U N O

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O1. Bienvenida

La radio sonaba apenas audible, en mis oídos retumbaba el sonido de la música pesada en los audífonos.

Staten Island 10 km

El letrero aquél me indicaba una vez más, que estaba próxima a mi nueva vida.

Recosté la cabeza sobre el vidrio y vire por la ventana con melancolía. Los recuerdos de las últimas palabras con mi difunta madre volvían a mi cabeza en un constante zumbido que jodía mi calma interna.

Sus últimos deseos eran que pudiese reconciliarme con el supuesto hombre que debería llamar padre, aquél que nunca estuvo presente. Hasta hoy, en la muerte de mamá, quién incluso en sus últimos momentos de vida se preocupó por un imbécil al que después de haberla usado, la desechó como basura, no sólo a ella, sino también a sus hijos.

La lástima era un arma poderosa, un arma perfecta para verte la cara de idiota. Y las personas sabían cómo utilizarla con la gente amable, con la gente débil.

¿Cómo podría tener consideración de un hombre que, ni siquiera había asistido al velorio de su primer hijo? No le importó. Ni en ese momento, ni cuándo mamá llamaba para decirle que su hijo se había convertido en un Seal que se enlistaba para proteger a su nación. Ni en los logros, ni en las enfermedades. Jamás se presentó. Y tampoco lo necesitamos.

Sin embargo mamá deseaba que fuera él quien se hiciera cargo de mí, hasta que cumpliera la mayoría de edad. Entonces y solo entonces, podría reclamar mi libertad.

Un año.

Sólo un maldito año.

Ni bien llegamos a la casa de René, no evito comparar la diferencia de estructuras. Y de barrios.

En Rhode Island apenas y teníamos un piso. Había sido una casa que apenas y pudimos pagar con largos meses de trabajo y un embargo oportuno, que nos dio la posibilidad de costear la casa. Fue un remate por parte del banco, en el que, el antiguo dueño había empeñado las escrituras y por el cuál, nos dio la oportunidad de conseguir un nuevo hogar. Y aunque Bryden y yo compartíamos habitación, jamás hubo problema por eso, disfrutaba su compañía.

Sin embargo la casa de René era dos veces más grande y amplia.

Bajo del coche con la mochila cargada de un hombro y permito que sea René quién lleve mis maletas a la casa. Ni bien entramos a la casa, Healy la esposa de René, me recibe con un chillido de alegría, y unos brazos abiertos que esquivo enseguida. René me muestra la nueva habitación y apenas se va, cierro la puerta.

Esta mierda sería mi nueva vida.

La puerta se abre de nuevo, y el cuerpo esbelto de René se apoya sobre el marco. Mi mirada se posa sobre él con fastidio. No hace falta que pregunte qué quiere, pues pronto me lo hace saber.

— Olvide decírtelo antes, mañana comienzas con la universidad —informa mientras lo veo sacudirse la camisa sin interés. 

— No me interesa estudiar.

— No mantendré en mi casa un parásito. Tu madre decidió darte muchas libertades que han expirado. Esta es mi casa y estás bajo mi cuidado, así que mientras comas y vivas aquí, harás lo que te pido.

— Nadie te pidió que te hicieras cargo después de veinte jodidos años. Fuiste tú quién de pronto se interesó por la paternidad responsable —ataco—. No sabes cuanto ansío cumplir la mayoría de edad y largarme de tu vida.

— Para eso aún falta un año, así que por lo tanto, estás bajo mis órdenes.

Y sin decir más, se marcha.

B R O K E NDonde viven las historias. Descúbrelo ahora