—Esto es absurdo... —refunfuña Iris.

—¿Qué vas a hacer? —pregunta Jaime mientras traga saliva. —Si fuera tú, yo le pondría una carta en el tronco del sauce llorón. Dile lo que sientes. —¿Le digo que me deje en paz? —O que quieres conocerlo. ¿No tienes ni pizca de curiosidad, con todo lo que está haciendo por ti? Quizá te guste... —insinúa Sole. Los chicos se quedan reflexionando un instante, en silencio. Entonces una brisa con un fuerte olor a ceniza los hace toser a todos. —¿El humo de la barbacoa llega hasta aquí? —pregunta Sole mientras se tapa la nariz. Los chicos hacen caso omiso al peligro que les está acechando.

En el pueblo hay un vaivén de gente. Todo el mundo está en alerta máxima: se ha detectado un fuego en la cara sur de la colina y podría extenderse hacia abajo.

Andrés ha llegado puntual a la plaza para quedar con Clara. Y cuando consigue verla, a pesar de la muchedumbre, le pregunta preocupado: —¿Qué está pasando aquí? —¡Hay fuego en la colina y nos estamos organizando! —¿Y dónde está Sole? —pregunta Andrés. Clara se queda pálida. —Está con Iris y Jaime... ¡en la colina! El incendio se encuentra en la otra cara, pero el viento está cambiando. Por la plaza entra un camión descubierto, y la gente sube con hachas, cubos y ramas para apagar el fuego. El chico, con el corazón saliéndosele por la boca, no duda en subirse. De repente ve a Álex, que está preparando su moto. A juzgar por su indumentaria, parece que se va a la guerra. Andrés corre hacia él y le cuenta rápidamente que su hermana y los demás están en la colina. —Ve con el camión. Voy a ver si los encuentro —contesta Álex.

—¡Voy contigo! —Mejor será que no. Necesito sitio para llevarlos. Además, subiré más rápido si voy solo. Dicho esto, enciende la moto y desaparece como una exhalación. A Andrés no le queda más remedio que volver al camión y, con un salto ágil, se incorpora al grupo y se mete entre la gente para buscar a su amiga.

En la colina, los chicos oyen unas sirenas. —¡Oh, oh...! —observa Jaime—. Creo que esto no es una barbacoa. —¿Es fuego? —pregunta Iris, asustada—. ¡Vámonos de aquí! —Un momento. En estos casos, a veces es peor el remedio que la enfermedad —sentencia el chico—. No sabemos por dónde viene el incendio.

Jaime mira el cielo. Lo que antes parecían nubes, ahora se ve que es humo. El fuego no debe de estar muy lejos. —¿Y si el fuego rodea la colina? Quedaos aquí. Ahora vuelvo. Jaime corre hacia las bicis todo lo que le permiten las piernas. Coge la suya y, una vez superada la primera curva, no se puede creer lo que ven sus ojos: unas llamas inmensas cortan el camino por el que han pasado y están a punto de llegar a donde están ellos. Las chicas se abrazan, muertas de miedo. Desde allí pueden ver las llamaradas que se enroscan en el aire caliente. El fuego se acerca y el calor que desprende es atroz. Jaime aparece arrastrando su bicicleta con remolque: —¿Y mi bici? —pregunta Sole, aterrada. —¡No he podido cogerla! ¡Lo siento! —¡Vale, vale, vale! ¿Qué hacemos? —Sole se empieza a poner muy nerviosa.

—¡Yo voy con muletas! ¡No puedo ni correr! —Seguro que el fuego no llega hasta aquí: no hay árboles que puedan arder. —¡Pero el humo nos puede ahogar! —Iris se tapa la nariz con la camiseta. —¿Conoces algún camino alternativo? —le pregunta Sole a Jaime. —Sé que hay otros, pero no sé si los ha alcanzado el fuego, ni hacia dónde van... ¡Perdernos ahora podría ser fatal! De repente oyen el ruido de un motor: Álex aparece entre las zarzas con su moto de trial. —¡Álex! —gritan todos. El chico frena en seco, y hace derrapar la moto en el sentido opuesto al fuego. —¡Tenemos que salir de aquí cagando leches! —les grita a través del pañuelo negro que le tapa media cara. —¿Conoces otro camino? —pregunta Jaime. —Sí, pero no os puedo llevar a todos. Tendremos que hacer viajes.

—¡Yo tengo mi bici con remolque! —Está bien. Iremos todos juntos. Bajaremos por la otra pendiente donde no hay fuego. El camino es algo irregular. ¿Crees que aguantará tu remolque? —¡Es a prueba de bombas! —¡Iris, súbete a la moto! —le ordena Sole. —No te preocupes. Prefiero ir en el remolque: en la moto no puedo apoyar el pie. —¡Vamos! —grita Álex. Cuando llegan al camino, les espera una pendiente escarpadísima. Jaime controla sus movimientos y sigue la moto de Álex con sumo cuidado. De pronto les cae una ráfaga de agua desde el cielo, y los deja completamente empapados. —¿Qué ha sido eso? —pregunta Sole, acongojada. —Es un avión de los bomberos. Están humedeciendo la zona para que el fuego no llegue aquí —contesta Álex sin perder la calma.

Andrés ya ha llegado con el camión al lugar donde se está extinguiendo el incendio. En las faldas de la colina hay dos dispositivos de bomberos. Algunos voluntarios apagan pequeños fuegos con ramas y a golpe de pala, y otros hacen cadenas humanas con cubos llenos de agua. A Andrés y a Clara les toca ponerse en la cadena. —No te preocupes, ya verás que están bien —lo calma ella. —Eso espero. Al cabo de unos pocos minutos llegan también Inés y Ernesto. Cuando los ve, el chico deja inmediatamente la cadena humana. —¡Papá, mamá! —¡Acabamos de llegar! —exclama el padre —. ¿Dónde está Sole? —No está aquí. Me han dicho que está con los otros en la colina —contesta con la voz entrecortada.

Inés tiene que sentarse. Se teme lo peor. Nunca había estado tan preocupada. Los minutos transcurren como si fueran siglos. La familia está paralizada de dolor. Pero, de pronto, la gente abre paso a una chica que va corriendo y gritando: —¡MAMÁ, PAPÁ! —¡SOLE! —La familia la encierra en un abrazo repleto de felicidad. —¿Y Jaime e Iris? —pregunta Andrés, emocionado y con los ojos vidriosos. —Están llegando. Están bien. Hemos ido por otro camino por donde no hay fuego. Álex nos ha salvado. —¿Dónde está ese chico? No me cansaré nunca de darle las gracias —dice su madre. —Ya se ha ido. Ha subido para transportar más agua —contesta Sole. Baja la mirada y añade —: ¿Me vais a castigar?

—Claro que no, mi niña... Qué asustada me tenías... —contesta su madre, y la abraza una vez más. Tras el susto, la familia se percata de que también están ahí Iris y Jaime. —¿Saben vuestros padres que estáis aquí? — pregunta Ernesto preocupado—. Subid al coche. Os llevo a vuestras casas. Los chicos, con la tez algo oscurecida por el humo, le hacen caso.

Andrés se toma un momento de descanso para beber algo de agua fresca; Clara va con él. —Queríamos dar un paseo, y mira... Hemos acabado convertidos en aprendices de bomberos —le dice ella. Andrés la mira. —Qué mal lo he pasado por mi hermana... Siento que me hayas visto llorar —responde él, avergonzado.

—Tú también me viste llorar ayer. No pasa nada. Andrés mira a Clara y se acerca para abrazarla. Es un abrazo tierno que los une y los lleva a otra dimensión. Las voces de la gente quedan lejos, el tiempo se detiene y sólo existen sus respiraciones, más aceleradas a cada instante que pasa. Entonces él se aleja un poco del cuerpo de ella y le roza los labios con un tímido beso. —Tus labios saben a humo —observa Clara, sonrojada. El corazón le late a mil por hora. —Y los tuyos también. Aunque parece que son incapaces de moverse, Clara dice lo que ambos piensan: —Tenemos que volver... Nos estarán esperando.

—¡Cortad el agua! ¡El incendio está apagado! —grita un bombero que baja de la colina.

¡Por fin! Todo el mundo se abraza. Son las nueve de la noche y lo han conseguido gracias al esfuerzo de todos. Ahora sólo queda la gran emoción por haber vivido algo tan impresionante. Después de lo sucedido, ¿se habrá olvidado el pueblo del amor secreto de Iris?

Enseñame el cielo. जहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें