El campo de mariposas

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Ya están reunidos en la terraza del bar. Marcos ha desenfundado la guitarra y ha empezado a tocarla con suavidad. Iris se muestra preocupada al principio, pues no es lo mismo un pueblo que la ciudad, donde parece que todo el mundo sea libre de hacer lo que quiera. En este pueblo, como en casi todos, si haces algo diferente tienes muchas posibilidades de que te abucheen. Pero el caso de Marcos es diferente, él tiene una voz preciosa, capaz de cautivar a cualquiera que ame la música de autor.

Mientras el chico toca, Iris se pronuncia, pues necesita consejo de Ana. —¿Qué crees que hacía Álex con Sole? —¿Estás celosa? —¡No! ¡Qué va! —¿Te gusta el chico de antes? —pregunta Silvia, metiéndose en la conversación. —No es que me guste... Es que creo que él es mi amor invisible, pero me parece evidente que... —Que es tan invisible que yo tampoco lo veo —ironiza su prima—. Álex no es tu amor invisible. Nos hemos equivocado. Iris se queda pensativa. —Un momento... Un momento... ¡Pero si Sole tiene novio! —Uy, uy, uy. Pues no pinta muy bien. —Silvia toma un trago de su refresco. —Por la manera en que los he visto irse, esos dos están empezando algo... —añade Ana.

—¿Sabéis qué os digo? —Iris levanta el tono de voz—. Que si ese dichoso amor invisible no viene a mí, yo iré a él. —¡Así se habla, prima! —Le dejaré una carta en el buzón del sauce llorón, y se lo diré a todo el mundo. Entonces sólo tendré que esperar a que aparezca... —¿Te imaginas que no te gusta? —Todas se ríen con la pregunta de Silvia. —¡Si no me gusta, seguiré escondida! Jaime aparece por la plaza y no tarda en divisar a las chicas. Lentamente, y con un aire despreocupado, aunque en su fuero interno sea todo lo contrario, se acerca a la mesa y se sienta al lado de Marcos, quien continúa tocando la guitarra. —¡Jaime, a ti te quería ver! —exclama Iris —. Me tienes que ayudar. —Mientras no sea a robar un banco... Dime. —Tenemos que coger in fraganti al amor invisible.

Al chico se le hace un nudo en la garganta. No se esperaba esa petición, pero quizá sea mejor así: la cosa se va a poner de lo más interesante. —¿Cuál es tu plan? —Dejar una carta en el buzón del sauce llorón y esperar a que aparezca. —¿Y qué quieres que haga yo? —¡Es por si me pasa algo! —exclama ella. Marcos deja de tocar la guitarra para dar un consejo: —Si me lo permites, Iris, creo que esto lo puedes hacer sola. No necesitas a nadie más. —Ya... pero me da cosa... ¡Tú no has visto todo lo que me ha hecho! —Este amor invisible te habrá enviado cartas, eso es muy típico —sentencia él—. Eso quiere decir que es inofensivo. La mala gente no envía cartas de amor impregnadas con palabras dulces y sobres perfumados.

—¡Tengo una idea! —exclama Silvia mientras saca una pequeña libreta de su bolso—. Hagamos el retrato robot de tu amor invisible. —¡Si no sé quién es! —Pero puedes averiguar cómo piensa y más o menos qué carácter tiene. Por ejemplo, te ha enviado cartas. Eso significa que le gusta escribir. —Y tiene una letra preciosa —añade Iris, a quien el reto le ha interesado. —¿Hacía faltas de ortografía? —Ana también participa del retrato robot. —No... Creo que voy a ir a mi casa y buscar una de sus cartas para enseñárosla. —No hace falta. —Silvia escribe sin parar en su libreta bajo la mirada atenta de Ana. En cambio, Jaime es un espectador de su propio retrato... —Pues... dibujó mi nombre en un marcador de fútbol y en la colina del elefante. —¡Es del pueblo! —exclama Silvia.

—Eso es evidente —afirma Iris—. Pero la cuestión es quién... Silvia le interrumpe: —El retrato robot de nuestro sospechoso es el siguiente: es una persona simpática, agradable, creativa, soñadora y un poco manipuladora. Yo diría que no va a dejar de enviarte mensajes hasta que te consiga... —Uuuuh... —ulula Ana—. El misterio está servido. Jaime no puede más y opta por una retirada rápida. Mira el reloj y pone la excusa definitiva. —Me voy. Tengo que ir a la farmacia. —¿Y eso? —pregunta Iris. —Nada, mi madre, que tiene jaqueca. —¿En esta época del año? —se entromete Ana, movida por la curiosidad. —Sí... bueno, así son las cosas. Oye, me encanta cómo tocas. —Jaime se dirige a Marcos para distraer la atención de las chicas. —Gracias, tío. Que se mejore tu madre.

Enseñame el cielo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora