Lo odio.

(...)

Las miradas curiosas y los rostros sorprendidos me siguen durante mi trayecto a la cafetería. No estaba acostumbrada a ser el foco de atención sin embargo podía lidiar con ello. La inseguridad no iba conmigo.

Pido mi bebida matutina, que constaba de un café negro, y me encamino a la primer mesa disponible. Tomo asiento y me apresuro a sacar un cigarro de la cajetilla metálica que guardo en el bolso de mi chaqueta. Enciendo el cigarrillo y le doy la primer calada. Así era como me preparaba para lidiar con las clases y las aburridas presentaciones.

Los murmullos no se hicieron esperar. Podía adivinar que se trataba de mí y mi aspecto de rompe culos, ah, y del cigarro que quemaba. ¿Muy bonita para ser tan ruda?

A mi lado, en la mesa próxima a la mía, un grupo de amigos se encontraba apostando a ver quién era el más valiente por acercarse y preguntar mi número. Las dos chicas entre el grupo de amigos me miraban con recelo, murmullando -de seguro-, sobre mi aspecto y mi seguro historial de penes en la vida. No se esforzaban por ser discretas y tampoco me esforcé en no mostrarles una sonrisa de superioridad. Finalmente, uno de los chicos se atreve y lo veo caminar con paso decidido a mí.

— Hola, dice aquél chico que... —en un gesto con la mano le detengo de seguir hablando. Tomo un trago del café, y continúo.

— Ya tienen pelos en el culo, maduren y vayan a joder a otro lado.

El chico me mira incrédulo, los demás en la mesa se quedan sorprendidos. Sin decir ni una sola palabra más, se devuelve a la mesa y no me vuelven a dirigir la mirada.

Le doy una calada al cigarro.

Una voz ronca me habla por un lado, interrumpiendo mi momento de paz.

— Estás en nuestra mesa, vete.

Tres chicos se encontraban frente a mí, con rostros serios. Y una complexión y vestimenta digna del típico grupo de fuckboys.

— ¿De verdad? —pregunto en un gesto burlón—. Las mesas no son de nadie.

— No estamos para que nos vengas a joder el culo —dice el chico de cabellos rubios y ojos claros. Su mirada me escruta con severidad, y la verdad es que no me mueve ni un poco—. Si no te vas... —le interrumpo.

— Evítate las molestias. No hace falta que ni lo digas, ya me he leído esas mierdas de los chicos malos ¿y qué crees? Ya están pasados de moda —una sonrisa socarrona se amplia por mi rostro. Gesto que logra irritar al chico.

— Esto no es una mierda de esas que lees, y tampoco un juego —escupe.

— Como sea, no pienso ceder. Yo también sé jugar a la chica mala, cariño.

Le doy una última calada al cigarro antes de estamparlo contra la mesa. Me pongo de pie y me marcho de allí con la cabeza en alto.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
B R O K E NDonde viven las historias. Descúbrelo ahora