—Dios —Bianca le presionó un brazo con algo de fuerza, en señal de empatía—. ¿Ya lo sabe Angelo? —preguntó luego.

Anneliese se apartó y sacudió la cabeza. ¡¿Qué diablos había dicho ella?!

Miró a su prima, con los ojos azules bien abiertos, llenos de terror, pero ella tampoco había cambiado de expresión al escuchar eso.

¿Ellas ya lo sabían?... ¡¿Lo sabían?! ¡¿Desde cuándo?! ¡¿Cómo?!

... ¿Quién más lo sabía?

*

Cuando Anneliese abrió los ojos, se encontró sola en la cama.

No despertó porque la sintiera vacía —como le ocurría antes, cuando estaba habituada a dormir siempre con Angelo— sino por los gritos que le llegaron, amortiguados, desde la planta baja.

La recámara principal, y la de su hermano mayor, estaban en el ala derecha, justo al subir las escaleras, por lo que la muchacha, quien esa noche se había quedado dormida, viendo una película con Matteo, los escuchó.

Habían pasado dos días desde que encontró a su madre, en el cuarto de baño, llorando por... en realidad, Anneliese no sabía por qué Hanna lloraba aquella noche. ¿Lloraba realmente por su embarazo? Daba igual; ella ya se había repuesto y se había marchado a un spa, por lo que Matt y ella se habían quedado solos, entonces... ¿a quién gritaba Matteo?

Tenía miedo de averiguarlo, pero, ¿y si alguien había invadido la casa y él necesitaba ayuda? Las alarmas no habían sonado, ¿eso quería decir que las habían desactivado? ¿Debía llamar a la policía? Sabía dónde guardaba Raffaele algunas armas... pero ella no sabía usarlas. Raffaele sólo enseñaba a Angelo —a Matt no le gustaban; decía que eran horribles: herramientas diseñadas para acabar con vidas únicas e irrepetibles—. Se obligó a salir de la cama y caminó hacia la puerta, descalza, temblorosa, y fue ahí donde las voces se hicieron claras: Matteo discutía con el tío Uriele.

—¿"Cosas"? —preguntaba Matteo, confuso—. ¿Qué cosas?

Annie salió de la habitación, se arrodilló y asomó por las escaleras, como hacía cuando era niña y quería espiar, y entonces pudo ver a Hanna y a Uriele al pie de las escaleras, y a Matteo un escalón arriba, impidiéndoles el paso. Los ojos azules buscaron el reloj decorativo en el pasillo, el cual marcaba las tres con doce, de la madrugada. ¿La hora estaba bien? ¿Qué hacía su tío a ésas horas, en su casa?

—Hazte a un lado, Matt —le suplicó Uriele—. Tu madre necesita descansar.

—¿Por qué? ¿Qué tiene?—Matteo se escuchaba inusualmente agresivo—. ¿Qué le hiciste?

¿Por qué estaba él así?

—¿Le qué...? —Uriele lucía cansado—. Hazte aún lado, hijo —le pidió, cogiéndolo por un brazo, moviéndolo como a un niño (aunque él ya tenía diecisiete años).

Sin embargo, Matteo se sacó bruscamente de su agarre y empujó a su tío con fuerza. Colérico, Uriele apretó los dientes y cogió al muchacho por la playera que estaba usando como pijama, acercándolo a su cuerpo.

—¡No! —Hanna alzó la voz—. Suéltalo, Uriele. Cálmate, Matteo. Nadie me hizo nada.

Uriele dejó despacio a su sobrino. Matteo se terminó de soltar en un arrebato que, junto a un hombre que —en ese momento— le sacaba aproximadamente quince centímetros y quince kilos, lo hizo parecer un niño.

Ambrosía ©Where stories live. Discover now