Annie comenzó a sentir náuseas. Cerró sus ojos con fuerza.

—¿Tu hermano? —insistió.

A la muchacha se le escapó un gemido de entre los labios.

—Por favor, no le digas esto a nadie —le suplicó, mirándolo a los ojos.

Nicolas no respondió; y si Anneliese no se hubiese encontrado tan mal, habría notado que él no tuvo ninguna reacción a sus palabras, habría notado que él sólo confirmaba lo obvio.

*

La madre de Nicolas recibió al muchacho en la puerta, con un abrazo.

Estoy bien, mamá —la cortó él, hablando en francés, cuando ella intentó quitarle el casco de la moto.

—Hola, Sophie —saludó Annie, parada fuera de la puerta.

La mujer miró a la muchacha algo sorprendida, comprendiendo que había sido ella quien lo había hecho regresar.

—Ah-a —Sophie parecía haber llorado por largo rato—. Hola, Annie, ¿cómo estás?

—Tengo que llevar a Annie a su casa —dijo Nicolas—. Préstame tu carro.

—¡No! —la muchacha dio un paso hacia atrás—. Quédate con tu mamá —y ésa fue una orden.

—Podemos llevarte —siguió Sophie, haciéndole saber a su hijo que ella también iría, que no iba a dejarlo más.

—No —la muchacha dio otro paso hacia atrás y sonrió, nerviosa—. Quédense, por favor —se despidió agitando una mano—. Hasta luego.

Se dio prisa y salió del edificio; unas calles abajo, en la avenida, cogió un taxi y, durante todo el camino a casa, pensó en qué inventarle a Angelo. ¿Qué podía decirle, que él le creyera? No se le ocurría nada, pero estaba segura de algo... jamás iba hablarle de lo que había ocurrido.

*

Anneliese se encontró con Angelo en su recámara —la cual, como siempre, estaba casi a oscuras—. Él acababa de ducharse y se vestía, pero cuando la miró entrar, se detuvo y se centró sólo en ella.

—¿Dónde estabas? —le preguntó.

Annie cerró la puerta y apoyó su espalda sobre ésta. Él se acercó; la notó nerviosa.

—¿Todo está bien? —la llamó.

Ella lo miró a los ojos, esos ojos grises que siempre parecían adivinarlo todo y... se sintió desarmada. Si no se lo decía, él iba a enterarse y...

—Tengo que contarte algo —comenzó a temblar.

Angelo frunció el ceño y asintió, despacio; pareció preocuparse.

—Prométeme que vas a escucharme hasta el final —su voz era suave y quebradiza.

—¿Cuándo no lo hago? —le recordó.

—Promételo. Por favor.

—Voy a escucharlo todo —le dio gusto.

Pero Annie no supo cómo seguir. Pasó más de medio minuto en silencio. Ella seguía contra la puerta y él frente a ella, sin tocarla.

—¿Amor? —la apremió él, aunque parecía tranquilo.

Angelo siempre parecía sereno, aun cuando no lo estaba.

—Ayer —respiró por la boca, con suavidad, como si le faltara el aire— me llamó Laura y... Mira, lo hice por Jessica.

Angelo frunció más el ceño.

—¿El qué?

—Laura me dijo que no encontraban a su primo y...

El muchacho torció un gesto, volviendo el rostro hacia la derecha, mismo lugar al que giró para darle la espalda, alejándose de ella.

—¡Angelo! —le suplicó, yendo detrás de él—. ¡Prometiste que ibas a escucharme!

—¿Después de todo? —inquirió él, liberando su brazo del agarre de su hermana, pues ella lo obligó a mirarla—. Pese a lo que estamos pasando, ¿te encontraste con él? —sonaba incrédulo.

—¡No lo hice por él!

Angelo apretó los dientes y le dio nuevamente la espalda, yendo hacia su armario.

—¡Escúchame! —Anneliese lo empujó por la espalda; él apenas se movió—. Por favor... —se le cayeron las lágrimas y las secó con coraje. Ya estaba harta de su propio llanto.

Angelo se detuvo y la miró; Anneliese, sintiéndose desesperada, débil, dio un par de pasos hacia atrás, chocando con los pies de la cama.

—Jessica no me habla —sus dedos resbalaron por la madera del mueble—. Le llamo y ni siquiera me contesta. ¡La quiero de vuelta!

—Y buscando a ese maldito loco, ¿la tendrás?

—¡Sí!

Angelo se rió, sacudiendo la cabeza.

—¿Sabes por qué no me habla? —siguió Annie. A Angelo pareció no importarle—. Porque no quiero salir con ella si va Nicolas. Pregunta por qué no hago lo mismo con Lorena y Raimondo.

Angelo apretó los dientes.

—¿También Raimondo quiere acostarse contigo?

—¿Eh?

—¿Raimondo está detrás de ti?

—¡¿Y Nicolas sí?! —le salió de los labios antes de pensarlo siquiera. Sólo quería defenderse..., ya en ése momento, no tenía ninguna duda de que él tuviese razón.

Angelo volvió a reírse.

—Mira, Jessica puede creer lo que decida: tú, no. Tú no vas a fingir que no te das cuenta de lo que busca ése bastardo. Tú no vas a arruinarnos más. No por él.

—Pero, ¿arruinarnos, por qué? —sollozó, desesperada—. ¡Jamás he... —le tembló la voz. Siempre, cuando ella juraba que no tenía nada con Nicolas, tenía la certeza de que era cierto (nada más allá de un juego), ya en ése momento...—. Dios... —se deslizó, derrotada, hasta tomar asiento sobre la alfombra—. Estoy tan cansada —se cubrió el rostro con las manos—... Sólo quiero a mi amiga de vuelta —su voz, llorosa, sonaba amortiguada—. Sólo quiero que las cosas se arreglen. ¡Mi vida entera es una mierda! —y aunque era cierto, y aunque realmente lo sentía..., sus lágrimas, su angustia, eran todo producto del temor: si su hermano se daba cuenta de... eso, ¡no iba a perdonárselo nunca!

Angelo se quedó quieto, mirándola, en silencio. Notó que su hermana temblaba y... el dolor de ella le llegó profundo a él. Podría haber sido su llanto, o sus palabras cargadas de amargura..., daba igual, su hermana estaba sufriendo tanto. Su mundo estaba haciéndose pedazos y... el motivo era él. La culpa era suya. Él la había arrastrado a su infierno personal.

Se descubrió ayudándola a ponerse de pie para envolverla entre sus brazos.

—Perdóname —le suplicó ella, echándole los brazos al cuello cuando él la elevó para ponerla a su altura—. Perdóname, Angelo... —le suplicó.

Y él no entendió por qué le pedía perdón. El único culpable de tanto tormento, era él. Y deseó, como nunca había deseado algo antes, ponerle fin.

* * ** ** ** ** * *

Annie. 💔


Ambrosía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora