Capítulo 32

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Ningún lugar en la vida es más triste que una cama vacía.

– Gabriel García Márquez.



Eleanor permaneció en silencio todo el camino en auto. Sí sus hijos le hablaban, ella se limitaba a sonreír y después a voltear su mirada cansada hacia la ventana. Louis encendió el radio para evitar el incómodo momento y la tensión en el interior del auto mientras manejaba a menos de cien por la cuidad. No había tráfico en la autopista y a pesar de que el camino casa no era largo, se sintió como tal.

Él no podía olvidar tampoco. La forma en que Eleanor la observo de la cabeza a los pies registrando cada detalle en su ropa y rostro. No podía interpretar las miradas pero no podía ser nada bueno. Su esposa intercambiaba unos segundos para mirarlo a él y enseguida regresaba su atención a ella. Parecía perdida en medio de ambos, no sabía porque la presencia de Louis ponía a la chica tan nerviosa; la hacía lucir inquieta y desesperada. No sabía porque la rubia de ojos azules que tenía enfrente parecía a apunto de llorar o querer golpearlo que era lo peor.

Eleanor notó la indiferencia de su esposo de inmediato; actuando como sí no pasara nada y la oferta del jabón del polvo fuera más interesante. Ella se odiaba así misma porque leer sus expresiones se había vuelto en una manía, seis años juntos y su esposo moría de hambre como actor.

Ella era muy joven, quizás tenía veinte o veintiuno, además de bonita. Nunca en su vida la había visto, ni se la había topado por casualidad. No se trataba de una prima lejana de Louis y mucho menos de una sobrina. Conocía a su familia política como sí fuera la propia. Ella no le era familiar ni tampoco eran familia.

La chica reaccionó segundos más tarde, aturdida por la incómoda situación y de inmediato se fue con pasos inseguros por el pasillo pero... antes de cruzar y desaparecer de la vista de la pareja, le dedico una última mirada a los gemelos y luego otra con decepción a Louis que por supuesto el mayor ignoró. Era una lastima que Eleanor observó todo en primera fila y aún peor que compartían la decepción.

–¿Vamos llevar a los niños a cenar? – preguntó Louis sonando lo más casual que pudo para comenzar una conversación.

Eleanor solo le miro como si hubiese preguntado algo estúpido. Louis sabía que su esposa nunca haría un escándalo porque había personas alrededor y ella no se prestaría a una escena de celos pero desde ese momento; todo había cambiado. Él se trago todo lo que estaba sintiendo para seguir con las compras habituales, después pago a crédito y subió tanto a los gemelos como las bolsas en la parte trasera del automóvil.

En un intento de paz, se había ofrecido a abrirle la puerta del auto a Eleanor pero ella no dijo gracias y sólo se metió al interior. Entonces Louis lo supo, se estaba conteniendo.

El abogado estaciono el auto más lento de lo normal pero apenas apago el motor, la primera en salir fue Eleanor. Los gemelos se habían quedado dormidos en su asiento, recargándose en el hombro del otro. Apenas ella ingresó a la casa y él se quedo sólo, golpeo fuertemente el volante con cuidado de no presionar la bocina. Estaba enojado y terriblemente frustrado. No podía echarle la culpa a nadie más que excepto a él mismo.

Se arrepintió apenas actuó de esa manera, sin medir las consecuencias hizo ruido y apenas se dio cuenta, volteó al asiento trasero para comprobar que sus hijos no se hubieran despertado.

El abogado cerró fuertemente sus ojos y recargo su cabeza en el asiento. Con la yema de sus dedos, rozo su anillo de oro como si tuviera la piel irritada por usarlo. Louis comenzó a tener un dolor de cabeza insoportable y las ganas de cenar se habían ido hace un rato. Sin tiempo que perder buscó su teléfono celular y marco con prisa a un número familiar; diciéndose a sí mismo que no podía rechazar esta oportunidad, probablemente sea la única que tenga para llamarle.

El Ruido de tus Zapatos (Larry Stylinson)Where stories live. Discover now