Capítulo 10

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NATHALIA

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NATHALIA


La semana pasa tan rápido que cuando me doy cuenta, el despertador ha empezado a molestar con su insistente sonido. Me tapo con las sábanas hasta la cabeza, no tengo ganas de levantarme. La idea de tener que volver a la universidad no es algo que me alegra mucho. Tengo que volver a empezar de nuevo, pero eso no es lo peor; lo es el tener que levantarme todas las semanas temprano para poder llegar a la hora.

Johnvid tiene que viajar una hora y treinta y tres minutos exactos en autobús, se levanta a las cinco de la mañana para poder llegar a tiempo y eso es lo que yo más odio; madrugar.

Cuando la molestosa melodía de la alarma cesa, lo tomo para echar un vistazo a la hora, son las cinco y quince minutos; me froto los ojos y luego los abro completamente para despertarme del todo. Miro el techo unos segundos y me levanto de la cama. Lo primero que hago es ordenarla y luego meterme a la ducha.

Después de haberme dado una refrescante ducha con agua media fría para poder despertarme, me visto y trato de peinar mi larga cabellera castaña, pero es inútil. Demasiado largo y demasiado liso, hace que sea imposible peinarme sin encontrar un nudo.

Me dirijo a la cocina a prepararme el desayuno, un par de tostadas con mantequilla y jugo. El reloj de mi celular marca las cinco y cincuenta y de repente veo a Vid correr por la casa con la mochila al hombro, pero luego se detiene al verme sentada comiendo mi desayuno en un plácido y cómodo silencio.

—¿Qué haces, Chienne?

—Pues... Desayuno —respondo con la boca media llena.

—No tenemos tiempo, el primer autobús sale a Borgoña en diez minutos y si no estamos en la parada dentro de cinco, vamos a tener que esperar al autobús de las siete y media y no llegaremos para las primeras clases.

—¿Qué no desayunas? —pregunto con el ceño fruncido.

—¿Crees que con todo lo que te acabo de decir lo hago? —Me encojo de hombros —. ¡Levántate de esa maldita silla! —grita mientras abre la puerta para salir.

Me levanto de la silla a regañadientes, mientras como el último trozo de pan y tomo el último sorbo de jugo; corro a la habitación por mi mochila con la boca llena y cuando vuelvo tomo la tostada con mantequilla que me he preparado y le doy cinco mordidas. Corro para alcanzar a Vid que está parado sobre el marco de la puerta, observando con incredulidad.

—¿Contento? —digo tragándome el pan que yace en mi boca y dándole una mordida más a lo que me queda en la mano.

Me mira con fastidio y me empuja fuera de la casa.

—La parada está a tres calles—habla, mientras cierra la puerta.

Comienza a caminar tan rápido que apenas puedo seguirle los pasos.

Daron, un ángel para Nathalia © [Libro 1]✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora