Annie frunció el ceño.

—Me adoptaron a los nueve —siguió la muchacha— y, ¿sabes qué es lo malo de crecer en entornos como éste?

—No me lo puedo imaginar —soltó Annie, sarcástica, abriendo sus ojos azules.

La otra muchacha se rió.

—Yo me refería a entornos seguros y confiables, como éste.

—¿Confiables? —Annie frunció el ceño—. ¡Me tienen presa!

Claudy la recorrió con la mirada.

—¿Tus padres te trajeron aquí porque estás embarazada?

Annie se encogió de hombros, sin ningún deseo de compartir nada con ella.

—Algunas personas ricas traen aquí a sus hijas cuando los desobedecen o--

—¿Fue lo que te hicieron a ti? —la interrumpió Annie—. ¿Por eso te regresaron?

Claudy parpadeó, sorprendida de su ataque, pero no ofendida.

—Ellos no me "regresaron" —confesó—: yo quise volver.

—¿Por qué? —Annie torció un gesto—. ¿Te maltrataban?

—Nada de eso —se rió—. Son buenas personas. Los quiero.

—¿Pero?

—Nada. Quise regresar al lugar más seguro que conozco, para vivir mi embarazo aquí y tener a mi hijo.

Annie volvió a fruncir el ceño. ¿Acaso la habían enviado para convencerla de algo?

—Ay —se rió Claudy—. La hermana Berta tiene razón: tuerces un gesto cada vez que se habla de bebés —su sonrisa se suavizó—. Justo eso es lo malo de crecer en lugares como éste: careces de la malicia necesaria, te vuelves totalmente ingenua; crees que todos tienen buenas intenciones y son honestos, pero el mundo fuera de estos muros, no es así.

Por un momento, Anneliese no supo qué decirle... Ella parecía hablar con pesar.

—¿Qué te ocurrió?

—Supongo que lo mismo que a ti —Claudy se encogió de hombros—. Te enamoras y les crees todo.

—No —Annie sacudió la cabeza inmediatamente, echándose hacia atrás—. El papá de mi hijo sí me quiere. El único que no acepta lo que tenemos, es mi padre.

—Oh —Claudy pareció quedarse muda.

Annie sintió que ella se había ofendido, por lo que intentó repararlo:

—¿Por qué decidiste volver?

—Pues... —su tono se volvió bajo— porque aquí me siento segura.

—¿Vas a quedarte, como la hermana Adelina?

—No —Claudy volvió a sonreír y su voz recobró fuerza—. La vida de monja no es para mí: les dejaré a mi hijo a su cuidado y yo saldré para terminar la universidad.

—¿A su cuidado? —Annie volvió a torcer un gesto.

—Sí: mientras esté estudiando, vendré a visitarlo cada tarde y todos los fines de semana y, cuando me gradúe y tenga un empleo estable, vendré a buscarlo.

Annie guardó silencio, sin dibujar ninguna expresión en el rostro.

—... Y, ¿me lo estás contado eso como una opción? —tanteó, seca.

—No —Claudy se rió—. Definitivamente no, porque no es un servicio que suelan ofrecer: lo harán por mí porque crecí con ellas y yo lo solicité.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now