6. -Día uno.

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Aunque los chicos, o al menos Mike, habían estado llamando a la puerta de mi habitación para que abriera, no lo hice. Por suerte, la había cerrado con seguro por dentro porque vi que se movía el pomo.

Tenía que mantener la mente ocupada en otras cosas y que no fueran dañinas, así que puse mi teléfono a cargar, encendí el ordenador portátil y me senté en el escritorio a oír música.

Subí el volumen más y más alto para tapar los recuerdos de John, tanto tocando mi frágil cuerpo preadolescente, e incluso ya adolescente y adulto, como diciéndome cosas obscenas, hasta que mis tímpanos empezaron a pitar y tuve que parar o haría me sangraran.

No importaba cuánta música pusiera, esos recuerdos no desaparecerían jamás. Siempre estaban ahí, cada vez más presentes y dolorosos. No sabía qué hacer. Estaba sola, asustada y no tenía idea de lo que sucedería ahora en mi vida.

Me tiré en la cama temblando, llorando y haciéndome una bola hasta que el sueño más el hambre pudieron con mis fuerzas, cayendo en un profundo sueño para afrontar la semana que estaba por llegar.

Al día siguiente me desperté a las seis, como estaba tan acostumbrada. Era lunes, pero no tenía que empezar la escuela de adultos aún, puesto que tenía una semana para adaptarme al cambio tan drástico de vida.

O al menos eso me había dicho el Sr. Morgan en la institución mental cuando llegué y me dijo que Mike iba a ser mi cuidador, ya que me había dado una charla inicial o algo así.

Por eso intenté volver a dormirme porque dormir me aliviaba el dolor.

O al menos no estaba despierto pensando en lo triste y miserable que estaba siendo mi vida para una chica tan joven.

No podía dormir porque me dolía el vientre. Me dolía tanto que acabé yendo al baño a vomitar del hambre que tenía, pero como mi estómago estaba vacío, solo pude vomitar agua y un líquido amarillento.

Me enjuagué la boca y me miré en el espejo con el pelo pegajoso por toda mi cara sin ningún tipo de orden, estaba revuelto y asqueroso, lo que me recordó que debería darme una ducha.

Me quité la ropa con la que dormí ayer que, básicamente, era la misma que tuve puesta durante todo el día y el viaje, porque no me la había quitado para nada, y me volví a mirar en el espejo.

Me incliné en el lavabo para verme la cara de cerca y puse una mano en mi mejilla, arrastrándola hacia abajo y viendo la piel estirarse hasta que se veía la córnea blanquecina de mi ojo, pero estaba medio rojiza, quizá por haber dormido tanto, por haber vomitado, por haber llorado o por todo lo anterior.

Saqué la lengua mirándome de cerca todavía. Estaba un poco más blanca con ligeros tonos amarillos, aunque no sabía si era de haber vomitado hacía unos minutos o era porque no estaba bien de salud. Podía ser ambas.

Me alejé de nuevo y me vi de cuerpo entero. Era muy blanca y el pelo negro me hacía ver más pálida aún. Mi complexión era delgada, pero los huesos de mis costillas se marcaban un poco y la piel casi se pegaba a mis huesos.

Las venas que se veían en mis muslos, pubis, pechos, manos o antebrazos, y que no estaban tapadas por cicatrices de cortes o heridas, sobresalían con mucha claridad en tonalidades azules o violetas.

Definitivamente, mi salud no estaba bien.

Dejé de examinarme cuando me di cuenta que estaba contando los infinitos hematomas y cicatrices que tenía con lágrimas en los ojos, así que me metí a la ducha con agua helada.

Quizás así podría sentir otras cosas que no fueran dañinas.

Me lavé tomándome mi tiempo, pero tampoco quería tardar mucho porque iría a desayunar algo y no quería que alguno de mis compañeros de casa estuviera despierto para encontrarnos en la cocina.

Katie.Where stories live. Discover now