—No traigo nada que pueda darte —logro hablar, finalmente.

Los nervios me están carcomiendo.

—Quítame eso de la cara —digo mirando el arma que está apuntando en dirección a mi entrecejo.

Cualquier persona normal en una situación como esta, no dudaría en hacer lo que dice el delincuente, sin embargo, es el temor que me hace reaccionar como si fuera una valiente de mierda. Son los nervios lo que me están haciendo decir estupideces.

—¡Cómo qué no traes nada! —Grita exasperado—. ¡Perra inútil! —vocifera.

Su voz me deja claro que solo es un niño con problemas. Veo como con su mano libre, sorbe su nariz con desesperación. No puedo ver más que sus ojos oscuros.

—No tengo nada que darte —Repito revisando mis bolsillos.

Siempre que salgo de casa, llevo lo justo y necesario conmigo; mi identificación, mi celular, mis llaves y lo poco de dinero que mi padre me da. Escucho un gruñido de parte del chico y rápidamente se abalanza contra mí para revisarme con euforia.

—¡Te dije que no tengo nada, maldito salaud¹—Exclamo al mismo tiempo que lo empujo para alejarlo de mí.

¿De dónde he sacado tanta valentía?

¿O simplemente estoy muy ebria?

Evidentemente la ebriedad se ha ido en cuanto vi el arma.

—¡Cállate perra! —Me grita de vuelta apuntándome nuevamente—. ¡No te muevas!

Sus manos empiezan a temblar, entonces me entra el pánico de que alguna bala se le escape y termine asesinándome.

—Oye, solo cálmate —digo tratando de tranquilizarlo, mientras alzo mis manos hacia la altura de mi rostro.

Aún sigo mareada por culpa del alcohol, pero no voy a dejar que me ponga una bala entre los ojos. No he sido lo suficientemente buena en este mundo para partir de él y terminar en el infierno, porque así lo ha decidido un delincuente. ¿Y por qué me preocupo por ir allá si no creo en el Diablo?

No tengo ni la mínima idea, pero en estos momentos no me interesa averiguarlo.

—La que tiene que calmarse eres tú —Se acerca y pega la pistola a mi frente. Siento el metal frío sobre mi piel.

Los vellos de mi cuerpo se levantan como si tuvieran vida propia. Mon Dieu², soy muy joven para morir.

El miedo comienza a hacer de las suyas, ¿y cómo no? Estoy a punto de recibir una bala que puede acabar en segundos con mi miserable existencia, todo gracias a un niño desesperado y seguramente drogado que solo quiere robarme, para volver a drogarse.

Su arma está justo en medio de mis ojos y lo veo pensar unos segundos, luego cambia la dirección, dirigiéndola hacia mi pierna derecha, acto seguido y sin ningún titubeo, oprime el gatillo. Escucho el ruido del arma disparándose en el preciso momento que siento el dolor atravesándome la carne y quemándome los huesos. La bala se ha incrustado con fuerza dentro de mi delgada pierna, haciéndome caer al suelo, provocándome la sensación de un intenso calor, empiezo a sudar frío. Se siente como si mi piel estuviera expuesta ante una intensa llama, y al mismo tiempo la sensación de ser ahorcada por mis propias entrañas se hace presente.

El chico se larga a correr, mientras yo llevo una de mis manos hacia la herida. Bastardo, es todo lo que pienso; ¿no pudo solo irse y dejarme en paz? Me tomo la pierna con ambas manos, la sangre empapa mis manos y se escabulle entre mis dedos. Duele y quema como el mismo infierno. Mis fosas nasales se dilatan y no puedo evitar soltar un quejido acompañado de ese intenso dolor.

Daron, un ángel para Nathalia © [Libro 1]✔Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon