"Ahí es donde comienza el ala muerta" murmura Suzy, como si alguien más la pudiese oír.

Esa puerta me hipnotiza.

Me acerco como en trance.

Mis manos se elevan delante de mí.

No controlo mi cuerpo.

Mis manos se dirigen al lado izquierdo.

Comienzan a sacar un clavo detrás de otro.

Unas manos aparecen a mi izquierda.

Me detienen en mi trabajo.

– ¿Azul, qué haces aquí?– dice una voz detrás de mí.

Mi estado de trance comienza a desvanecerse.

Reconozco la voz. Es Morgan.

La realidad colisiona conmigo como si despertase de un sueño.

Estoy con la uñas tratando de sacar un clavo. Morgan me está agarrando la mano con cierta firmeza. Me separo de la puerta. En consecuencia, y sin remedio, me pego a Morgan.

– ¿No crees que pusieron esas maderas para que nadie pase?– me dice.

– Sí... yo... no sé lo que me ha pasado– digo confusa.

Suelta mi mano, y yo la bajo. Me doy la vuelta para verle la cara. Tiene esa sonrisa de medio lado.

– ¿Cómo haces para encontrarme siempre? Esto es demasiado grande. ¿Acaso me buscas?

– Tengo un sensor que me indica donde estás a cada momento– me dice sonriente.

– ¿En serio?– pregunto atónita.

– No– suelta una carcajada– ¿te lo creíste en serio?– sigue riéndose de mí.

– No– río a mi vez– sin embargo tú sí– sigo riendo y él cesa por un instante al pensarlo.

Luego vuelve a reí y juntos, con una sonrisa tonta constante, caminamos hasta un pasillo que no es por el que vine.

– Mira, esta es mi celda– me dice parándose delante de una puerta. En ella pone un 476 desgastado por el tiempo.

– Paciente 476– digo seriamente tratando de parecer un médico aburrido.

– Me canso de que me llamen así. Nos tratan como ganado– me responde.

– Es verdad, pero que nos llamen como quieran, mientras nos dejen llamarnos entre nosotros como queramos– digo con una sonrisa resuelta.

– Cierto– sonríe.

– En el reformatorio no era el mismo, ahí era el 34.

– Yo sigo siendo el mismo... el 107– vacilo antes de decirle donde duermo.

No me responde a eso, así que comienzo a mirar a mi alrededor. Su pasillo también tiene grandes ventanales pero dan al patio. Atrae mi atención, y comienzo a observar lo que sucede abajo.

– Parecen hormigas– digo divertida por la comparación.

– Sí, la verdad que lo parecen– me responde colocándose a mi lado.

Nos quedamos así juntos y observando a los de abajo. Comenzamos a comentar lo que hacen algunos que nos llaman la atención. Esto deriva en una especie de veo-veo.

– A ver, encuentra a alguien que está recogiendo plumas del suelo– me dice.

– Um ¿Ahí al lado de la fuente?– no me parece que sea. De pronto lo encuentro– ¡Ahí en medio del camino que lleva al muro oeste!

– ¡Correcto!

– Mi turno– digo, animada por haberlo encontrado– busca... una persona sentada en el aire.

– Eso es imposible– Me mira fijamente y con una sonrisa.

– Sí es posible, la he visto– Me siento poderosa porque sé la respuesta.

Vuelve la cabeza hacia el patio. Está un rato mirando hasta que al fin lo encuentra.

– ¡La vi!– exclama animado– está ahí señalando un punto en el cristal.

Sigo la dirección de su dedo y sí, está en lo cierto.

– ¡Sí!– digo.

– Pensé que te lo habías inventado– confiesa– pero ¿cómo se puede mantener en esa posición?

– Pues la verdad que no lo sé, parece tan cómodo que me sorprendió.

– Bueno mientras esté cómodo– suelta una risa.

Deja de reír y me mira. Yo le miro también. Se acerca a mí, yo trato de alejarme un poco, pero me acaba de acorralar contra la ventana.

– ¿Qué haces?– pregunto dudosa.

A modo de respuesta, se acerca un poco más y me besa. Mis labios no son capaces de reaccionar a eso. Me he quedado petrificada.

– Esto– musita.

Yo sigo sin reaccionar. Creo que me sonrojé. Se dispone a darme otro, pero yo me escabullo por debajo de su brazo. Casi besa al cristal.

– Azul...

No respondo. ¿Qué me pasa? Bloqueo mental. Camino varios pasos hacia atrás. Él se gira hacia mí para seguirme. Me doy la vuelta y con pasos firmes me alejo de ahí. A cada paso siento que mi mente se pone en marcha de nuevo. En mi mente surge una frase "me ha gustado el beso". Mira hacia atrás, veo a Morgan, se ha quedado atrás confuso. Le sonrío y le saludo con la mano. ¿Por qué hice eso? No encuentro respuesta a eso.

Por favor no me sigas, rezo en mi cabeza. Por suerte no lo hace. Llego al final del pasillo, cuando suena la primera campanada que indica la hora de comer. Tengo un nuevo rumbo ya no camino por caminar. Me dirijo al único lugar donde tiene sentido que esté: el comedor. A mi mente acuden imágenes de Morgan, en el instante antes de besarme. Me llevo los dedos a los labios inconscientemente.

AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora