—Estás bien —le dijo, justo antes de soltarla y de que ella diera una enorme bocanada de aire.

Él volvió a detener su respiración por un par de segundos, luego aflojó un poco el agarre, lo suficiente para que ella pudiera inhalar algo oxígeno, lento, de manera progresiva; en pocos segundos, Anneliese sollozó al fin y le echó los brazos al cuello.

—Tranquila, bebé —le suplicó, apretándola un poco, haciéndola sentir segura.

Ella murmuró algo, entre sus lágrimas, y Angelo pudo entender la palabra «papá».

—No, no —él la miró a los ojos—. Todo va a estar bien —le prometió.

Matteo, incorporándose, los veía en silencio: Angelo, como siempre, estaba atendiéndola, y ella... como siempre, aferrada a él. Sus ojos grises fueron nuevamente al short, tirado sin cuidado, con las bragas dentro y... creyó entender: él no la forzaba..., se aprovechaba de ella, la manipulaba.

A sus ojos, Anneliese era una niña, Angelo no.

—Eres un monstruo —apenas podía hablar, pero esto no era consecuencia del golpe en su estómago.

El aludido lo miró, de reojo.

—Lárgate de una puta vez, Matteo, o irá en serio.

—¡Es tu hermana, desgraciado!

—¡También tuya y casi la desnudas! —Angelo alzó la voz—. No sé qué creíste ver, pero yo vi muy claro lo que tú hiciste —aseguró.

... Y Matteo perdió la expresión. ¿Qué era lo que estaba insinuando él?

—Cerdo —susurró, arrastrando las letras, incrédulo. Realmente él era un desgraciado—. Vamos, Anneliese —le ordenó, poniéndose de pie.

Ella se mordió un labio e intentó controlar su respiración, que se aceleraba una vez más.

—Ella no va a ningún lado contigo —Angelo también se levantó. Anneliese tiritó—. Y si vuelves a tocarla, te juro que te romperé los brazos en tantos trozos, que no volverás a usarlos jamás.

—Annie —siguió Matt, sin despegar la vista de su hermano menor, con los dientes apretados (el golpe en su mejilla derecha había comenzado a ponerse rojizo).

Y Anneliese se levantó —parecía que iba a desplomarse en cualquier momento—, y, en lugar de caminar al frente, hacia el mayor, dio un par de pasos a su izquierda, poniéndose detrás de Angelo, y se aferró a él.

Matt se sintió frustrado.

—¡No entiendes lo que estás haciendo! —juró a su hermana.

—No hables con ella —le ordenó Angelo, alzando la voz nuevamente, arqueando las cejas.

Al darse cuenta de que ella no tenía intenciones de acompañarlo —y él sabía que no era posible arrancársela a Angelo—, apretó los labios y fue hacia las escaleras...

Al verlo alejarse, Anneliese se sintió desesperada. ¡Iba a decírselo a su padre!

—¡Matteo! —le gritó (no fue siquiera consciente de que lo hizo y no supo de dónde le salió la voz: apenas podía controlar su respiración); corrió casi un metro detrás de él y se detuvo, con ambas manos empuñadas a la altura de su pecho. Las lágrimas le corrían por ambas mejillas, pegándole algunos cabellos rubios a la piel.

El muchacho, con un pie en el primer peldaño de las escaleras, aguardó, mirándola.

—No se lo digas a papá —se escuchó implorar.

Angelo torció un gesto de impotencia, ¡¿qué mierda estaba haciendo ella?! ¡¿Por qué se lo aceptaba de esa manera?!

—Anneliese —la llamó Angelo.

—¡Por favor, Matt! —siguió ella, ignorándolo; su voz tembló, al igual que todo su cuerpo.

Ambos se dieron cuenta de que ella estaba al borde de la histeria y... no era para menos. Los tres le tenían el mismo miedo a su padre.

—No entiendes, Annie —la voz de Matt se había vuelto lastimosa, pero no perdía la rabia.

La muchacha sollozó al igual que si hubiese sido sentenciada a muerte, y volvió a caer de rodillas... pero, esta vez, fue por voluntad:

—¡Por favor! —le suplicó. Había comenzado a llorar sin control.

Matt la contempló por un par de segundos, tragó saliva y, en silencio, continuó con su camino. La muchacha soltó un gemido alto, de temor, de derrota.

Angelo se sintió humillado. Su hermana se había derrumbado y, a cambio, no había recibido más que una mirada despreciativa. La humillación de su hermana la concibió como propia y, sin pensarlo siquiera, fue donde ella y la obligó a ponerse de pie —sintió débil su frágil cuerpo—.

An-g —decía ella, cuando lo subió subir detrás de Matteo, rápido, dando zancadas de dos en dos peldaños—. ¡Angelo! —le imploró, yendo detrás de él.

Pero ella no alcanzó a subir ni la mitad cuando Angelo empujó a Matteo, obligándolo a salir del sótano, y luego cerró la puerta por fuera, echando el pasador, apartándola de ellos.

Annie tembló. Dios, ¡¿qué iba a hacer Angelo?!

* * ** ** ** ** * *

:'c


Ambrosía ©Where stories live. Discover now