E i g h t

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—¿Por qué? —me preguntaste. Yo no entendí de qué me hablabas hasta que vi los papeles que tenías en tus manos. No, no, justo lo que no quería que vieras —. ¿Por qué hay tinta borrosa aquí? —señalaste una parte de tus propias letras. Me senté en el sofá junto a ti, pero no te quité tu diario. Ya había pasado mucho tiempo, no creí que te afectaría. O que llegarías a la página que no necesitabas ver.

—Son lágrimas, Amanda —te respondí, utilizando la mayor dulzura posible.

—Sé lo que es, idiota. Pero, ¿por qué? En el texto digo que todo va bien —quizá no recordabas que cuando eras pequeña, utilizabas todo lo contrario para decir la verdad —. Es más, mira —me señalaste un fragmento de tu diario. Este decía:

"Mis padres me aman. En la escuela me va super bien, tengo muchos amigos. Además, mis notas son sobresalientes".

Pero lo que más me dolió:

"Todo va perfecto. Sin complicaciones, sin problemas. Nadie me golpea".

—No sé, quizá debiste haber pasado un mal día... —intenté no decirte directamente que ninguno de tus días habían sido buenos.

—Quién sabe —dijiste. Pasaste unas cuantas páginas, leyéndolas lenta y detenidamente. Suspiraste al dsrte cuenta de todo —. Bien, gracias por mentirme. Quizá haber perdido la memoria me haya ayudado a olvidar mi horrible infancia para siempre —intentaste sonreír. Te detuve, porque sería una sonrisa frustrada y falsa. Completamente falsa.

No dije nada.

Seguiste pasando páginas, esta vez con tu cabeza recostada sobre mi hombro. Dibujos por todos lados, a medida de que ibas creciendo, menos violentos y más alegres. Tu vida había cambiado en la adolescencia, y para bien.

Esta vez, tu diario relataba sobre personas que veías en la calle o tus amigas (sí, Eliza y Frida ya estaban en tu vida). Eras feliz.

Comenzó tu etapa de la Polaroid. Tenías fotos pegadas en casi todas las hojas, y alrededor del 1985 ya habías empezado a aparecer conmigo. Nuestra primera cita tenía corazones en los costados.

Fotos en el océano. Dios, eternas fotos en el océano.

—¿Por eso es que te gusta llevarme al océano? —me preguntaste. Asentí.

Pasamos una buena tarde viendo fotos antiguas y, algunas, divertidas. Hasta que llegaste a la última página de tu diario. Tu madre con Kyle.

Arrojaste el diario contra la pared y te encerraste en el baño por horas. Intenté sacarte, pero fue en vano. Lo único que me indicaba que aún estabas despierta y no te habías quedado dormida era ese llanto que me prometí no volver a escuchar algunas cartas pasadas.

Bien, fallé en mi promesa. ¿Es que nada puede salirnos bien?

Ocean. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora