—¿Qué hacen ustedes despiertos? —preguntó el entrenador de soccer—. Duérmanse —les ordenó y...

Sólo Lorenzo fingió recostarse sobre su cama; Raimondo permaneció inmóvil. Miró una vez más al otro hijo de puta y notó que sus ojos grises estaban abiertos.

El entrenador dio un pequeño empujón a Nicolas, obligándolo a ir hacia su cama. Y él se encaminó sin dar problemas, pensando en que, para llegar a Angelo... iba tener que encargarse de los otros dos.

* * *

Anneliese Petrelli no había acudido la mañana del martes al comedor.

Angelo creyó que seguía molesta con él, pero la verdad era que su ausencia no tenía relación directa con él, sino con Nicolas: no quería verlo a la cara; se sentía tan avergonzada.

Por la tarde, tampoco pudo verla en las actividades, pero no se preocupó, sabía que los maestros no le exigían participar, aun así, fue a buscarla a su cabaña; a través de una ventana, la encontró sola, recostada en su litera, abrazada a una almohada. No la llamó, se retiró con sigilo para no alertarla, si es que ella estaba despierta; pensaba en que estaba bien que se quedara ahí... era mejor que no mirase nada.

* * *

Cuando ya anochecía, un suave golpeteo en la ventana —ésa que daba al bosque—, al fondo de la cabaña, llamó la atención de Anneliese, quien se incorporó y se encontró con lo último que esperaba: Nicolas Mazet.

Él sonreía de lado, de manera suave, y ella sintió exactamente lo mismo que si él la hubiese encontrado en su momento de máxima humillación. Torció un gesto de dolor y, fue esa misma vergüenza —y el dolor—, lo que la llevó a su encuentro rápidamente.

Cuando abrió la venta, el aire le golpeó la cara en una caricia que Annie encontró más reconfortante que fresca.

—Nico —susurró—. Lo siento tanto.

El muchacho sacudió la cabeza.

—¿Y ahora qué fue lo que me hiciste? ¿Volviste a tirar mi ropa? —intentó hacerla sentir mejor.

Annie torció un gesto de dolor; al encontrarla tan apenada, Nicolas no intentó hacerla sonreír más.

—¿Por qué no te he visto en todo el día? —le preguntó, directo.

—Realmente lo siento —insistió.

—Y yo realmente siento no haberte visto el día entero. ¿Por qué estás aquí, encerrada?

—No estoy encerrada —ella tuvo que sacudir su cabeza para poder responder con coherencia—. Sí he salido; hace rato fui al comedor.

—Supongo que cuando los demás estábamos lejos.

Esta vez, Annie se limitó a torcer un gesto sutil.

—Te ayudo a salir por la ventana —Nicolas casi susurró—. Ven.

—No —ella negó de manera nerviosa—. ¿Por qué quieres hablar conmigo aún?

A modo de respuesta, Nicolas sonrió con suavidad y le acarició una mejilla.

—Vamos, te ayudo —insistió.

La rubia se relamió los labios y asintió; se sujetó por el brazo derecho del muchacho, y a su antebrazo izquierdo, mientras apoyaba un pie en el muro, luego él hizo el resto.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó, mientras caminaban hacia el bosque.

Él hizo un sonidito, mientras asentía con la cabeza, en una afirmación.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now