[2] Capítulo 11

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DOV'È ANNIE?
(¿Dónde está Annie?)

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Por primera vez, aquella noche, Anneliese no sintió miedo de al tener una silla vacía en su habitación. No temió despertar y ver algo ahí, sentado..., y su valor o distracción no tenía relación alguna con que estuviese ese moisés ocupando el lugar, sino a que sus pensamientos estaban en otro lugar: intentaba tranquilizarse a sí misma, diciéndose que tal vez esas monjas sí intentaban quitarles sus hijos a las madres jóvenes y solas, pero a pesar de que su padre la había recluido ahí, ella no estaba sola: tenía a Angelo.

Ella no estaba estaba sola en el mundo y, en pocos meses, él podría dejar la escuela disciplinaria y, para entonces, si no podía sacarla de ese maldito claustro —hasta que también ella tuviese dieciocho años—, al menos sí a su bebé y, si ellas intentaban nada contra su pequeño, él destruiría hasta los cimientos.

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La mañana del domingo, cuando Adelina la buscó para llevarle su desayuno e invitarla a escuchar misa, Annie ni siquiera la miró. Se olvidó por completo del plan que tenía, de ganarse su simpatía para usarla a su favor; eso ya no le interesaba, sólo la quería lejos de ella y de su hijo.

Poco luego, cuando regresó por los trastos, una chica la acompañaba; Annie la identificó como una de las dos muchachas a quienes, el día en que llegó al convento, preguntó cómo podía salir.

—Hola —la saludó ella, con una sonrisa. Parecía tranquila.

—Ella es Claudy —la presentó la hermana Adelina—. Quería que se conocieran.

—¿Para qué? —preguntó Annie, recelosa.

—Para que conozcas a alguien, además de estos cuatro muros —se rió la muchacha.

—Claudy —la sermoneó con suavidad la monja.

—¿Qué? —preguntó ella.

La hermana Adelina suspiró, mirando al cielo y, sacudiendo la cabeza, las dejó solas.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Claudy.

Annie se pensó un rato en responder, ¿para qué la había llevado?

—Anneliese —dijo al final, cuando la otra tomó asiento en su cama.

—Es un lindo moisés —halagó la otra.

—¿Tienes uno igual? —se interesó la rubia, recordando que ella era la otra chica embarazada.

—No —ella se rió y su melena, por arriba de los hombros, se agitó—. No es como si te lo dieran por paquete o algo. La hermana Adelina lo compró para ti.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque ella me lo dijo. De hecho, está interesada en que charlemos.

—Me di cuenta.

—Dice que tienes miedo de que te quiten a al bebé.

Annie recogió sus pies, abrazándose a sí misma, discretamente.

—¿Tú no?

Claudy sacudió su cabeza en una negativa rotunda.

—Ya tienen a suficientes niños en el orfanato para querer hacerse de más —se rió.

—¿Tú conoces el orfanato o fue lo que te dijeron?

—Lo conozco —la sonrisa de Claudy se agrandó—: yo crecí ahí.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now