-Lo que sí creo -siguió él- es que te valió una mierda mi opinión, que, si hubieses estado embarazada, habrías dispuesto de mi hijo como se te diera la puta gana porque, eso fue lo que hiciste, ¿no? Y, ¿sabes qué es peor? Que no me consideraste con el suficiente derecho para contármelo siquiera.

Anneliese esperó un momento, quieta, luego se chupó los labios mientras comenzaba a asentir lentamente.

-Estás mal en una cosa -comenzó, desviando la mirada. Su voz era baja, era como si apenas fuese capaz a hablar-: no habría dispuesto de tu hijo, sino de mi cuerpo porque es mío.

-No--

-Lo es. Te guste o no y -esperó un momento-... aunque te moleste que piense por mí misma, tienes que saber que lo hago: yo no considero un ser humano (y mucho menos un hijo) a un embrión -él intentó decir algo y ella alzó su voz, aún sin mirarlo-. Eso es lo que opino. Eso es lo que pienso. Aun así -lo miró a los ojos-... yo no aborté, Angelo -moduló su tono una vez más.

-Lo sé.

-Entonces--

-Valiéndote una mierda tu vid... -se interrumpió- nuestra vida -corrigió. No era de ella, ni era de él: sus vidas eran una-, y mi decisión, seguiste adelante, te inyectaste para matar a nuestro hijo porque, en ese momento, ni tú ni yo sabíamos que no estabas embarazada.

»Da igual si al final había un niño o no, porque de igual manera lo hiciste.

Annie sintió dolor en la mandíbula al tiempo que sus ojos se empañaban.

-Me gustaría que pedirte que te marcharas -susurró-. Me gustaría pedirte que me dejaras sola, pero -rodó la primera lágrima-, quiero que te asomes por ésa ventana -señaló con un movimiento de su cabeza la ventana detrás del muchacho, junto a su escritorio-. Hazlo.

Él no se movió. Ella aceptó su falta de participación. No le sorprendió, sorpresa hubiese sido que él cooperara.

-Sí iba a hacerlo -confesó ella.

-La noche en que dijiste que dormirías con Laura...

-Sí -aceptó-. Iba a hacerlo porque es mi cuerpo y es mi vida (y sólo yo decido qué hago con ellos), pero... tuve miedo.

-¿De? ¿Morir desangrada y que tu amiga te tirara a una zanja? -tanteó, cruel.

Ella torció un gesto de dolor; en ése momento, ella ni siquiera reparó en que su pregunta llevaba implícito que creía en ella.

-¡Por ti! -alzó ligeramente la voz, frustrada-. Pensaba en ti y, primero... me daba miedo morir porque sabía que te dolería muchísimo y, después... -se limpió una lágrima rápidamente, con los dedos, y se quedó mirándolo-... le llamaste tu hijo -susurró. Sonaba débil, derrotada-. No pude porque... era tuyo.

»Para mí -la respiración se le dificultó-... no era nada, ¡nada en absoluto! Y aun así no fui capaz de meterme la aguja porque le haría daño a tu bebé. Yo no lo quería (¡estaba aterrada de tener a un ser vivo desarrollándose dentro de mi cuerpo!), pero tú sí y... ¿cómo podría dañarlo, entonces? Tú lo querías a él y yo a ti.

»Iba a tenerlo, Angelo, e iba a largarme contigo a donde tú quisieras... ¿podría ser de otra manera? ¿No ha sido siempre así? -las lágrimas le escurrían por la barbilla. Era como si no tuviese ya las fuerzas para secarlas.

Angelo no había dicho una sola palabra mientras ella hablaba; sus ojos no revelaban nada. Annie adivinó que estaba evaluando lo que ella decía.

-Estaban vacías -soltó él, finalmente.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now