Capítulo 7

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PENSIERI INTRUSIVI
(Pensamientos intrusivos)

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Sentados uno frente al otro, sólo se miraron. Ella, impresionada..., un poco asustada, incrédula; él..., él nunca fue expresivo, era difícil saber lo que Angelo pensaba, pero apretaba ligeramente los dientes y sus músculos estaban tensos.

Eso fue lo que le confirmó todo a Annie.

Al decir verdad, aun cuando sintió su erección, no se alarmó, ni se intrigó, siquiera. Había dormido con él cada noche, desde que era una bebé y hasta luego de la pubertad: le había notado —sentido, incluso— las erecciones que él tenía mientras dormía, y las matutinas, antes de que despertara —le había sentido erguirse diez o veinte veces, por cada ocasión que a ella le había llegado el periodo, mientras dormían, así que no había nada de qué impresionarse, porque eran actos involuntarios y perfectamente normales, en un ser humano—. Tampoco le alarmó la caricia —él, desde niño, la había acariciado siempre, y repartido besos con devoción—... Lo que la había alarmado, había sido el conjunto de todo lo anterior.

Eso sí, nunca antes había pasado.

—¿Qué estás haciendo? —se escuchó jadear ella.

Quiso salir de la cama, pero recordó que sólo llevaba ropa interior —y, en ese momento, aunque él la hubiese visto mil veces desnuda, no era la más inteligente opción—.

También Angelo hizo un intento por salir de la cama, pero se detuvo. Annie comprendió por qué: tenía algo entre las piernas que ella no debía ver. El muchacho hizo un intento de hablar, abrió su boca, pero volvió a cerrarla; su respiración se había acelerado.

A Annie se le formó un puchero en los labios: había pasado por un momento difícil, ¡horrendo! ¿Y él hacía una cosa como ésa? El hecho de que él fuese su hermano no restaba ni añadía gravedad a la situación —ella ya tenía muy claro que él no la veía como su hermana. Y realmente no lo eran—; en ese momento, para Annie, él sólo era un muchacho —al cual ella adoraba— en quien tenía toda su confianza..., que la había tocado mientras dormía, mientras se recuperaba de un suceso tan terrible. ¿Tan poco la valoraba él? ¿Tan poco era ella para él?

—Vete —se escuchó decir; le escocían los ojos y le dolía la mandíbula. Luchó por no llorar.

Angelo expulsó el aliento por la boca. Parecía querer decir algo... pero guardó silencio. Se puso de pie —la erección ya estaba cediendo—, y salió de la habitación, en bóxers, sin decir nada.

Y ella no intentó siquiera secarse las lágrimas. Se quedó ahí, sentada, recargada contra el cabecero de la cama, llorando hasta cansarse. Se sentía débil y estúpida.

*

La profesora de arte, quien fuera la tutora de las chicas de segundo grado, llamó a la puerta cuando el sol ya salía. Anneliese tardó un rato en responder. Se había quitado la ropa interior mojada y, bajo las sábanas, no tenía nada. Además, sus ojos estaban sumamente enrojecidos y los párpados tan hinchados, que le dolían.

—Traigo tu valija, Annie —le hizo saber la profesora.

Anneliese finalmente respondió y la mujer entró con una mochila rosa, colgada al hombro, y una bandeja con comida en las manos.

—¿Cómo estás? —preguntó la profesora, sin poder disimular su impresión: los iris azules de Annie estaban enmarcados por infinidad de diminutas venas rojas, cual telarañas de sangre (¿esto lo había causado el llanto o el esfuerzo al intentar salir del lago?)—. Te traje algo de fruta —obvió, sentándose a su lado.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now