Annie se sintió confundida; nunca había llegado a descubrir a quién le había pertenecido aquel relicario antes de que fuese suyo, y era peor ahora que veía aquella misma marca en aquella pulserit... Lo entendió de repente al recordarlo manejándose por el claustro como si lo conociera de principio a fin: su relicario había pertenecido a alguna de ésas mujeres ahí encerradas, pero ¿a quién?

Las bofetadas que Adelina le había dado a Raffaele, y luego a éste sujetándola con total confianza, llegaron a su mente y... desechó de inmediato la idea: no sabía cuántos años exactamente tenía Adelina, pero, para cuando Raffaele tenía aproximadamente veinte años, ella debió haber sido una niña pequeña y... ¿a quién le importaba? ¡¿Qué diablos le importaba a ella su padre, Adelina, y cualquier otra persona?!

Abrió el cajoncito de su buró y arrojó ahí la pulserita de bebé, y no conforme, rechazando todo lo que tuviese relación con su padre, se sacó su propia gargantilla, de la cual colgaba la crucecita que Raffaele le había puesto cuando aún era una niña, y la botó al mismo cajón, deseando no volver a verla.

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Tras contarle a Lorena que Anneliese estaba embarazada, Raimondo no logró aliviar su conciencia: a quien tenía que habérselo dicho, era a Angelo..., a quien tenía que decirle que su abuelo, que el único padre que había conocido, se encontraba mal, era a Lorenzo, y aunque sabía por qué la familia estaba guardando silencio al respecto de algunos temas, sabía que su lealtad debía estar primero con ellos y..., se preguntó si, se enteraban que él lo sabía, y les había mentido por omisión, lo perdonarían algún día. Si volverían a confiar en él, algún día.

De Angelo conocía la respuesta: no. ¿Y Lorenzo? Contrario a Angelo —con quien, debido a su regular indiferencia, jamás se sabía qué estaba pensando—, aunque los gestos de Lorenzo pareciesen revelar siempre algo de sus pensamientos..., era peor porque nunca se sabía qué iba a salirle realmente de la boca. Algunas veces creía saberlo, pero realmente no era así... Como aquella vez, cuando hablaban de Rita —ella era tan guapa— y su notorio amor por Angelo, y el pelirrojo lo sorprendió confesándole que, si ella no estuviese tan obsesionada con su primo... la habría invitado a salir.

Y eso sí había sido una sorpresa total porque, él siempre había creído que...

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El vecino de Jessie, quien tenía como catorce o quince años, pasó por la acera a toda velocidad, en su patineta, y las tres primas —con once y doce años—, sentadas en una pequeña mesa en el jardín frontal, giraron sus cabezas hacia él y lo siguieron con la mirada, sin disimulo alguno.

Las tres creían que era un chico atractivo y llevaban como un año observándolo, intentado adivinar cuál era su nombre. A veces jugaban a adivinar cómo se llamaba; algunas veces le ponían nombres ingleses y otras veces árabes; cuando hablaban de él, lo llamaban con el nombre probable por al menos una semana, hasta que les cansaba, y comenzaban de nuevo...

Estaban siempre atentas a cuando pasara él y, sin embargo, les había llevado casi un año darse cuenta de que él sólo miraba a Lorenzo...

—¿Tú cómo crees que se llame? —le preguntó Jessica una tarde, al pelirrojo.

—Leonel —dijo él, seguro.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó su gemela.

—Porque se lo pregunté —Lorenzo sonrió—. La otra tarde hablamos de patinetas.

Lorena y Anneliese se miraron entre ellas; una pensaba en por qué no le habían preguntado antes ellas, y la otra en que jamás se le habría ocurrido ese nombre —ni lo conocía, siquiera—.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now