En efecto, era ella, y aproveché para ver la hora dándome cuenta que habían pasado las dos de la tarde y no había hecho la comida aún, así que me levanté corriendo sin leer el mensaje y fui hasta la cocina a paso rápido para preparar algo.

—¿Por qué tanta prisa, Kay? —Preguntó Mike por la ventana que separaba la cocina del jardín.

—Tengo... Tengo que hacer la comida. —Frunció el ceño extrañado por mis palabras y negó.

—No, tranquila, hemos pedido comida italiana. Estará al llegar. —Respondió con indiferencia. —¿No te gusta? —Me encogí de hombros.

—Nunca la he probado de un restaurante italiano como tal. —Confesé y él hizo un gesto de manos para que volviera con ellos.

—Te gustará. A nosotros nos encanta. —Afirmó Ian sonriente, como siempre, y yo volví a sentarme cuando ellos asintieron.

Justo cuando me senté, el timbre sonó. Ellos se levantaron para ir a abrirle al repartidor y, por lo que pude oír, para preparar la mesa del porche trasero y comer aquí.

El calor dentro de la casa era mortal aún con el aire acondicionado encendido y era peor que el que hacía por fuera porque era un sitio cerrado así que, al menos, en el jardín corría un mínimo de aire natural por la sombra de la casa.

Me levanté para ayudarles, pues era yo quien tenía que hacer estas cosas por ser la mujer, pero un mareo me hizo agarrarme de la mesa para no caer.

De repente, el estomago se me revolvió y creí que iba a vomitar aquí mismo, sin contar el fuerte dolor abdominal que me hizo doblarme y la pérdida de conciencia que me hizo caer al suelo.

(...)

Cuando abrí los ojos estaba todo borroso y difuminado, así que tuve que restregarlos con mis manos, cerrándolos y abriéndolos de nuevo, dándome cuenta de que me salía un cable de la muñeca izquierda y otro de mi dedo corazón.

El cable del dedo del medio estaba conectado a una máquina detrás de mí que emitía unos leves pitidos con mis pulsaciones y el otro, más parecido a una manguera, estaba conectado a un suero en una barra de metal.

Entonces, me di cuenta donde estaba.

Me miré de arriba a abajo y observé que estaba acostada en una camilla, llevando puesta una ligera bata blanca con lunares azules y de mangas cortas, propia de un hospital, lo que dejaba expuestos mi herido cuerpo con cicatrices.

Me senté rápidamente con la espalda contra la pared observando mis antebrazos y mis piernas también descubiertas a medio muslo, culpa de la sábana que se había bajado, y luego miré todo alrededor; era una habitación grande decorada en tonos blancos con azules pasteles.

Encima de una alargada mesa por los bajos de la cama, había una mochila bandolera, la misma que Mike el día que fue a buscarme y que siempre usaba, seguida de unas cuantas pertenencias más tales como teléfonos móviles, llaves o carteras, lo que me dejaba en claro que los chicos estaban por aquí.

De acuerdo a mis acertadas sospechas, la puerta se abrió con cuidado dejándome ver la imagen de una doctora entrada en edad, quien era seguida por los cinco hombres con expresiones bastante tristes, incluso Mike tenía los ojos rojos e hinchados, y eso me puso triste a mí.

—Ah, estás despierta. —Me habló la doctora llamando mi atención. —Has sufrido un golpe de calor, Katie, y podría haber sido mucho peor. —Se acercó a mi camilla. —Sobretodo por lo mal que estás de salud y por esas cosas que tienes en los brazos y muslos, así como en casi todo el cuerpo, cariño. —Agaché la cabeza sintiéndome regañada.

—Lo siento... —Susurré.

—Ya le he dicho a tu cuidador que si quieren podría recomendarte ir a un psicólogo de confianza para que te ayude en lo que necesites. Le puedes contar lo que quieras, cómo te sientes, lo que piensas, lo que quieres hacer con tu futuro, lo que te gusta hacer, lo que ha pasado en tu pasado, valga la redundancia... —Se rió un poco aligerando el ambiente, pero mi cabeza seguía agachada.

No quería ir a un psicólogo. Estaba empezando a sentirme bien, a ser una joven normal gracias a Abby y estaba empezando a dejar atrás mis temores y miedo gracias a mis hombres.

Ya no lo necesitaba.

—Irá. —Confirmó Mike desde la mesa con los demás y negué con la cabeza al mirarle. —Sí, Katie. No digas que no porque vas a ir. —Sentenció.

Mi impresión fue que estaba decepcionado, molesto, enfurecido.

Había dicho mi nombre y no ese paternal apodo al que me empezaba acostumbrar y el que empezaba a gustarme.

Mike estaba molesto y enfadado.

Cuando llegara a casa me iba a castigar y yo no quería eso, porque quizá le pediría ayuda a los demás para darme mi merecido.

De repente, todos los recuerdos de John entrando en mi habitación todas las noches, desvistiéndome a la fuerza, tocándome, tapándome la boca, inmovilizándome, atándome, destrozando mi cuerpo de preadolescente, destrozando mis años de adolescencia, me cegó por completo, así que comencé a llorar dolorosamente y agachando la cabeza.

—¿Qué te pasa, cariño? —Me preguntó la doctora con preocupación sentándose en la camilla cuando me agarré el pecho con unpuño.

—No quiero más. —Sollocé. —No quiero. —Me tapé los oídos con las manos para tapar el eco de la voz de ese hombre diciéndome cosas sucias, ordenándome que me pusiera en diferentes posiciones, ordenándome que le hiciera cosas que yo no quería.

—¿Qué? —La mujer se sentía confusa.

—¡Dígale que pare, por favor! ¡Dígale que pare, que me deje en paz! ¡No quiero que me toque! ¡No más, por favor! ¡Dígaselo! ¡¡Por favor!! —Lloré de forma desgarradora como nunca había hecho e inclinándome hacia adelante cerrando los ojos con fuerza.

—Tranquila, Katie, cálmate. —Me decía la doctora intentando que me incorporara de nuevo para mirarme, pero no podía hacer caso a sus palabras.

—¡No quiero que me toque ahí! ¡No quiero que siga haciéndome cosas malas! ¡No quiero que entre a mi habitación ni que me haga daño! ¡Por favor, haga que se vaya de mi habitación! —Grité dejándome la vida en ello sin darme cuenta que los chicos estaban preocupados a nuestro lado.

—¿Quién te hace cosas malas, cariño? —La doctora me abrazó y lloré sobre su hombro.

—El novio de Crystal... —Le respondí sintiendo que me dejaba dormir cuando clavó una jeringuilla en mi cuello.

Katie.Where stories live. Discover now