Capítulo XXXIV: Trigésima cuarta atracción

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El resto del día había transcurrido con normalidad, nada fuera de lo común había acontecido.

Una vez logró zafarse de la –no tan desagradable- compañía de su profesor, deambuló por las calles del pueblo, intentando encontrar alguna pieza descarrilada del rompecabezas que estaba formando en su interior. Pero eso sería más difícil de lo que esperaba. Sobre todo, cuando no se sabe qué se está buscando.

Sin ni siquiera pensarlo había llegado a la periferia del pueblo, a escasos metros del bosque que lo cubría. Cualquier otro día, oscuro y frío, habría huido de ahí temiendo lo que fuera que pudiera encontrarse. Pero aquel día era todo lo contrario a lo que se acostumbraba por allí; el sol y el tenue calor hacían de aquel lugar algo más acogedor. Los rayos del sol se filtraban entre las ramas y huecos entre las hojas de los árboles que empezaban a llenarse de más y más color a medida que el invierno pasaba. Nozomi siempre se había asombrado ante tal hecho, puesto que a pesar de la continua lluvia, nieve y poca luz solar, la flora en Murashi era extrañamente vivaz y frondosa.

Sin embargo, como un afilado corte sobre la piel, una melodía triste pero cargada de emociones la sacó de su ensimismamiento. Devolviéndola a una supuesta realidad, cada vez más oscura para la joven. Todo a su alrededor parecía desaparecer. Los árboles parecían morir abrasados por un calor infernal. Nozomi sabía que aquello podía ser el inicio de otra alucinación, así que cerró los ojos con fuerza e intentó dominar de nuevo su cuerpo que intentaba zafarse de ella.

Aquella melodía había ejercido aquel poder sobre ella, ¿qué diablos habría sido aquello?

Ante la congestión mental que luchaba por formarse en su mente, decidió sin pensarlo dos veces, adentrarse en el bosque, en busca del foco de emisión de aquella afilada, triste, soñolienta y profunda melodía. Habría jurado que la había escuchado antes pues podía incluso tararearla. Era como una nana.

A cada paso que daba, más fuerte se hacía el sonido y más se alejaba de la realidad. Era como entrar en un cuento en donde los árboles se mecen para ti y una melodía acompaña al protagonista durante todo su camino, en busca de alguna especie de tesoro o incógnita de paradero desconocido. Así estaba ella, avanzando por un bosque coloreado de verde y salpicado de dorada luz solar, al compás de aquella melodía.

Por el contrario, no tendría un final feliz. En cuanto llegó a su campo de visión el autor de tal melodía, la idea de un cuento idealizado se borró como un soplido. Nozomi maldijo para sus adentros, mordió su labio inferior, nerviosa, molesta y volviendo a maldecirse una y otra vez por haber seguido aquel sonido. Sabía que podría traerle problemas, pues la suerte no solía estar de su lado, pero encontrarse con tal persona en aquel pequeño claro parecía cosa de broma, de una broma de mal gusto.

La joven se quedó congelada en aquel lugar. No sabía qué hacer, qué decir. Podría, simplemente, darse media vuelta y volver por donde había venido, pero su estúpido cerebro estaba demasiado ocupado imaginando posibles escenas fantasiosas como para recordar el camino por el que había llegado hasta allí. Miró a su alrededor en busca de algo que le resultase medianamente regular, pero no logró encontrar nada. Todo era verde. Todo era bosque.

Su vista vagó hacía la persona que parecía no haberla notado aún. Estaba ahí en medio de alguna parte, alejado del mundo. El sol rozaba sus claros cabellos dotándolos de un color dorado inusual, su piel resplandecía más clara que de costumbre y las pestañas de sus ojos, que permanecían cerrados, creaban una gruesa sombra sobre los pómulos. Nozomi respiró levemente. El violín lloraba las notas con suma tristeza. Él, con su robusta figura, mecía su muñeca sobre las cuerdas como si de una pluma se tratase.

El corazón de la joven comenzó a revolverse en su pecho. ¿Qué era eso que sentía? Era como una especie de tristeza, amargura, furia y odio. Todo aquello se resumía en una persona, solo en una persona capaz de crear tantos sentimientos adversos en ella: Shuu Sakamaki.

Diabolik lovers: La manzana de la discordiaWhere stories live. Discover now