CAPÍTULO VEINTE

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 ❛el derecho de sangre❜  

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 ❛el derecho de sangre❜  


LOS PÁRPADOS ME PESABAN, hinchados e irritados, cada vez que intentaba abrirlos. Era como si una fuerza mayor me obligara a seguir durmiendo. Pero cuanto más reposaba, más mareada me sentía. Me sorprendió el hecho de encontrarme en la tienda de las chicas y no en la que usaba habitualmente. No recordaba ni conocía el motivo concreto por el cual me encontraba en un lecho improvisado con pieles y mantas amontonadas en el suelo, pero una sensación bochornosa y humillante empezó a ronronear en mi estómago.

Mi mente estaba atestada de lagunas y lo único que recordaba era bailar y reír al rededor de una viva hoguera. No tenía un referente concreto por el que guiarme a través de estos recuerdos; estaban desordenados y alborotados en mi memoria y no sabía qué había pasado antes o después, el por qué o el cómo. Lo único que podía detallar con precisión era cómo me sentía al girar sobre la hierba húmeda, con el vuelo de la falda rozando mis piernas con su tela y dejándolas a la vista al bailar. Los colores, los olores y los sabores se mezclaron en una densa bola de humo y la gente con la que hablé o bailé o reí o bebí eran borrones que se movían a mí al rededor.

Parecía un sueño, un lienzo en blanco, una noche perdida entre los recuerdos.

Me incorporé, pues el hambre había llegado a mí como una ola rompiendo contra las rocas. La cabeza me palpitó durante unos segundos cuando mi cuerpo estuvo totalmente erguido sobre el suelo, pero pronto recobré el equilibrio y la compostura.

Me di cuenta que llevaba el mismo vestido de la noche anterior y que mi pelo, ahora enmarañado y hecho un estropicio, continuaba a duras penas peinado con el mismo estilo de unas horas atrás.

Era como si hubiese terminado con la fiesta abruptamente, como si me hubiese transportado de repente a la tienda de las chicas, las cuales, extrañamente, no se encontraban ahí. Desconocía qué hora era, aunque el ver las camas hechas y vacías y el calor traspasando las paredes de tela eran un claro indicio de ser pasado el mediodía, por lo que me apresuré en peinar como pude el lío de cabellos sobre mi cabeza y en limpiar mi cara en el agua que encontré en un cuenco próximo a mí.

Poner un pie fuera de la tienda supuso sentir el calor del suelo calentado por los rayos del sol. Todo el mundo estaba por sus labores y parecía que la fiesta de la noche pasada había sido un vago recuerdo que no podía conservar.

Susan y Lucy se encontraban a unos cuantos metros de mí, sentadas al rededor de nuestra mesa de desayuno -vacía y sin comida alguna yaciendo sobre esta-, charlando mientras jugueteaba la más menor de las dos con su pequeño cuchillo y el frasco con el elixir mágico. Al escucharme llegar, alzaron la vista y la típica amable y hospitalaria sonrisa pasó a ser una pícara y divertida que me hizo poner los ojos en blanco.

─Vale, ¿qué pasa? -pregunté con la voz algo ronca, arrodillándome junto a ellas y dejando que el vuelo de mi vestido rodease mis piernas- Tanta risita a mi costa no me está gustando.

THE GUARDIAN | PETER PEVENSIE 1 ✔ [EDITANDO]Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon