—Atiende a esa mesa, ¿a qué esperas? —Frunció el ceño mientras él caminaba de nuevo hacia la puerta. Yo me encaminé hacia la mesa en la que estaban todos sentados.

Tragué saliva y caminé hasta la mesa, casi exponiéndome delante de ellos. La voz apenas me iba a salir, tenía la garganta engarrotada y creía que si me miraban yo estaría encendida como hierro entre las llamas.

—Buenas... —Solté por fin, captando toda su atención. —¿Qué van a tomar?

—No me lo puedo creer, pero si es Lorenzo Jauregui. —Todos empezaron a reírse. Apreté la mandíbula y agaché la cabeza, sí, estaba siendo como aquellos días de instituto en los que los insultos y humillaciones eran pan de cada día.

—¿Qué pasa? ¿A tu madre no le dio para la universidad? Oh, espera, que no tienes. —Todos se echaron a reír y estuve a punto de ponerme a llorar ahí en medio. Pero no. Permanecí inmóvil con el block de notas en una mano y el bolígrafo en otra, tragando saliva.

—¿Ese es tu pelo natural o tuviste que comprarte una peluca después de que te lo quemáramos? —La mesa entera reía, y el restaurante entero me miraba a mí y los miraba a ellos.

—Por favor, díganme qué van a tomar. —Repetí en tono suave, intentando mantener la calma dentro de lo posible mientras todos miraban con la boca abierta.

—¿Te sabes la carta del restaurante, Lorenzo? Porque en el instituto ni estudiar sabías, siempre suspendías ciencias. —Por cada risa mi paciencia acababa un poco más, y miré a los comensales de las demás mesas volviendo la mirada hacia ellos. —'Letras, letras, letras hay que defender las letras', puag. —Soltó el mismo con una risa. —Mírate donde estás estudiando esa mierda de letras. Al final teníamos razón y sólo llegarías a recoger nuestra mierda.

—Si no van a tomar nada les dejaré que sigan mirando la carta, o en cambio que los atienda otro camarero. Que pasen buena noche. —Me di la vuelta y vi a Gregor detrás del mostrador en la entrada mirándolo todo con los ojos abiertos. Ellos seguían riéndose.

Cuando entré a la cocina Major sujetaba a Michael que estaba absolutamente descontrolado. Empujaba a Major para salir ahí y matarlos, con el rostro enfurecido.

—Suéltame Major, ¡suéltame! —Empujó al cocinero para deshacerse de él. —Te juro por dios que voy a matarlos.

—No, cálmate. —Dije poniéndome en el lugar de Major, frente a Michael. —No merece la pena, Mike. —Él me abrazó, y aunque tenía la chaquetilla llena de manchas, no me importó, porque en aquél momento sí que lo necesitaba.

—Marchan ocho. Tres de ñoquis al pesto, tres de lasaña boloñesa y dos de tagliatelle carbonara. —Escuché la voz de la otra camarera a nuestras espaldas.

—Vamos, Michael, no pierdas más el tiempo. —Tuvo que separarse de mí para volver a picar verduras. Él siempre estaba picando verduras.

Salí de nuevo a la sala, y ellos seguían riéndose cada vez que pasaba. Tomé nota a la mesa de al lado, parecían una pareja agradable. Quizás habían dejado a los niños con sus padres y se habían escapado de noche romántica. O quizás acababan de conocerse y estaban allí en una de esas primeras citas.

Ella pidió postre un sorbete de fresa y él otro de limón. Los recogí en la cocina llevando la bandeja en la mano y con una sonrisa, caminando hacia la mesa. Justo cuando iba a llegar tropecé con una pierna y caí de boca en el suelo. La bandeja cayó primero y rompió las copas, y mi mano derecha se estampó contra los cristales, clavándose en la palma de mi mano para abrir una herida que comenzó a mancar el suelo de sangre.

Dolía, dolía mucho, y los miré mientras sujetaba mi mano que soltaba borbotones de sangre. Pero nadie dijo nada. La otra camarera simplemente me recogió del suelo, y la pareja a la que debía servirle los sorbetes y que me vio caer me miraban horrorizados.

—Me han puesto la zancadilla. —Murmuré mientras entraba en la sala de personal con la mano entre trapos que se teñían de rojo.

Gregor hizo llamar a la ambulancia, y Michael se sentó a mi lado sujetando mi mano una vez terminó el servicio. Me pusieron seis puntos de sutura en la mano y la cubrieron con una venda hasta la mitad del brazo. Luego la pusieron en un cabestrillo.

Después de todo, Gregor me dijo que no los iba a dejar entrar jamás al restaurante. Me quedé algo más tranquila.

Salí del restaurante con mi maleta a cuestas y la mano vendada, debería irme a descansar pero... La verdad era que no tenía muchas ganas de ver a mi padre y a la zorra de su novia que había venido a vivir con nosotros, así que entré en la cafetería de Camila.

—Dios mío, ¿pero qué te ha pasado? —Preguntó sin darme tiempo a acercarme al mostrador o siquiera a cerrar la puerta. Yo me encogí de hombros. Ver su cara siempre me relajaba, me hacía sentir que había un lugar seguro en el mundo, personas que se preocupaban por mí, que no solo estaba Michael.

—Un incidente. ¿Me pones un café? —Pregunté mirando sus ojos aunque los suyos no estuviesen fijos en los míos.

—Claro, claro. Oye, ¿por qué tú nunca me hablas de tu vida? Yo te cuento cosas sobre la mía. —La observé de espaldas mientras preparaba mi café, con el pelo recogido en un moño casi mal hecho y algunos mechones cayendo sobre su nuca. Aquél desastre comedido la hacía preciosa.

—No quiero hablar. Mi vida no es algo de lo que estar orgullosa. —Sonreí al ver que ponía el vaso sobre la mesa y le tendí el dólar acercándome el vaso, y ella se quedó en silencio, apoyando los codos en el mostrador.

—Tengo algo para ti. —Fruncí el ceño al escuchar sus palabras y me alejé del mostrador.

—¿Qué?

—No te asustes. No es nada. —Se agachó cogiendo su bolso y buscó con las cejas gachas hasta encontrar lo que buscaba. —Mira, aquí está. —Puso un libro encima de la mesa con una gran sonrisa. Mitos griegos.

—Pero yo no puedo aceptar...

—Calla. —Extendió el libro hasta que lo cogí con la mano libre y la miré a ella. —Los estaban vendiendo en la puerta de mi facultad. Sólo me costó un dólar. Supongo que, en una biblioteca de medicina estos libros cogen polvo. —Solté una risa al escuchar sus palabras y miré la portada; era color mostaza y en negro y cursiva tenía escrito el título, nada más.

—Muchas gracias.

*

Camila's POV

Lauren se sentó en la mesa que estaba en la ventana; su mesa, y comenzó a leer aquél libro pasando los dedos por las páginas ajadas del cuaderno. Sonreí un poco mientras secaba los vasos y los colocaba.

Cuando me quise dar cuenta ella estaba dormida. Su cabeza reposaba sobre el libro y su mano herida estaba en su regazo. Me acerqué con cautela y me puse de cuclillas a su lado. Acaricié su espalda con la palma de mi mano hasta que ella giró la cabeza pero sólo para cambiarla de postura, durante unos segundos permaneció dormida. Al abrir los ojos sonreí ampliamente.

—Hola. —Murmuré, apartándole el pelo de la cara. —Duerme en mi coche y luego te llevo a casa.

—No... —Se incorporó con el ceño fruncido y frotándose un ojo.

—No es una sugerencia.

Lauren se levantó e iba un poco aturdida. Salimos de la cafetería y el frío de la noche me golpeó, aunque a Lauren no pareció importarle. Parecía mi hermana Sofi cuando se quedaba dormida en el sofá y en el trayecto a la cama no se enteraba de nada, hasta que paramos frente a la puerta de mi coche. Allí se echó encima de mí, como si estuviese a punto de caerse de sueño.

—Lauren, ya está aquí mi coche. —Susurré con la voz más dulce que pude poner. Pero Lauren me abrazó y escuché que un atisbo de sollozo salía de ella. —Si alguna vez quieres contarle a alguien lo que te pasa... Puedes desahogarte conmigo. ¿Vale? —Lauren asintió sin soltarme, y yo suspiré.

La vida no era tan fácil para todos.


blue nighttimes; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora