«ELLA ERA COMO UN ÁNGEL»

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  No podía creer que tan rápido había llegado la noche, ni que tan rápido se había quedado dormida. Pero, si podía ser sincera, seguía deseando estar despierta. Más ahora que volvía a tener la misma pesadilla que la ha estado atormentando por un largo año.

«Era una noche preciosa. __________ y Meredith Jones, su mejor amiga y la hermana número trece, como le solían decir de cariño, paseaban por las calles de Manhattan. Hacía mucho frío, tal vez demasiado, así que pese a tener camisas de mangas largas también tuvieron que ponerse un abrigo. Era viernes. Las chicas tenían un código de amistad: los viernes se vestían iguales, exactamente, hasta los zapatos. Había música, alegre música, sonando por todos lados. Ellas iban del brazo, bailando y cantando como dos adolescentes felices.

—Adoro Manhattan —musita Meredith, contentísima.

La chica le sonríe con su usual alegría.

—Ya sé, ya sé —da un saltito cuando llega el coro de la canción—. So I put my hands up, they're playin' my song.

—The butterflies fly away.

—I'm noddin' my head like Yeah!

—Movin' my hips like Yeah!

Ambas sueltan una carcajada.

—Oye —Meredith le da un golpecito en el brazo—. Ahora que eres toda una celebridad, también tus hermanas, claro, ¿irías a una universidad?

La chica se sorprende un poco.

—Pues yo creo que sí, no lo sé. Es que no sé exactamente qué cosa me gustaría hacer.

—Pues yo sí. Lo que yo quiero es crear una casa hogar para niños desamparados. Sabes que yo perdí a mis padres y me crié en uno. Quiero que otros niños encuentren un lugar tan bueno como el que yo tuve para crecer. Ellos solo me dejan salir porque tus padres donan mucho dinero y ya soy casi como tu hermana.

—Pero lo eres.

—Sí, claro que lo soy. Pero, hablando en serio, eso me gustaría mucho.

—Es una cosa muy bonita.

—Lo sé.

La chica observa a su mejor amiga sonreír. Ella era como un ángel. Rubia, de ojos castaños, y jodidamente muy dulce. Se había ganado el cariño de sus once hermanas muy rápido, así como el de sus padres. La chica se sorprende al darse cuenta que se habían apartado demasiado. Era un callejón enorme, pero sin salida.

—Mejor regresemos —puntualizó Meredith.

Cuando las chicas se dispusieron a regresar, se encontraron de golpe con cuatro hombres vestidos de negro. Ninguna podía verle el rostro, solo las brillantes armas que cargaban. Las chicas tiemblan un poco ante el miedo y el nerviosismo. Tres de los hombres cargaban con bolsas del banco del centro, en Manhattan. Oh, no. Ladrones.

—Eh —gritó uno de ellos, apuntándoles con el arma—. Maldita sea, ellas nos vieron.

Las chicas comenzaron a retroceder.

—No vimos nada, lo juro —musita Meredith.

El hombre se acerca.

—Guarden esas bolsas, ahora.

Las chicas retroceden con mayor rapidez, listas para correr. Meredith tira de la chica, la chica tira de Meredith, la una preocupada con la otra.

Entonces, el disparo. Luego otro. Otro.

Las manos de la chica tiemblan intensamente. Le tiemblan las rodillas, le pesan los brazos, le duele el pecho.

— ¡No! —chilla, cuando el cuerpo de Meredith cae al suelo.

Envuelta en el pánico y la desesperación, la chica sujeta a Meredith y la acomoda sobre sus piernas. Tiene la ropa cubierta por grandes manchas de sangre. Se le escapa la sangre por la boca a borbotones. Las lágrimas saltan de sus ojos con crueldad cuando el hombre le apunta con el arma. Antes de disparar, uno de los sujetos lo detiene.

—Déjalas, son unas niñas. Ya vámonos, la policía viene.

El hombre desiste y comienza a correr, desapareciendo en la oscuridad. La chica suelta un grito de dolor cuando su mejor amiga comienza a respirar con mucha dificultad.

—No, no —lloriquea—. Por favor, Mer. No te vayas. Te quiero.

Los ojos castaños de su mejor amiga comienzan a perder su brillo lentamente.

—O-oye —Meredith intenta sonreír—. Yo-yo tam-m-m-bien te-e quie-e-ro.

—Sh —las lágrimas aumentan dolorosamente. Nota que tiene sobre su ropa la salpicadura de su sangre—. Vas a estar bien, no te vas a ir ¡Ayuda, por favor!

—N-no. Y-yo m-me vo-oy. Vo-y a e-estar b-bien. Du-uele.

—Meredith, no. Yo te quiero. Eres la hermana número doce, no puedes dejarme —cuando ella cierra los ojos, la chica suelta un grito descomunal—. Por favor, no. No te vayas.

Meredith le obsequia una sonrisita muy pequeña y débil y le abre los ojos.

—Pro-promete-m-me qu-ue va-as a s-ser fe-feliz.

—Meredith —musita ahogada en llanto.

—Ha-azlo.

La chica lloriquea.

—Te lo prometo.

Meredith deja de moverse, y aunque la chica le toma la mano y la agita intentando hacerla reaccionar, ella ya se había ido. Suelta un grito, incapaz de controlar su dolor y su impotencia. ¿Cómo había pasado esto? Hace unos minutos estaban tan felices hablando del futuro, y ahora ya no estaba. Su mejor amiga, la número trece, se ha ido. Los ojos sin vida de Meredith continúan observándola.

—No —llora—. Meredith.

Escucha un griterío. Sus nervios estallan de nuevo, asustada por la idea de que alguien más se le acerque, que alguien más intente hacerle daño.

Pero solo era su padre, su madre, sus hermanas.

—Mi niña, Dios mío.

La chica se aferra a Meredith.

—Papá, por favor, busca ayuda. No dejes...por favor, no dejes que se vaya.

—Cielo, ya se ha ido.

Agita la cabeza, frenética.

—Ella no se ha ido ¡Llama a una ambulancia! ¡Llámala ya!

Su padre envuelve a su hija en brazos, apartándola de Meredith. La chica patalea, lloriquea, grita.

— ¡No! No me apartes de ella. Quiero estar cuando despierte.»

La chica despierta de la pesadilla gritando y lloriqueando. A medida que va dándose cuenta de que era una pesadilla, de nuevo, sus gritos aumentan. Se cubre el rostro con ambas manos. Está temblando, sudando e hiperventilando. Su padre entra como una bala hasta la habitación, cubriendo sin más tardanza a su pequeña.

—Sh, sh —le da un beso en el pelo—. Ya, pequeña. No llores.

—Meredith, Meredith. No, no. Papá, no, ella. Despiértala. Dile que despierte.

Su padre siente como el corazón se le hace pedazos.

—Cariño, cálmate.

—Dile que despierte —forcejea—. Dile, papá. Despiértala. Por favor.

Él la abraza con más fuerza. Su madre y sus otras once hermanas entran en la habitación.

—Lucy, cariño, pide que preparen el coche. Tendremos que internarla de nuevo.

Lucy estalla en llanto antes de desaparecer por la puerta.

—Olivia —le dice su padre—. Prepara una maleta con sus cosas, por favor.

Olivia también estalla en llanto.

— ¿Es necesario internarla?

La chica continúa forcejeando mientras balbucea cosas sin sentido, patalea y gimotea.

—No tengo opción, pequeña. No voy a poder retenerla más tiempo.

Olivia es incapaz de moverse, así que sus otras hermanas se lanzan sobre la ropa. En cuestión de segundos la pequeña __________ ya estaba en el coche acompañada por su padre, que seguía sujetándola, y su madre, que no paraba de llorar.

—Nosotros nos adelantamos —fue lo último que dijo Beaumont antes de que el coche se marchara.

La fila de las once hermanas permanecía inmóvil, abrumadas.

—Creí que ya estaba mejor —musita Jennifer.

Las demás asienten, menos Olivia.

—Todas sabemos qué estaba haciendo que ella se sintiera mejor —musita.

Se acomoda el pelo mientras camina hacia el interior de la casa.

—Voy a llamar a Justin.

Sus hermanas protestan.

— ¿Te volviste loca? —chilla Carleen.

—Hay que admitirlo. Algo pasó entre ellos, aún no sé qué, y nuestra hermana se ve mucho mejor.

—Pero han pasado pocos días.

—Ya lo sé, Carleen. Pero, de verdad, ella ha estado mejor desde ayer. No he conseguido verla triste o preocupada —agarra el teléfono—. Les guste o no, voy a llamarlo.


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Tenia Que Ser Una De Las Doce [Justin Bieber&Tn]Where stories live. Discover now