Fue fácil decirle a mamá que no me sentía bien, ella captó, con ese instinto de madre espectacular, que algo había pasado, problemas amorosos, y me permitió faltar. Ya cuando mi boca estaba demasiado llena como para que mis padres cambiasen mi apodo de "hurón" a "ardilla", papá apareció en compañía de Felix. Ambos parecían estar charlando, lo que me fue de extrema sospecha. Achiqué mis ojos y visualicé a mi posible enemigo. Papá nunca fue amante de los niños o adolescentes, por eso siempre me sentí privilegiada. ¡Pero entonces aparece eso y me aloca la única neurona funcional que tengo por la mañana!

Tragué con fuerza siguiendo cada movimiento que papá hizo hasta sentarse, luego miré a Felix, quien ni siquiera saludó. Sentado frente a mi nariz, masticando pan como si nada le importase y bebiendo café ignorando por completo mi presencia. Desistí de mi batalla interna para clavar mis ojos en su tatuaje. Vestía una camiseta azul desteñida, por lo que su tatuaje misterioso ya podía verse casi completo. era la figura de un cuervo negro sobre un corazón rojo.

Continué comiendo y, entonces, que la peor sugerencia que a alguien pudo proponer sobre la mesa provocó que tragara todo de golpe.

—Floyd podría enseñarle la ciudad a Felix —habló mamá—, en vista de que faltará a clases.

Golpeé la mesa —mentalmente— al escucharlo. Seis ojos fueron puestos sobre mí y luego se sumaron dos más.

No, no, definitiva y rotundamente no, chillé internamente en lo que digería la propuesta. Finalmente, tras cinco segundos eternos, asentí con una sonrisa cínica.

Mi dichosa tarde ya había sido arruinada. Después del almuerzo, Felix y yo nos preparamos para salir a dar un paseo por la ciudad. Resulta que, de estudiante y ayudante en la florería, pasé a guía turística. Los giros que da la vida...

Juro que intenté verle el lado positivo a nuestra salida mientras cada uno nos colocábamos los abrigos, e intenté ser lo más amable posible con Felix, sin embargo, mientras más hablaba, más loca parecía. Hablarle a Felix era como hablar con la pared... o a un poste de luz con patas.

Como buena guía turística fui señalando cada uno de los lugares memorables de la ciudad, contando historias y anécdotas, nombrándole datos curiosos para hacer de la ciudad más interesante. Pero fue en vano.

—... y en ese sitio hubo un incendio, pero no fue nada grave. ¿Ya te estás ubicando? ¿Qué te parece la ciudad?

Ladeé mi cabeza y lo miré esperando su respuesta. Mi boca estaba casi seca de tanto hablar, como un loro bien entrenado, y esbocé la mejor de mis sonrisas para observar su apacible expresión. Él captó que lo observaba y acentúo su rostro en mi dirección, llevó sus manos hacia los oídos y se sacó los audífonos bien ocultos bajo el gorro del polerón que traía bajo su abrigo marrón.

—¿Decías algo? —preguntó serio.

Esto debe ser una broma...

Me eché a reír en caso de que sí fuera una broma. Lamentablemente no lo era.

—He estado todo el camino hablándote y enseñándote la ciudad, ¿es en serio? —espeté, deteniéndome.

Él se detuvo a pasos de mí y volteó. Hizo un gesto desinteresando y se colocó los audífonos otra vez.

—Creo que es más interesante observar que escuchar.

Dicho y hecho, se giró para luego continuar su travesía por la húmeda vereda de la ciudad. Ya casi llegábamos al centro, donde la aglomeración de personas se metía en sus asuntos sin importarle mucho lo que sucedía alrededor. Todos siempre andan con las narices puestas en sus celulares sin notar al resto y viendo lo que les conviene.

Un beso bajo la lluviaWhere stories live. Discover now