Caminé calle arriba, con las luces apagadas y sólo las de las farolas, las de los semáforos y el letrero de la única cafetería abierta las veinticuatro horas.

Abrí la puerta con cuidado, y en ese instante la dependienta salió de detrás del mostrador, mientras me acercaba sacando la cartera de mi bolsillo.

—Buenas, ¿qué vas a tomar? —Preguntó con una gran sonrisa. Parecía que siempre estaba de buen humor incluso si eran las doce de la noche.

—Un café solo, pequeño, por favor. —Asintió girándose para coger el vaso, y cogió el rotulador entre sus dedos.

—Lau... Laur... ¿Laura? —Desencajé la mandíbula negando, soltando un pequeño suspiro.

—Lauren, Lauren. —Sonreí moviendo el dólar entre mis manos, y la camarera asintió dándose la vuelta para hacer mi café.

La verdad es que la chica era bastante guapa, con el pelo recogido moreno, labios carnosos y unos profundos ojos color café. Además, sus manos eran finas con dedos largos, y llevaba algunas pulseras de bolas pequeñas plateadas en las muñecas. Lo hacía todo con delicadeza y dedicación, incluso al poner el vaso en la mesa lo hacía con una sonrisa.

—Un dólar, Lauren. —Solté una suave risa al escuchar que pronunciaba mi nombre más bajo. Puse la moneda en la palma de su mano y cogí el vaso, retirándome a la mesa que estaba justo al lado de la ventana.

Hoy no llovía, pero aun así, las noches en Toronto siempre traían algo de inspiración, y esa noche no era una excepción. Me quedé mirando fuera, a la noche, a las calles de aquél barrio que tenían magia en cada rincón.

Mi mano comenzó a moverse rápida sobre el papel, a escribir frases que llegaban al alma, dejando la tinta correr en la hoja, manchando mis dedos de negro, hasta tener media página escrita de un texto que esperaba que nadie viera.

—¿Qué estudias? Si no es mucha indiscreción... —La voz de la camarera me sacó del mundo en el que me había sumergido, y parpadeé un momento, desencajando la mandíbula.

—No estoy estudiando. No estudio. —Abrió los labios asintiendo, mientras yo retorcía el bolígrafo entre mis dedos con una mueca.

Eso era lo que más me dolía de todo, que no podía estudiar. Yo quería, pero la situación era demasiado complicada en la vida como para permitirme estudiar en la universidad.

—¿Y entonces qué haces?

—Escribo. Cosas. —Añadí sin dar más detalle, y la camarera asintió con una sonrisa tierna. No quería molestarla, pero tampoco quería que ella me molestase a mí. Para ser sinceros, ¿de verdad se interesaría alguien por las cosas que escribo?

—¿Alguna vez has escrito sobre esta cafetería? —Preguntó ella con el ceño fruncido. No sabía qué responderle, no sabía si lo entendería.

—De una forma metafórica y literaria, sí. —Me humedecí los labios dando pequeños golpecitos en el cuaderno.

—¿Qué significa eso? Es decir... ¿Cómo se escribe eso? ¿Cómo puedes describir de forma metafórica una cafetería? —Solté una risa encogiéndome de hombros, porque no tenía ni la más remota idea de cómo se hacía eso. Suponía que era algo que llevaba en mi interior y que no podía explicar.

—No lo sé. Supongo que sale solo, no tengo una buena definición para eso. —Suspiré levantándome de la mesa, metiendo el cuaderno y el bolígrafo en la mochila. Me tragué el último sorbo de café, mirando a la camarera. —Que te vaya bien. —Me despedí sin decir nada más, y ella levantó la mano para despedirse.

—Hasta mañana.

Salí de allí, con la mochila a la espalda y una bufanda al cuello. La vida estaba siendo demasiado difícil en aquellos momentos, la vida para mí era más un sacrificio por mi familia que vivirla por mí.

En el metro, había un grupo de chicos que se reían en el vagón, me miraron. Estaban en mi clase cuando íbamos al instituto, ahora todos iban a la universidad y estaban en tercer curso. Yo...

—¡Eh, Jauregui! Que te has quedado de friega platos, ¿no? —Todos se rieron, y yo apreté los ojos enredando el borde de la sudadera entre mis dedos. Ellos no sabían nada, nadie sabía nada de lo que yo estaba pasando.

Me gustaría poder contárselo a alguien, contarle que mi familia estaba mal, que... Necesitaba amigos, alguna persona fuera de casa que me entendiese y me ayudase; pero no había nadie. Nunca había nadie. De fondo, aquellas burlas me hacían sentirme una fracasada, una desgraciada que no tenía ninguna suerte en la vida. Que no iba a hacer nada nunca porque tenía que cuidar de su familia.

Cuando llegué a casa, los dos dormían. Mi padre ni siquiera me había puesto una manta en el sofá.

Me acosté pensando que a lo mejor todo mejoraría algún día, o todo iría a peor.

Antes de dormir pensé en lo que había escrito de aquella cafetería. Quizás esa cafetería era el único rinconcito de paz que quedaba en mi vida.

*

Camila's POV

Cuando la vi entrar por la puerta fruncí un poco el ceño, señalándola con el rotulador.

—¿Café solo, pequeño, verdad... Lauren? —La chica se fue acercando al mostrador asintiendo, sacándose la cartera del bolsillo trasero del pantalón.

—Verdad. —Murmuró dejando el dólar en la mesa.

No sé qué traía a esa chica por aquí, más bien no sabía cómo alguien podría estar escribiendo a las dos de la mañana en una cafetería vacía del centro de Toronto. Me parecía una auténtica locura. Las calles no eran muy seguras de noche, y menos para una chica sola.

Terminé de echar el café en el vaso y le dibujé una carita sonriente al lado de su nombre antes de dárselo. Cuando lo puse en la mesa, ella se quedó mirando el vaso con el ceño fruncido hasta que lo cogió con una tímida sonrisa.

No dijo nada, se sentó en la mesa de siempre frente a la ventana y sacó su cuaderno junto con un par de bolígrafos. Reparé en sus manos, las tenía manchadas de tinta por algunas partes, o quizás no era tinta.

Cogí el trapo y empecé a limpiar las mesas del local una por una. Algunas tenían manchas de café de toda la tarde, así que tuve que emplearme a fondo en la labor. Mientras la chica escribía concentrada me acerqué a su mesa con el trapo en la mano, ella levantó la cabeza con el ceño fruncido.

—¿Quieres que te limpie la mesa? —Señalé la tabla de madera.

—Oh, uhm... —Se levantó de la mesa dejándome espacio, recogiendo el cuaderno en el que estaba escribiendo. Pasé el trapo mojado por la mesa, quitando algunas manchas de café que habían saltado de su vaso al remover el azúcar.

—Perdona si te he molestado, pero ya está, ya tienes tu mesa bien limpia. —Sonreí secando la mesa con el trapo seco, separándome un paso para que ella se volviese a sentar.

—Gracias. —Se sentó de nuevo abriendo el cuaderno en la mesa. Lo miré rápido y me di la vuelta; lo único que conseguí observar eran tachones, letras que eran casi garabatos y flechas que iban de un lado a otro.

¿Qué estaría escribiendo aquella chica?

blue nighttimes; camrenWhere stories live. Discover now