Marta, marta, marta

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Sole se ha puesto su camiseta favorita. Quiere estar guapa porque hoy se siente guapa por dentro. Ver a Óscar fue... Sonríe al recordar el día de ayer. Además, en casa reina la tranquilidad. Inés está restaurando una silla en el jardín bajo la atenta mirada de Ernesto. Andrés, tumbado en el césped, ojea los manuales para el examen teórico del carné de conducir. Incluso Komotú, que se ha subido a la rama de una higuera, parece participar de un día tan sereno. ¡Nada podría ir mejor!

—Sole, qué bien que ya estés vestida... ¡y qué guapa te has puesto! ¿Es que ya sabes quién va a venir? —dice su madre. Sole pone cara rara, no la entiende—. Van a venir a darte clases de matemáticas. Sole resopla como si fuera una niña pequeña. —Puedo estudiar yo sola. —Eso decía yo también a tu edad... Ya nos lo agradecerás en septiembre —tercia Ernesto. —¿Y si no quiero? —pregunta Sole. —No es cuestión de si quieres o no quieres. Ya no hay discusión que valga: tu padre y yo lo decidimos así, y además debe de estar al caer. —¿Va a venir ahora? ¡Qué palo! —Vendrá dos veces por semana —le informa el padre. —¿Cuánto rato? Los padres no responden a la pregunta, porque el timbre acaba de sonar. Van los dos a abrir. La chica se queda en el jardín, ante la

mirada y la media sonrisa de su hermano, quien le canturrea: —Tocaaaa estudiaaaar... —¡Tú! ¡Para de reír! Si no... —Si no, ¿qué? ¡Qué miedo me das! —Pues prepárate. —Y dicho esto, se lanza contra el hermano, que echa a correr por el jardín sin dejar de reír. —¡Basta, chicos! —exclama Inés—. ¡Sole, ven aquí! En la puerta del jardín están sus padres con... —Te presentamos a Marta —dice Ernesto. —Hola. Pensaba que serías un profesor —la saluda Sole algo tímida. —Todo el mundo cree lo mismo al principio —replica Marta, toda amabilidad. —Siento decírtelo, pero soy una negada para las mates. —¡Sole! —le llama la atención la madre. —¡Es verdad, mamá!

Mientras Marta y Sole se acomodan en la mesa, Andrés se queda literalmente boquiabierto, ante la mirada divertida de sus padres. Se comporta como si se le hubiera aparecido un ángel venido del cielo. Un ángel de unos veintipocos años, con pelo rizado castaño y unas mechas rubias que realzan su belleza. El muchacho se excusa torpemente y sube a su habitación a la velocidad del rayo. Desde su ventana puede ver, oculto entre las ramas de un árbol, cómo Marta le da clases a Sole. Las espía con ojos de búho, y su corazón palpita como si fuera un volcán a punto de entrar en erupción. Hacía tiempo que no sentía algo igual. «Esta chica es despampanante, y parece inteligente... No será fácil acercarme a ella», piensa él, y mira una vez más hacia su «ángel». La clase dura hora y media. Pero a Sole, gracias a la simpatía de Marta, se le ha pasado en un suspiro; todo lo contrario que a Andrés, que ha contado cada segundo que faltaba para poder

despedirse de la chica. Ya duchado, con pantalones vaqueros y el torso desnudo, decide bajar, y se encamina a toda prisa hacia el trastero. Allí tiene una vieja moto irreparable. Hará ver que intenta arreglarla, de modo que, cuando ella salga, quede impresionada con su abdomen esculpido y su destreza como mecánico. Como no tiene ni la menor idea de motos, y sabe menos aún de motores, se decanta por empezar a limpiarla. —Bueno, Marta, ha sido un placer —se despide Inés mientras la acompaña hasta la puerta. —Gracias. Volveré pasado mañana. Sole es una buena chica, lo único que le falta es aprender a concentrarse. Pero poco a poco. Andrés oye un murmullo y se pone en situación. Está de pie en medio del camino por donde pasará Marta. Se pone a limpiar la llave inglesa con un trapo sucio mientras mira la moto con gesto concentrado. —¿Te gustan las motos? —pregunta Marta.

—Sí, estoy intentando arreglar ésta, a ver. Espero terminarla mañana o así... —¿Qué le pasa? —Es vieja y no arranca. Marta se acerca, se pone a observar y dictamina: —Le faltan las bujías, el carburador está viejo y pierde aceite. Y reanuda el camino con andar seguro. El chico, que nunca se había sentido tan ridículo, se pregunta de dónde habrá salido este ser maravilloso. Si cada persona es un mundo, los suyos están a años luz de distancia. —¿Ya has acabado de interpretar el papel de macho alfa? —ironiza Inés. —Estoy intentando arreglar la moto... —se excusa Andrés. —Aquí, en medio del camino, sin camiseta... Ya. Andrés, abrumado, coge la moto y se encamina al trastero para guardarla.

Enseñame el cielo. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora