Hacían seis meses que él se había marchado a Londres, por lo que Annie —quien era bastante exacta, pero jamás podía acordarse de la fecha de su última menstruación, ni calcular la próxima— no tenía quién le recordara que mancharía las sábanas.

Angelo comenzó a decírselo luego de la décimo segunda o tercera vez que se despertó a media noche, un poco manchado de... Annie.

"¡Perdón!", se disculpaba siempre ella, avergonzada, prometiéndose no volver a hacerlo, pero Angelo sólo sacudía la cabeza y la besaba, pidiéndole que no se preocupara, luego ambos iban al cuarto de baño, donde ella —a veces—, se daba una ducha y él se limpiaba la piel blanca con toallas mojadas, para luego bajar a prepararle un té que calmara el dolor a su hermana.

Siempre se metían luego a la otra cama; si el «accidente» había ocurrido en la habitación de él, pues iban a la de ella, y entonces Annie, limpia y calientita, se metía bajo las sábanas a beberse su té, y luego se quedaba dormida, entre los brazos de Angelo.

Lo extrañaba.

Lo extrañaba mucho.

No había hablado con él en un mes entero (lo sabía porque, la última vez que él llamó, fue cuando ella estaba en esos días. Anneliese odiaba su mala persecución del tiempo: a veces decía que algo había pasado hacían seis meses, pero ya había ocurrido hacía un año, y a veces era al revés).

Angelo cada vez la llamaba menos.

Anneliese se deshizo de las bragas y se envolvió en su bata de baño —en cuya bolsa introdujo unas mudas limpias—. Salió al corredor y miró hacia la habitación de Angelo: la puerta estaba abierta y las luces apagadas. Era extraño, la oscuridad le daba miedo —siempre se imaginaba que alguna clase de engendro aparecería y la atacaría, como en una película de horror— pero la habitación de Angelo no la asustaba.

Entró al cuarto de baño, encendió las luces y cerró la puerta —a pesar de que Matt tenía cuarto de baño en su habitación, siempre usaba el de sus hermanos menores, pues el suyo jamás servía. O al menos eso decía él—. Se quitó la bata de baño y se limpió los muslos antes de buscar... lo que no tenía.

Se había olvidado de conseguir toallas femeninas luego de terminarse la última.

Maldijo y buscó alguna toalla que hubiese quedado por ahí, oculta, solitaria, olvidada, detrás del espejo y en cada cajón. Dios... no podía acostumbrarse a la ausencia de su hermano. Era Angelo quien siempre mantenía todo funcionando correctamente. Antes de que él se marchara, Anneliese nunca había tenido que cambiar el tubo del dentífrico... o buscar sus propias compresas.

No era como si diera por hecho que ésas cosas sencillamente aparecían solas, sino que... él sólo las hacía y ya. Ella también hacía otras cosas por él, desde luego, como lavar la ropa de ambos, por ejemplo.

Pero, desde que él se había ido, ella lavaba todo. Todo lo de ella y también todo lo de Matteo; él la había vuelto su esclava, pero no le daba nada a cambio. Aunque tampoco Annie se lo pediría: él era muy capaz de decolorar —o pintar— toda su ropa para que ella no volviera a pedirle que le lavara nada. Tampoco era capaz de pedirle que le buscara toallas femeninas. Matteo no era Angelo.

Se envolvió de nuevo en su bata de baño y se dirigió a la habitación de sus padres, rogando porque su madre tuviese toallas femeninas. Y al llegar, no llamó a la puerta, pues ésta estaba entreabierta —cuando Raffaele no estaba en casa, Hanna mantenía todas las puertas abiertas, y en ése momento él no estaba...: Annie había alcanzado los catorce años la semana anterior y él había hecho su usual viaje a... pues a donde fuera que él viajara—, así que Annie entró sin llamar, creyéndola dormida, pero su madre ni siquiera estaba en su cama, sin embargo, las luces de su cuarto de baño estaban encendidas, y ya que también estaba entreabierto, ella simplemente empujó la puerta y entró, provocándole un susto tan grande a Hanna, que la hizo tirar la taza de porcelana blanca que llevaba entre las manos, junto a un...

Ambrosía ©Where stories live. Discover now