Al salir, su padre se había despedido con un "No des problemas" y Angelo lo entendió: su trato. Lo habían hablado nuevamente de camino al aeropuerto. Si él se comportaba, Anneliese estaría bien.

Le habían pedido que entregara a la secretaria todo lo que llevara con él, pero le permitieron quedarse con su crucifijo y, para su fortuna, también el anillo de zafiro y diamantes que colgaba junto a éste —al tocar el zafiro, Angelo pensó en que aquel día era su aniversario con Annie. Un año...—. Le preguntaron su talla de ropa y calzado —pues la escuela proveía desde la ropa interior—. Entonces un cadete lo había guiado hasta la que sería su recámara; ya que era tarde y se acercaba la hora de la cena, no podría darle el recorrido hasta el día siguiente, pero le había dicho los horarios: tenía que estar de pie y con su cama hecha a las 5:00 de la mañana. El desayuno se tomaba a las 5:30, por lo que, para entonces, debía estar duchado y uniformado en el comedor. Las clases comenzaban a las 6:00. A las 11:00 se hacía una pausa para tomar el almuerzo (hasta las 12:00) y seguían hasta las 15:30. A las 15:45 debía estar en el gimnasio y a las 17:00, tras ejercitarse, en las duchas nuevamente. La cena se tomaba a las 17:30 y debía estar dormido a las 21:00, luego de hacer sus tareas escolares.

Al final llegaron al que sería su dormitorio: una celda diminuta, rectangular, en la que cabían dos camas; Angelo apretó nuevamente los dientes al saber que compartiría habitación. Genial, estaba tenso y además iban a incomodarlo las 24 horas.

Su compañero era un muchacho de su edad, alto y flacucho, de piel pálida y enorme nariz, llamado Hans Schimtz, quien, por fortuna, mientras esperaba a que le llevaran su uniforme, no había intentado socializar con él.

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Y aunque él habría preferido quedarse en su habitación, parte del acuerdo era no dar problemas y, negarse a la cena el primer día, era lo peor que podía hacer y, aunque no parecía tan mala, las mesas eran largos tablones y, apenas ver las caras de sus compañeros, supo que la mayoría eran idiotas y estaban ahí, internados, por ser problemáticos.

Había buscado un lugar lejano, solitario, y se había acomodado. Entonces comenzó a pensar que podría sobrevivir ocho meses ahí... hasta que notó que algunos chicos lo miraban, riéndose.

En ese preciso momento, Angelo Petrelli supo que le esperaba una inevitable novatada...

Se preguntó qué clase de atrocidad intentarían y de qué manera podría protegerse... pero luego recordó, de nuevo, que no debía dar problemas.

Cenó, fue a su recámara y entonces, antes de meterse a la cama, Hans le advirtió: "Sólo di miau al salir. Maúlla y sacúdete como gato; te dejarán en paz".

Angelo no había preguntado ni de qué hablaba, pero no era necesario: antes de que saliera el sol, un grupo de chicos —doce o trece muchachos—, habían entrado a su recámara y, aunque intentó protegerse —sin hacerles daño—, siendo tantos contra uno solo, el resultado había sido obvio: le pusieron una bolsa negra, de tela, en la cabeza, y lo llevaron cargando a... Angelo gruñó cuando lo lanzaron a la fría agua de la piscina con techo abierto, se quitó la bolsa y pudo ver al líder de sus agresores: el mismo muchacho de pelo rubio oscuro, rizado, que lo miraba con aire de superioridad en el comedor.

Angelo había esperado por un momento en la piscina, mirándolos atento, ¿ya? ¿Eso había sido todo? Pero... "Maúlla" le había dicho uno de ellos, poniendo un pie sobre las escaleras cuando Angelo, tras decidir que sí, eso había sido todo, intentó salir. Para su fortuna, alguien gritó que se acercaba su Gefreiter, un superior —uno de sus muchos profesores— y todos los muchachos corrieron; entonces Angelo pudo salir, pero no lo suficientemente rápido, pues el Gefreiter le gritó que esperara.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now