Le limpió las lágrimas y la abrazó con fuerza. Él sabía bien que Anneliese no quería dejar su casa, su familia, su vida —¿acaso no habían peleado por ello?—... sin embargo, era mayor el temor que le tenía a su padre.

Se dijo que su hermana no merecía todo eso —¡ellos no hacían nada malo!—. Ella no merecía sufrir y... estaba haciéndolo, enteramente, por culpa suya; había sido tan egoísta —la había deseado tanto— que la había arrastrado con él.

—Perdóname —se escuchó pedirle—. Perdóname, mi amor. Todo esto es mi culpa —en ese momento, comenzaba a recordar porqué se había marchado a Londres... porqué le huía.

—Vámonos —siguió ella, separándose de él para verlo a la cara.

Y él asintió. Se descubrió asintiendo. Volvió a limpiarle las lágrimas, con ambas manos, y cogiéndola por las mejillas, la besó repetidas veces en los labios.

—Sí —le dijo—. Lo que tú quieras. Lo que te haga sentir segura.

* * *

Para Matteo Petrelli, el sexo no tenía un significado en particular.

No lo veía como un acto sin importancia, pero tampoco trascendental. Entendía, sin embargo, que para algunas personas —especialmente para las mujeres— era algo significativo, por lo que intentaba mantener buena relación con las mujeres que se habían entregado a él. No hacerlo, no ofrecerles su amistad y atención, no ayudarlas cuando ellas necesitaran algo, sería no sólo una falta de respeto, sino una bajeza.

Matt no relacionaba el sexo con el amor pero sí era muy consciente de que, en una relación de pareja, era importante la monogamia... Afortunadamente para él, nunca se había enamorado —en ése momento ya sabía que, aquello que una vez sintió, en la pubertad, no había sido amor— y no sabía si alguna vez podría hacerlo, pues le asustaban los compromisos; no podía evitar sentirse intranquilo cuando sabía que una mujer —a la cual había visto ya por un tiempo— esperaba algo más de él —no le retiraba su apoyo. Él nunca lo haría. Algunas mujeres dejaban de hablarle por voluntad propia, luego de darse cuenta de que no podrían tener nada formal con él, pero Matt nunca les retiraría su apoyo ni la palabra—. Tampoco le gustaba hacerles daño y siempre les hablaba con la verdad: él no quería novia..., no iba a casarse nunca y no tendría hijos. No quería compromisos.

A Matt le aterraban las responsabilidades de todo tipo. Lo hacían ponerse ansioso... le hacían sentir que nada estaba bajo control, que todo era frágil..., ¡que iba a arruinarlo en cualquier momento porque su mamá se había ido y él no sabía dónde estaba, porque su papá estaba intoxicado en la sala y no despertaba, y porque no había nadie que cuidara de sus hermanitos y uno de ellos casi se mata!

Desde luego, Matt no entendía el origen de su aversión a los compromisos, el hastío que sentía y la angustia que le provocaban. Él sólo sabía que no le gustaban las responsabilidades, pero... con sus hermanos nunca había tenido opción. A ésa responsabilidad sí estaba atado: tenía que cuidarlos.

Gracias al cielo, Angelo siempre había sido autodidacta —y tenía ese enorme cerebro—..., pero Annie seguía siendo una niña —la niña— y a ella siempre iba a tener que cuidarla. A Matt se le podía acusar de muchas cosas, excepto de ser machista, sin embargo, no era ingenuo y tenía plena conciencia de que había muchos desgraciados —degenerados, basuras misóginas y sádicos resentidos— sueltos por el mundo.

No podía evitar sentirse molesto cuando sus amigos mencionaban lo guapa que era su hermana y, cuando los tipos la observaban en la calle —¡oh, cómo odiaba que le miraran el trasero!—, él se sentía furioso, pues lo consideraba una perversión asquerosa —¡ella era una niña! La niña... Su nena aún tenía su recámara llena de conejos de peluche—.

... y Angelo se la cogía.

Mientras Matteo se dirigía al bar donde ya lo esperaban su banda y Ettore, intentaba comprender cómo es que su hermano podía ver algo más, en la niña de la familia, que no fuera precisamente eso: una niña.

Ella parecía realmente una muñeca: bajita, delgada, con sus bucles rubios y esos enormes ojos azules en su carita afilada. ¿Cómo es que Angelo podía desearla?

Recordó a su hermanita riéndose, mostrando sus dientes blancos, recostada sobre el sofá en la sala de estar, vestida con su pijama rosa, de conejos..., y sintió asco al preguntarse si era precisamente eso lo que había atraído a Angelo de ella: su pureza. Su encanto infantil.

"No sé qué creíste ver, pero yo vi muy claro lo que tú hiciste" le resonó en la cabeza. Y cuando Matt bajó finalmente del taxi, frente al bar donde tocaría, sentía que los ojos le escocían.

* * *

Angelo buscó el pasaporte falso, que guardaba dentro de uno de los marcos, de esos muchos diplomas, que tenía amontonados en un librero, luego buscó el dinero en efectivo, que le había regresado Raimondo de la campaña del software. Cogió una mochila vacía, de la parte alta de su armario, y puso dentro un par de cambios de ropa.

Empacó en menos de tres minutos y, cuando fue donde Annie, a su recámara, la encontró haciendo una maleta, en la cual, fácilmente cabría ella misma —claro, si le sacaba ése montón de ropa, joyas, a Eveletta y los libros que había metido dentro—.

—¿Qué haces? —preguntó él, confuso—. No lleves tanto.

Anneliese lo miró, con sus ojos rojizos e hinchados.

—¡Es lo mínimo que necesito! —le explicó, luego se inclinó y tomó a su perrita—. Toma —se la alcanzó.

—¿Vas a llevarte al perro? —se preocupó él.

—¡No voy a dejarla aquí!

Angelo suspiró, dejó su mochila sobre la cama, sujetó al perro y lo puso sobre el suelo con cuidado, luego, se acercó a ella y le besó mejilla.

—Sólo una mochila, Annie —le suplicó—. No más.

Y ella se quedó mirándolo, decidiendo qué debía poner dentro de una mochila para largarse y abandonar toda su vida. Se sintió igual que un judío empacando sus pertenencias para ir a un campo de concentración, exactamente igual... porque incluso el mismo crimen había cometido. Ninguno. Ninguno en absoluto. ¿Qué mal estaba haciéndole a alguien? Hizo un puchero y se le cayeron nuevamente las lágrimas. Al momento, su hermano la abrazó y ella le echó los brazos al cuello, sollozando. Aún en su temor, pudo sentir la desesperación de Angelo, su frustración... y eso la aterró.

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Un judío metiendo su vida en una sola valija...


Ambrosía ©Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon