C U A R E N T A.

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Capítulo 40.— Sangre y subastas.

El hombre frente a mi me examina hasta que parece cansarse, hasta que parece convencerse de que realmente soy yo, Ianthe.

— Ianthe —jadea con sorpresa, y luego una sonrisa aparece en su rostro—. No sabía que estarías por aquí.

Me quedo pasmada en mi lugar. Sin embargo logro recuperarme en un par de minutos. Ese hijo de puta traicionero.

Me obligo a fingir.

Era la oportunidad perfecta para sacarle información, haciéndole creer que seguía con amnesia.

Me pongo de pie y camino hacia Reich.

— Es bueno ver rostros conocidos por aquí —le respondo y enseguida le permito envolverme en un abrazo paternal.

— Te ves guapísima —comenta—. Hace tanto tiempo sin vernos que ya no te reconocía.

— Lo sé.

— Venga pongámonos al día, ¿Les importa si me la llevo un poco? —pregunta a los chicos, al mismo tiempo que ellos niegan, empezamos a caminar por el lugar. Reich atrae a un mesero, que pronto nos extiende dos copas de —pruebo el líquido y el sabor amargo embriaga mi paladar—, champán.— Me enteré que pasaste por el fosa.

Mis dedos se contraen contra la copa de cristal. Ese hijo de puta de Geoff.

— ¿Qué mentiras te sopló el viejo?

— No me contó mucho, sin embargo algo sobre un Tristán y tú.

— No recuerdo ni una maldita cosa, carajo —admito—. Geoff me ofreció un cóctel de no se qué, y de ahí no recuerdo mucho.

— ¿Cóctel molotov? —inquiere, y asiento enseguida—. Esa cosa no debió ponerte eufórica por mucho tiempo Ianthe. De principio te da energía, la suficiente para mantenerte activa, y después te hace caer en un sueño profundo. El efecto activo no dura mucho tiempo.

Por eso no recordaba nada, tal vez.

— ¿Cómo puedes confiar en alguien cómo Geoff? Ese hijo de puta se vende por un centavo.

Mis dedos presionan demasiado el tallo de la copa, que de pronto, se rompe, el ruido de la copa caer contra el suelo produce un silencio al rededor, y algunos jadeos de sorpresa. Mi mano escuece ante la rajada que se hace en la palma por los trozos de cristal.

— Ianthe, ¿Estás..? —sin permitirle a Reich terminar la pregunta, salgo apresurada al baño.

Maldita sea.

¿En que estaba pensando?

En el baño, permito que el agua limpie la herida. El agua se tiñe rosa hasta que finalmente ya no sale sangre de la herida. Presiono un trozo de papel contra la rajada y sostengo la presión por unos segundos hasta que la puerta del baño se abre y por la misma, entra una señora de aproximadamente unos sesenta y cinco años. El cabello corto apenas le cubre el rostro, las hebras finas de cabello plateado se encuentran perfectamente estilizadas hacia su lado izquierdo, resaltando sus finas facciones. Llevaba puesto un vestido de terciopelo color verde musgo que se ciñe perfecto a su cuerpo contorneado, y unos guantes blancos y largos que contrastan a la perfección y que combina con su joyería de perlas. La señora me mira y permite que sus finos labios curveen una sonrisa.

— ¿Te hiciste daño, niña? —su voz sale ronca y delicada en un acento extranjero demasiado marcado. No era de aquí.

— Apenas un rasguño —mascullo. Dejo de presionar el papel sobre la palma de mi mano y deshecho el mismo al cesto de basura.

B R O K E NDonde viven las historias. Descúbrelo ahora