—No —Angelo negó de inmediato—. Papá y mamá ya están en casa; quedarnos una noche (medio día) más, va a causar muchas dificultades. O volvemos a casa, o nos quedamos —concluyó.

Y Anneliese se quedó mirándolo; él le acarició una mejilla.

—Yo voy a hacer lo que tú quieras. Lo que te haga sentir segura.

Y la decisión no fue fácil; ella lo abrazó y se puso a llorar nuevamente.

—Cálmate —le suplicó él—. Si hay problemas, yo voy a arreglarlos, mi amor —la sujetó por las mejillas y la obligó a mirarlo; Annie intentaba controlar los sollozos y eso lo hizo sonreír—. No te daría, como opción, volver a un sitio al cual no creyera que estarás segura.

—Entonces ¿lo es? —ella se mordió el labio inferior.

Y él asintió:

—Estoy seguro de que voy a mantenerte a salvo —juró.

Ella lo abrazó.

—Te amo —le dijo.

* * *

Anneliese entró a su casa tiritando; Angelo podía sentir su mano frágil, asida a la de él, húmeda y fría, por lo que le regaló una sonrisa, diciéndole nuevamente «Todo está bien».

La casa estaba en completo silencio —el muchacho ocultó sus mochilas al fondo del armario para abrigos, en el recibidor—, y un par de veces, antes de llegar a las escaleras, Annie detuvo sus pasos, deseando volver sobre ellos. Angelo la animó a subir... y se encontraron entonces con su padre.

Raffaele Petrelli se disponía a bajar cuando ellos llegaban a la planta alta, y Anneliese soltó un grito y se echó hacia atrás; Angelo la sujetó por la espalda, impidiendo que rodara por las escaleras, y su padre la alcanzó por un brazo, mismo que Annie liberó al instante, sin pensarlo.

—¡¿Qué te pasa?! —le riñó Raffaele—. ¿Qué tiene? —preguntó a su hijo.

Matteo salió de su recámara en aquel instante. Annie comenzó a respirar con dificultad y se echó a llorar. Angelo evitó mirar a su hermano.

—Un perro la asustó —mintió—; casi la muerde. Quería quitársela —señaló a Kyra con sus ojos grises.

Raffaele sacudió la cabeza.

—¿Qué perro? —se interesó—. ¿El monster que a veces anda suelto en la entrada?

—Ése —la voz de Angelo era suave.

—Voy a hablar con el vecino —le acarició una mejilla a su niña. Ella sollozó—; ve a acostarte —miró luego a su hijo—. Dale un té.

Angelo asintió; Anneliese no notó que él tenía tenso cada músculo de su cuerpo cuando la obligó a avanzar.

—¿Para qué volvimos? —inquirió a su hermano, en un susurro, cuando él cerró la puerta de su recámara.

—Todo está bien —él puso sobre el suelo a Kyra—. Voy a bajar.

—¡No me dejes sola! —le suplicó ella.

—Tengo que ir. Tengo que saber qué está pasando.

Annie hizo un puchero, pero al final, asintió. Él suspiró y la dejó.

—Vino Raimondo hace un rato —le avisó su madre, cuando cruzó él cruzó las puertas de la cocina.

Su padre también estaba ahí, pero no Matteo.

—¿Qué dijo? —Angelo fingió interés.

—Nada. Que vuelve luego.

—Hnm. Gracias —él llenó la tetera de agua y la puso al fuego.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now