Capítulo 20: Malditos recuerdos

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Y al igual que la vampira, él desaparece de mi vista.

Subo los escalones de nuevo y cruzo la entrada. Ya todos están en sus mesas, comiendo y charlando entre sí. El almuerzo del día es pasta a la boloñesa, con bandeja en mano voy a la misma mesa de siempre, Anastasia y Romina ya se encuentran allí. La vampira saborea un poco de sangre fresca, mientras que la cambiante parece no haber probado ni un bocado de su plato.

—A Ronald no le va agradar la idea de verte como un esqueleto andante en vez de una novia —digo al sentarme.

Ella me mira desconsolada pero aun así intenta sonreír, gira el tenedor sobre la pasta y se lo lleva a la boca. ¿Qué le ocurre?

—Lástima. —Alzo la vista para ver a Romina deslizar la lengua por su labio inferior goteando sangre. Hago una mueca y vuelvo la vista a mi comida—. Ya tenía planes para dejarla seca contra el hueso.

—Tú jamás vas a obtener ni una sola gota de mi valiosa sangre —dice Anastasia con la boca llena. Sin embargo, su mirada sigue estando llena de preocupación.

—Y todo depende de ti —me señala Romina.

—¿Dónde está Ronald? —pregunto cambiado el tema. No lo he visto en toda la mañana, y el rostro de Anastasia deja mucho que decir.

—Se encuentra reunido con el concejo de la academia, junto al resto del grupo. Lo están interrogando por lo ocurrido anoche —explica Romina

—¿Cómo te fue en tu entrenamiento? —pregunta Anastasia con rapidez, sin dejar espacio a que el tema de Ronald continúe.

—Bien, creo que hice dos amigos —expreso.

—¿De verdad? —Anastasia casi grita. Ahora sí se ha entusiasmado.

—No lo puedo creer —dice Romina dejando caer su vaso de golpe contra la mesa, lo poco de sangre que quedaba en el vaso salpica mi comida, blusa y cara.

Por un segundo todo el comedor se queda en un sombrío silencio, y luego hay risas, muchas risas. A lo lejos escucho a la vampira gesticular una disculpa, pero mi mente no está en el comedor recibiendo las burlas de los demás, no, mi mente está en una habitación oscura, con siluetas de personas que no alcanzo a reconocer y con mi propia sangre salpicándome el rostro.

Tomo un respiro y trato de relajarme ante el asalto temporal de lo que podría ser un recuerdo. Lo intentó sin éxito, mi mente no para de mostrar cómo me salpico con mi propia sangre, pero no logro ver una herida. Solo hay siluetas.

Las lágrimas pican el borde de mis ojos exigiendo ser liberadas, y un grito se atasca en mi garganta, no sé qué me pasa, pero estoy consciente, atrapada entre mis recuerdos y la realidad.

No sé cómo, pero camino hasta la salida sin tambalearme en el trayecto, unas manos frías se posan en mis hombros, alzo la vista y me encuentro con esos ojos púrpura dorados. El entrenador tiene el ceño fruncido y una preocupación que asoma a sus ojos.

—¿Te encuentras bien? —me pregunta clavando sus dedos en mis hombros, pero ni siquiera eso hace que mi mente vuelve del todo a la realidad.

Muevo la cabeza, para decir que no me encuentro bien, que mi cuerpo está intacto pero que, en mi mente, mi cuello tiene una abertura por donde se me escapa la vida gota a gota.

Me deshago de sus brazos en un ágil movimiento, que no sabía que podía hacer. Salgo del comedor. La sensación de que algo se desprende de mi cuerpo se aferra con ferocidad a mis huesos, ratificando en cada segundo que lo que mi mente visualiza no es exactamente una divagación, porque, aunque parezca irreal tiene cierta verdad, y no sé distinguir entre una cosa y la otra. La misma imagen aparece una y otra vez, una y otra vez... No hay nadie fuera, todos están en el comedor, bajo los peldaños sin fuerzas.

Renacer. Luz de Medianoche (libro 1)Where stories live. Discover now