Capítulo XXXIX: Trigésimo noveno contacto

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El tiempo parecía haberse desprovisto de fuerza. Todo parecía avanzar tan lento que no parecía real. Ni siquiera soplaba el viento. Ni siquiera cantaban las aves. Ni siquiera caía la nieve. Ni siquiera alumbraba el sol. Todo parecía haber entrado en un parón espacio-temporal.

No sabía cuántas horas, minutos, días, semanas habían pasado desde que decidió salir en busca de algún tipo de pieza para su rompecabezas interminable, incomprensible, que le estaba atormentando. Ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba buscando algo que no sabía que era. Ni siquiera sabía el tiempo que hacía que no hablaba con nadie.

Por días, Nozomi se sentía menos cuerda. Las pesadillas eran diarias. El sudor frío era constante, al igual que el miedo que sentía cuando despertaba. Sentía a algo, a alguien, observándola, esperando algo de ella. Sentía que fuera su aproximación a la propia muerte.

Aquel día, como muchos anteriores, vagaba por su habitación entre papeles, libros y libretas, intentando buscar algo que le llevase a la apertura de esa llave. Algo que la guiase por la oscuridad en la que vagaba.

Sin embargo, un nuevo visitante rompía con los esquemas de soledad de los que días anteriores había gozado. La joven, desconcertada, observó la puerta principal, preguntándose quién estaba llamando a su casa y, más bien, para qué. Se levantó confundida, dudando si abrir o no. La fugaz idea de que fuera Subaru le pasó por su mente, pero sabía, muy a su pesar, que no sería él.

Podría ser otra persona. Podría ser alguien peor.

Cogió aire y giró el picaporte. Dando vista a quien reclamaba su presencia. Ella le observó. Ciertamente, no le desagradaba verle. Sin embargo, él no parecía sentir lo mismo. Tenía el rostro fruncido. Nozomi se estremeció.

-Cuando quiera puede dejar pasar a su profesor- alegó el susodicho.

Nozomi hizo un gesto para que entrara, cerrando la puerta detrás de este.

Temía mirarle a los ojos. Temía estar junto a su lado, ya había visto el extraño efecto que este causaba sobre ella. Respiró hondo.

-¿No piensa decirme nada?-volvió a hablar el joven. Nozomi frunció el ceño, incapaz de comprender a qué se refería. Él entrecerró los ojos mirándola. -¿Qué ha estado haciendo, Nakamura?

De nuevo había marcado la distancia entre ambos. La distancia que él borraba y dibujaba una y otra vez. La joven se sentía incapaz de devolverle la mirada, a pesar de sentir la suya sobre ella.

-No sé por qué lo dice- su profesor elevó una ceja, cruzando los brazos sobre su torso. Ella seguía jugueteando con sus manos.

-¿Estás segura?-la joven afirmó.

Ruki la observó detenidamente. Desdobló los brazos y avanzó hacia ella. Su mirada había pasado de furia a preocupación. Parecía haber bajado algo la guarda al observar el estado en el que se encontraba la joven. No se había percatado de los surcos violáceos que adornaban la parte baja de sus ojos, ni siquiera la palidez de la joven. Tampoco había percibido la sequedad de sus labios, y sus huesos acentuados sobre la piel. Había perdido peso en las últimas tres semanas.

-¿Qué has estado haciendo estas tras semanas?-preguntó cuándo estuvo más cerca de ella. Percibió como tensaba sus hombros. Aún no le miraba.

-He estado enferma. -intentó excusarse.

-Mientes,-el chico hizo una pausa. Ella le miró por primera vez desde que hubo entrado- ni siquiera has avisado de que no vendrías a clase. Ni siquiera has avisado de tu inesperada desaparición.

-Han sido solo unos días, no tiene por qué preocuparse tanto...-la joven trató de excusarse, ni siquiera entendía por qué su profesor se había presentado en su casa, exigiendo reclamaciones por parte de ella por su abstinencia a clase.

Diabolik lovers: La manzana de la discordiaWhere stories live. Discover now