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Dejo mi bolso en la mesada de la cocina y me dirijo hacia la heladera: no hay nada para cenar. Frustrada y sintiéndome vencida, agarro el menú de comida china del pequeño local que hay a dos calles de aquí.

Y para sumar a mi malhumor, el ruido de la batería comienza a sonar, otra vez.

Gruño en voz baja y marco el número del local en mi teléfono.

–Buenas noches, quiero un arroz con pollo y curry y también un poco de salsa agridulce. Sí, para llevar, soy Lydia. Genial, muchas gracias, Joey. –Me dejo caer en el sofá una vez que la tarea de la cena ya está resuelta y miro a mi alrededor.

La casa está ordenada, dentro de lo que se puede. Los utensilios de cocina están ubicados en las lacenas correspondientes y las revistas de moda del living están esparcidas en la mesa ratona, todas en orden cronológico. Lo único que desentona del orden de la cocina-living es el hedor a humedad que se puede sentir todo el día gracias a las pérdidas que tiene la pared blanca, que están escondidas con algunos cuadros y fotos para que nadie sepa. Y con el olor, por más de que yo ya estoy acostumbrada, cuando vienen los invitados suelo encender algún sahumerio para que no quieran salir corriendo.

Voy hasta mi bolso y saco el diario del día. Me deshago de las secciones que no me interesan y voy hasta los departamentos disponibles por Beacon Hills. La gran mayoría suelen estar fuera de mi alcance, o ser una completa pesadilla, pero sigo manteniendo las esperanzas de que vaya a encontrar mi apartamento perfecto.

Mi teléfono vibra, haciéndome entender que alguien me está llamando.

–Lydia, soy Joey, estoy abajo con la comida y te estuve tocando el timbre, pero al parecer no funciona o no se escucha.

–Gracias, Joey, en seguida bajo. –Termino la llamada y voy a toda velocidad hasta la planta baja, corriendo los dos pisos por escaleras mientras que maldigo en voz baja por esa estúpida batería.

Joey me entrega la comida y yo le pago, no sin antes saludarlo, para luego cerrar la puerta y poder dirigirme arriba. Esta vez, llamo al ascensor.

Intenté miles de formas para no escuchar a esa estúpida batería, pero ninguna parece funcionar. Hasta hablé con el encargado del edificio para que obligue a mi vecino de arriba a hacer su apartamento a prueba de sonido, pero con la estructura a pedazos que tiene este departamento, nos caeríamos a pedazos en el momento en que alguien intente mejorar el lugar. Lo único que no intenté fue subir y hablarle, y eso es, honestamente, porque me da algo de miedo la persona que está arriba. Nunca me lo crucé, y eso que es un pequeño departamento con tan solo tres pisos. Por lo que yo sé, puede ser un asesino serial o un hombre de tres metros que puede comerme viva en cuestión de minutos.

Decido dejar de pensar en eso y comer antes de que se enfríe, pero cuando entro a mi casa, llego en el momento justo en el que una parte del techo cae hacia el piso y se rompe en pequeños pedazos por el ruido.

Dejo la comida y cierro la puerta detrás de mí, dirigiéndome hacia el piso de arriba.

The drummer upstairs ; StydiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora