Capítulo 12

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NATHALIA

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NATHALIA

Lavo mi rostro y echo un vistazo a mi reflejo en el espejo, un par de ojos tan diferentes en color, me escrutan con sospecha. Escucho a algunas chicas murmurar en los cubículos del baño y me esmero en prestar atención a lo que dicen, no soy chismosa, pero sus palabras me interesan.

—¿Viste a los dos chicos nuevos? —pregunta una de ellas.

—¡Claro que sí! —chilla la otra, en respuesta.

—Son en exceso, demasiados guapos, ¿de dónde serán? Jamás los había visto por aquí.

—Daría mi alma al Diablo, por una noche con cualquiera de los dos —encojo mi nariz en un gesto de asco.

Sus voces agudas y fingidas me llegan a provocar náuseas.

Escucho el grito de Vid a las afueras del baño una vez más y me apresuro en salir. Nos encontramos caminando por los pasillos, quienes caminan por ahí me observan como si nunca en sus vidas me hubieran visto antes y algunos genios se ríen como si yo fuera un payaso; que gente tan patética. Me percato que, por prestarle atención a los estúpidos murmuradores, me he quedado atrás. Corro detrás de Vid para alcanzarlo, mi estado físico es terrible, no puedo correr más de dos metros sin que me dé un sofoco extremo.

—Oye, caminas muy rápido —Me quejo en cuanto lo alcanzo.

—Deberías hacer más ejercicio —sonríe.

—El gimnasio no es lo mío —hago una mueca.

No puedo ser capaz de visualizarme en uno. Verme trabajar mi cuerpo para que esté en las mejores condiciones; simplemente no va conmigo.

—¿Por qué caminas como si tuvieras diarrea? —Se ríe.

—No necesariamente tienes que ir al gimnasio —dice tornando los ojos en blanco—. Segundo, tú eres la que camina como si tuviera baba en los pies.

Ahora soy yo la que revolea los ojos.

—¿Acaso crees que me pondré a hacer ejercicio en casa?

¿Es que no me conoce lo suficiente como para saber que eso no es en lo absoluto algo que yo haría?

Se cubre el rostro con la mano y lo miro con los ojos achicados.

No soy gorda, tampoco demasiado flaca, estoy entre el común y con una muy mala resistencia física.

—Vid, sabes perfectamente que, aunque me pagaras todo el dinero del mundo, jamás haría ejercicio.

Suelta una carcajada llamando la atención de algunos a nuestro alrededor y después se detiene ante la puerta de salida de la universidad, me observa y entonces abre su boca en medio de las risas.

—No hablo de ese tipo de ejercicio, Nathalia, hablo de sexo —explica con obviedad—. Caliente, intenso, duro. De ese que puede durar toda la noche.

Daron, un ángel para Nathalia © [Libro 1]✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora