S e v e n

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—Dave, ¿podrías traer a Kyle? Necesito verlo —me dijiste.

Kyle. Habías nombrado a lo que no nos atrevíamos a mencionar. Nuestro hijo, difunto hijo.

No sabía cómo explicártelo.

—Yo... Kyle... —susurré. Exhalaste. Di un paso. Te abracé. Y lloré —, él no está, Amanda.

—Sí, ya déjate de estupideces y tráelo —dijiste, soltándote de mi abrazo y pasándome un pañuelo para limpiar mis lágrimas.

—Lamento decir que no será posible —suspiré. Tragué mis mocos —. Falleció, simplemente... por culpa de tu madre.

Te reíste.

—Te dije que ya basta de idioteces, y encima de mal gusto. Ve a la maldita cuna y tráeme al bebé —me estabas enojando. Inhalo, exhalo —. O voy a buscarlo yo —te encaminaste hacia la habitación que antes era de él. Te agarré por el brazo, y bien, admito que estuve mal al apretar más de la cuenta. Y realmente me arrepiento —. ¿Qué demonios te sucede? Suéltame. Ahora —ordenaste.

—¡No, Amanda, no! —te grité. Culpable —, ¡él no está! ¡Falleció! ¡Jamás volveremos a verlo de nuevo! —en tus ojos vi esa chispa. Aquella que vi cuando recordaste el nombre de tus amigas. Pero esta vez no era de felicidad, créeme.

—No, pero, Kyle, él... —lentamente fui soltándote. Te dejaste caer en el sofá —, no... no puede estar muerto, ¿me escuchas? Yo lo vi. Juro que pude verlo —susurraste —. ¿Y mi madre? —lágrimas en tus ojos.

—Bien, esta quizá sea la mejor parte de la peor —llorabas —, ella está... muerta —dije al fin. Meses ocultándotelo causaron una reacción casi satisfactoria en mi ser. Como esos pelos que se te ponen de punta.

No dijiste nada. Sólo lloraste, pero no pude distinguir cómo. No habías recordado todo de ellos dos, aún no entendías gran parte de las cosas.

Cariño, hoy en día recuerdo todas esas gotas cayendo de ti y juro por mi vida, que nunca más volverán a caer.

Ocean. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora