—¿¡Qué le has hecho, Ian!? —Dijo Mike empujándolo lejos de mí, aunque yo no quería que lo alejara de mí.

—¡Hey! ¡Tranquilo, Michael! Iba a bajar a beber agua y la oí llorar. —Se excusó Ian con la verdad.

Yo me tiré de rodillas al suelo, abrazándome a mí misma, sintiendo asco de que las manos de aquel abusivo hombre hubieran estado sobre mí en algún momento, de que hubieran tocado los puntos sensibles que no se deberían tocar siendo un hombre que me doblaba la edad y, menos, siendo el novio de mi madre.

Miré mis manos mientras oía a Ian decirle a Mike que no fuera tan sobreprotector, que no me había hecho nada, Mike parecía molesto de que Ian me hubiera consolado durante unos escasos minutos que no llegaban a cinco y los demás chicos intentaban calmar la acalorada discusión porque yo no estaba en posición de presenciar esto ahora mismo.

Sentía asco de mi propio cuerpo al saber quién había robado toda mi inocencia y mi pubertad. Sentía repulsión y grima, así que no tardé en comenzar a quitarme la ropa hasta quedarme con la interior y correr al baño para meterme en la ducha.

Abrí el grifo del agua fría, dándome igual que la puerta estuviera abierta, que los chicos estuvieran en mi habitación o que me hayan visto en ropa interior. Necesitaba sentir otra cosa que no fuera miedo.

Otra vez.

Tenía que quitarme esta repugnante sensación de encima y lo estaba intentando restregando la seca esponja por todo mi cuerpo con vehemencia, con fuerza y rabia porque no se iba. Me estaba arañando la piel, pero eso era lo que quería, deshacerme de este efecto que aún sentía en mí.

Me tiré de rodillas en medio de la bañera llorando, aún desgarrándome la piel para limpiarla, hasta que dejó de salir agua del grifo y miré hacia arriba despacio, con temor.

—Vas a enfermar, Kay. —Mike tenía una toalla abierta en las manos. —Vamos, sal de ahí. —Me dio la mano y me ayudó a salir.

Temblé con los últimos espasmos del llanto y frío cuando Mike pasó la toalla por mis hombros, me llevó hasta la habitación donde ya no había nadie, y me sentó en la cama.

Se volvió a ir y a los segundos apareció con otra toalla que puso sobre mi cabeza para secar mi pelo, acción que hizo él mismo arrodillándose frente a mí, como si fuera una niña indefensa que no podía valerse por sí misma.

—¿Qué ha pasado? —Preguntó cauteloso revolviendo mi pelo con la toalla.

—He tenido... Una pesadilla. —Me calmé un poco.

—¿Solo eso? —Asentí.

—Ian es un buen hombre. —Él suspiró.

—Lo sé, ya me he disculpado con él. No tuve que haber desconfiado, pero en tu situación... —Le interrumpí.

—Nadie me va a hacer daño en casa. —Asintió.

—Tienes razón. Nadie te va a hacer daño en casa. —Sonrió un poco y terminó de secar mi pelo. —Te dejo para que te vistas, ¿vale? —Se levantó haciendo una bola la toalla con la que me secaba y llevándosela cuando salió sonriéndome.

Me levanté, fui hasta el armario sacando otra ropa y me metí en el baño para cambiarme la empapada ropa interior, ponerme una limpia y cambiarme también, el dichoso tampón.

Cuando estuve lista, me peiné un poco haciéndome una trenza mal hecha. No tenía ganas ni intenciones de salir de casa hoy, no tenía ánimos, por eso me había puesto algo cómodo de no salir; pantalón corto y una camiseta grande.

En la habitación, me volví a poner las pulseras y muñequeras. No me gustaba que los chicos miraran mis antebrazos y había decidido llevarlas en casa también, al menos hasta que las cicatrices fueran un poco menos visibles.

Mientras hacía la cama, recordé que me había dormido apoyada en el árbol y palpé todo mi cuerpo buscando la foto con desespero porque no podía perderla, hasta que miré sobre la mesita de noche viendo que estaba ahí.

Suspiré de alivio y la abracé con cariño sentándome hasta que unos golpes al otro lado de la puerta me hicieron reaccionar y guardarla debajo de la almohada, aunque no era ningún secreto que tenía esa foto, pero era la costumbre de esconderla de mi madre.

—¿Podemos pasar? —Habló Mike al otro lado, de nuevo.

—Claro, adelante. —Restregué mis ojos con los puños, pues me picaban de llorar nada más despertarme.

La puerta se abrió con la imagen de mi tío con una bandeja de desayuno y la dejó sobre la mesa de noche, sentándose a mi lado mientras palmeaba mi muslo, y los demás chicos también entraron sentándose por donde podían.

—Tómate las vitaminas también. —Mike señaló la pequeña pastilla al lado del zumo de naranja.

Asentí, la tomé y me la tragué seguida de un sorbo agridulce. Le había puesto azúcar al zumo de naranja y eso me pareció un dato curioso porque se acordó y solo lo mencioné una vez cuando habíamos ido de compras.

—¿Quieres hacer algo hoy? —Me preguntó Matt inclinándose hacia adelante y negué comiendo un trozo de tostada.

—¿En serio vas a volver a eso de no hablar? —Miré a Josh que había preguntado.

Sus preguntas siempre parecían fuera de lugar y de tono, incluso podían parecer bordes o groseras, igual que algunos comentarios, pero ahora sabía que solo era su apariencia.

—No, solo estoy desayunando. —Respondí con simpleza, ganando algunas pequeñas risas.

—¿Quieres que nos vayamos? —Me encogí de hombros ante la pregunta de Néstor.

—Siempre he desayunado sola, no me importa si quieren irse. —Volví a morder la tostada.

—¿Sabes, Kay? —Suspiró Mike. —Nos gustaría tanto saber todo sobre ti, sobre tu antigua vida, suprimiendo ciertos detalles. —Avisó. —Nos gustaría saber qué hacías, dónde vivías, el instituto al que ibas, la ciudad que... —Le interrumpí mirando la media tostada.

—No vivía en una ciudad, vivía en un barrio tan pobre que se caía a pedazos. —Di otro mordisco, mastiqué y tragué. —Vivía en el tercer piso de un edificio sin ascensor, que no tenía color porque se le había caído la pintura, estaba lleno de graffitis y las paredes estaban pintadas con dibujos que hacía cualquiera que quería. —Me encogí de hombros.

—¿Y tu instituto? —Volvió a preguntar.

—Era un poco religioso. Nos obligaban a rezar al entrar y teníamos que llevar un horrible uniforme; pantalón negro y camiseta blanca. La mayoría de profesores no se preocupaban por nosotros, aprobaban y suspendían según les parecía o si el alumno les caía bien. —Repetí el proceso acabando una tostada.

Los chicos se miraron entre ellos asombrados de las cosas que les estaba contando pero, al fin y al cabo, no eran mentiras. Las cosas habían pasado así.

—Y... —Miré a Néstor. —¿Qué solías hacer allí? —Suspiré pensando que me estaba preguntando por mi anterior vida escolar para no hablar de mi vida en casa.

—De todo. —Comencé a comerme la segunda tostada. —Hacía actividades extraescolares, talleres, proyectos, trabajos, ayudaba en las preparaciones de las fiestas cuando habían, me quedaba a hacer clases de apoyo, ayudaba a niños pequeños con las tareas, incluso me quedaba con ellos hasta que sus padres iban a buscarlos porque siempre había alguno que se retrasaba. —Enumeré.

—Tienes un corazón enorme... —Mike acarició mi cabeza.

—Sí, demasiado... Supongo... —Murmuré.

—¿Ibas con tus amigos cuando salías del colegio? —Miré a Matt.

—No tenía amigos. Cuando salía iba directamente a casa de Crystal y me quedaba ahí haciendo las cosas de la casa, iba a comprar, cocinaba... Esas cosas que tengo que hacer. —Me encogí de hombros.

—¿Por qué? —Preguntó Ian confuso.

—Porque es mi obligación como mujer. —Dije naturalmente.

Katie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora