, sin embargo, se sentía más y más impotente, mirando a sus amigos ingresar a equipos deportivos, volverse capitanes cuando no eran tan talentosos, en dicho deporte, como él...

A veces rompía cosas luego de tener una hemorragia. Al principio no lo hacía de manera intencional —tiraba, con el dorso de la mano, el florero de la mesilla, en el hospital, y los vasos de las charolas...—, pero luego de hacerlo se sentía bien. Fue por eso que comenzó a romper más cosas..., y luego a quemarlas también, y lo hacía tanto, que creía ser pirómano.

Lo que él no sabía, simplemente, era que él estaba intentado destruir la realidad... Su realidad. Ésa, en la que él era un muchacho limitado, físicamente enfermo, atado de pies y manos.

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Giovanni Petrelli abrió sus ojos el cuarto sábado de enero, justo antes de que saliera el sol.

Rebecca, su esposa, no se dio cuenta, pues ella dormía a su lado, cogiéndole una mano.

El hombre miró a su alrededor, débil..., y entendió. Tragó saliva e intentó apretar la mano de su mujer.

—Becky —la llamó, tan fuerte como pudo. De su boca sació apenas un murmullo—. Rebecca —insistió él.

A ella le llevó un par de segundos oír su voz y, cuando despertó... pensó que estaba dentro de un sueño.

Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora