Capítulo II: El Contacto

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Tenía que salir de ahí, y entonces decidí ir calle abajo. Aún no sabía cómo sentirme; en un momento estaba con ella y al siguiente la veo llorando y diciendo "No puedo más con esto". Me costaba entenderlo.

Caminaba con paso reflexivo, como si lo que iba pensando y recordando era parte de un soliloquio de alguna obra de teatro y tenía que interpretarla con virtuosismo. Mi mirada tampoco ayudaba; se perdía en cada esquina, en cada árbol, en cada sombra, en cualquier lugar en el que podía imaginar a Julieta mirándome, sintiéndome. Se me aparecía llorando, sonriendo; de la forma que fuere, mi mente ya empezaba a jugar conmigo y comenzó dispersando cada imagen que tenía de Julieta. Ya sabía cómo sentirme: Triste.

¿Cuánto tiempo pasó? ¿Diez minutos? Bastaron para recordar todo. Era ya un poco más claro a que se refería ella.

Cuando faltaban pocas cuadras para llegar (y en cuanto a mí, muy poco de sufrir un colapso nervioso) empecé a escuchar una voz, bueno al menos supuse que era una, ya que no llegaba con claridad. Era una especie de señal que claramente sufría de interferencia y no lograba entenderse, pero al parecer, era la misma voz (o el mismo sonido) entremezclado en distintos tiempos y sonaba como miles de palabras dichas al unísono. Como si una sola persona charlara consigo misma en veinte partes distintas.

El principal signo del inicio de mi colapso eran estas voces que aún no se entendía pero por el tono parecían de discusión. No entendía las palabras pero el sonido me era conocido, como si me lo hubieran dicho y solo quedara ese residuo sonoro.

No sabría decir cuanto tiempo duró ya que uno no cuenta el tiempo en su cabeza cuando piensa en estas cosas, pero fue el suficiente para relacionarla con alguien, Julieta.

Supuse que eran ecos, gritos, discusiones, llantos, pero lo curioso es que, no se parecía en nada a la de ella: Su tono, su timbre, en nada. Pero imaginé que cuando uno solo piensa en una persona y tiene una voz sonando en la cabeza debe ser la de esa persona, aunque me costaba admitir que no era la misma voz y mucho menos admitir que ya no está.

El barullo paso a un sonido de fondo al sonar una risa demoníaca de infante (ya saben, esa que se escucha segundos antes de que aparezca el demonio y mate a todos) y como todo esto pasaba en mi cabeza, resurgió la idea del colapso, más aún cuando uno nunca ha jugado a la ouija ni ha hecho sacrificios invocativos de ningún tipo, por lo que tenía que ser efecto de la crisis, pero el sonido de fondo volvió a la estelaridad y ahora era más nítido. Confirmé que era una sola voz y que me recordaba a la de Julieta, claro que cualquier voz me recordaría a ella en este momento pero, había algo de ella en esa voz, al menos las palabras que repetía. Sin embargo, todavía no las entendía.

Esta orquesta de sonidos, o la risa "infantil" e inquietante era el menor de mis miedos. El mayor miedo recaía en esa sensación de que después del ruido, de esa risa o del colapso inminente, no había nada más. Era sentir que este delirio de la mente se iría, que solo es pasajero y que al irse, no dejaría nada y tendré que afrontar algo que me destrozará. Ya estaba deseando imperiosamente que esta perturbación sea eterna y no pensar en eso que en verdad me espantaba. Ya la idea de susto no tenia fuerza, solo me sentía más triste.

Si bien seguía siendo incomprensible lo que decía la voz, era cuestión de tiempo para que module su frecuencia y tenga esa charla supranormal, pero no era lo que me preocupaba, lo que me preocupaba era que Julieta ya no estaba, se había ido llorando y que no tenía idea de lo que iba a pasar, excepto sobre una cosa, algo de lo que no cabía duda a pesar de esa rara risa y el infierno de sonidos: Julieta ya no volvería.

Faltaban como dos cuadras pero definitivamente faltaba mucho porque el ritmo de mi caminata había pasado de interpretativa a fúnebre. Mis ojos ya no buscaban un escenario en dónde proyectar a Julieta, simplemente miraban al suelo que era usado de pantalla para recordar algunas cosas con ella; pero para suerte mía, ninguna de esas cosas que venían a mi mente eran buenas, al contrario, cada mal rato, momento o situación que tuvimos era lo que sacaban a colación. El fragor por fin tenía sentido y era el de ser la banda sonora de estas frustrantes imágenes. Seguían siendo inentendible el sonido pero con los malos recuerdos mezclados sucediéndose uno detrás de otro parecía estar claro qué representaban. Es imposible olvidar lo que se dice cuando peleas con alguien muy importante para uno. Sería una mentira desmedida el decir que no tenía la mirada a punto de echarse a llorar, aunque las escenas seguirían corriendo.

Dejame solo,  Soledad. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora