—Sabes que no me gustan ésas cosas —le dijo ella.

Las fiestas paganas nunca habían sido algo que ella festejara —él lo sabía—, y le fastidiaba que su esposo aún lo preguntara.

—¡Papi! —chilló Jessie, comenzando a llorar de nuevo.

—Sólo es una fiesta —soltó él, aflojándose la corbata—, no van a invocar al diablo.

Irene soltó un bufido.

—Pues quien sabe —se burló ella, poniendo tenso a Uriele...

Ettore —parado en la puerta de la cocina—, lo notó todo —desde la insinuación de su madre, hasta el hastío de su padre— pero sus once años no le dejaron siquiera adivinar del qué podría tratarse.

Ett —lo llamó su madre—, ¿ya terminaste de comer?

Uriele clavó sus ojos color chocolate en los miel de su hijo, y... Ett podría jurar que él casi sonrió, cuando dijo:

—¿Recuerdas ése disfraz de egipcia que usaste hace unos años? —su tono había cambiado, se había vuelto suave, y pese a eso, resultó todo lo contrario para su mujer.

Irene miró primero a su primogénito, con los ojos abiertos de par en par, y luego a su marido, con reproche. Ella sostenía que la mejor educación, era el ejemplo, y que prohibir actos que se cometen, era hipocresía, y el mayor de sus hijos no dudaba siempre en recordárselo, por lo que ella sabía bien que Uriele lo había dicho con total intención de que lo supiera Ettore...

—Entonces, ¿sí festejaste Halloween, '? —preguntó Ett, quien no creía que hubiese una razón válida para que ella les prohibiera ir a la fiesta de disfraces.

Uriele, ya tranquilo, se encaminó a la cocina —ya, Ett iba a encargarse del resto—.

—¡Fue hace mucho tiempo! —se quejó ella.

—¡Papi! —siguió Jessica, llorando detrás de él.

—Pero, ¿sí lo hiciste? —siguió Ett.

—E iba de egipcia —recordó Uriele, sonriente, como si añorara un buen tiempo—. Muy sexy...

—¿Egipcia sexy? —Ett siguió a su padre—. ¿De esos que son sólo taparrabos y brassiere?

—¡Yo llevaba un top y short debajo!

—¡Pa-api! —gritó la niña.

Ettore se rió:

—Ya está —decidió él mismo—. Me disfrazo de faraón.

Irene no pudo más que observar, el cómo se retiraba él, en silencio. Jessie también se calló y miró atenta a su padre.

—¿Papi? —gimoteó ella, débil.

—Sí, mi amor —aceptó él, cogiéndola en brazos—. ¿Te vas de egipcia? —se burló—. A la par con tu hermano.

A Irene le temblaron los labios. Uriele se detuvo frente a su mujer y le dio un golpecito suave en el mentón, a modo de cariño.

—¿Por qué no te pruebas tu disfraz? —tanteó—. Estoy seguro de que aún te queda.

Desde luego, Irene no usó ningún disfraz —ningún adulto usó—, salvo Hanna..., pero, claro, Hanna Weiβ siempre era, en todo, la excepción.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now