Capítulo dieciocho: Psilocybe Cubensis

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Nos quedamos hablando sentados en el patio de cualquier estupidez, no era una fiesta con música, en realidad ni siquiera parecía una fiesta, así que todos hablaban en distintos grupos de temas incoherentes.

– ¿Estás bien? – Pregunté cuando gracias a la luz de un foco veía como las pupilas del yelo se dilataban ligeramente, él asintió.

Al momento en que volví mi vista a los demás todo tomó un tono rojizo. No le presté mucha atención y continuamos en lo nuestro cerca de una o dos horas, estábamos entretenidos.

Notaba una pesadez anormal en mi cuerpo, como los efectos que tenía con la coca al otro día de consumir, miré mis manos y noté como estaban mas grandes de lo normal, inmediatamente miré las de mi compañero que estaban igual de grandes, volví la vista a las mías que ahora estaban resecas, casi como las de un abuelo. Concentré mi vista y estas volvieron a la normalidad de a poco, boté el aire que había retenido sin darme cuenta y me levanté, no sé en que momento el yelo se había alejado de mi lado pero, ya no estaba.

Caminé a paso lento por el patio que ahora era más grande que al principio, no habían árboles cerca así que parecía un terreno baldío o una casa mal cuidada, me llamaba la atención el pasto, que tenía un suave vaivén provocado por el viento, dándole un aire pacificador. Llegué al estacionamiento donde los autos parecían de juguete, de esos plásticos de las pequeñas pistas que le compran a uno cuando pequeño, el suelo ya sin pasto aún tenía ese pequeño vaivén característico que le da al agua de una piscina cuando corre viento

– Esto no está mal – Susurré pensando que el efecto tranquilizador que me habían dado los hongos era sumamente suave.

Una hora más tarde aproximadamente, cuando la luna estaba en todo su esplendor rodeada de estrellas que brillaban con intensidad, la realidad volvía a su sitió y parecía que los hongos no depararía más sorpresas, pero estaba muy equivocado.

Avanzaba lentamente por el patio pero, notaba que mi entorno no estaba bien, cada vez que pisaba, se deformaba el suelo, formando un agujero que intentaba evitar pensando que caería o succionaría mi pie. Al levantar mi vista todo adquirió un tono verde y violeta, la poca gente que aparecía delante de mi dejaban un halo visible que tardaba segundos en desaparecer. No estaba asustado, al contrario, reía fascinado por esa bella percepción. Logré lleguar a la puerta de la casa evitando todos esos agujeros negros pero, no tenía intención alguna de entrar, escuchaba las voces de la gente dentro pero me gustaba todo esto, decidí caminar por la calle, quizás dar la vuelta a la manzana.

Al pasar la reja que separaba la casa de la calle una ola de color plomizo bañó toda la calle, todo, el asfalto, las casas, los árboles se volvieron de un plateado escarchado en un instante. Las hojas antes de distintos tonos verdes, ahora me ofrecían un plomo profundo, pero repentinamente pasaron a un verde azulado, vivo y brillante. Todo palpitaba, todo parecía vivo, comencé a caminar hacia mi derecha y cada paso provocaba manchas de colores vivos, calipso, turquesa, celeste, amarillo, un sin fin de colores. Iba subiendo las calles y empecé a percibir deformaciones sonoras. Pequeños sonidos como la caída de una hoja o una lejana canción, la sirena de un carro de bomberos fue la que más me llamó la atención, se repetía con ecos eternos a lo lejos que me estaba volviendo loco, necesitaba que se detuviera.

Sabía que subiendo calles, tarde o temprano llegaría al mar, lo habíamos visto antes de llegar pero, algo me impulsaba a seguir, intuía que el espectáculo sería aún más intenso frente a las olas que se acercaban con intensidad, lejos de ventanas, coches y sonidos urbanos.

A medida que la luz de las farolas se volvía mas tenue, y me alejaba de la casa donde hace muy poco rato habíamos compartido con los amigos del yelo el camino dejaba de ser asfaltado y se volvía en uno de tierra amarilla muy brillante, de pronto como si hubieran apretado algo o chistaran los dedos los colores desaparecían, la luna me dejaba ver un mar inmenso en blanco y negro, con una leve superficie que parecía dibujada. Me acercaba demasiado al agua, ya la veía muy cerca de mí y me giré para ver el camino por el que quizás debía volver. Una neblina roja cubría lo que antes era la ciudad, todo iba cambiando gradualmente, el blanco y negro del mar se convertía en azul y negro, pero al reventar las olas parecía que cada gota tomará un color distinto.

Decidí volver a la ciudad, comencé a caminar a paso lento nuevamente, la arena que cambiaba su color a cada paso me mantenía concentrado en mis pies, viendo como se levantaban los granos de colores cuando pateaba. Al llegar al asfalto, todo se volvió sombrío, ya nada era de color, todo se había pasado a un blanco que distinguía cada casa por un contorno dibujado, parecía que estuviera dentro de un dibujo mal hecho, llevaba quizás 15 o 20 minutos caminando cuando las casas comenzaron a caer, sus lados ladeados parecía que los hubieran derretidos, un color rojo se posaba en algunas. Al posar mi vista al frente me di cuenta que la ciudad ardía, el fuego consumía en cámara lenta todo delante de mí Y comencé a escuchar gritos, gritos desgarradores de niños, adultos, chillidos de animales, reverberaciones interminables, terribles.

Decidí dar pequeños pasos hacía atrás, volver a la playa pero, entre más pasos daba acercándome al mar más cerca oía esa melodía. Comencé a escuchar una canción, era extraña, algo antigua y porque no...diabólica. No se me ocurren palabras para expresarlo pero era terrorífica, provocaba que mi vello se erizara y la piel se enfriara; siguiendo el ritmo de mis pasos, se sumaban otros sonidos repetitivos, creando melodías ¿orgánicas? que hacían palpitar el suelo cada vez que pisaba, cada vez se sumaban más y más, volviéndose en una situación insoportable. Llegué a la arena, donde ya no tenia su tonalidad de colores, ahora era oscura, un gris bastante oscuro. Paré un momento indeciso de si pasar o no, me giré para ver si la ciudad había parado de quemarse, pero ahora era peor, tenia un tono rojizo y estaba completamente deforme, mi corazón palpitaba acelerado y sentía miedo, mucho miedo a que esto no terminara.

Di un paso a la arena y por un momento todo desapareció, escuché el sonido grave de una bocina y al momento después no sentía ni veía absolutamente nada, comencé a transpirar sin querer dar un paso adelante ni atrás, pensé que si me dejaba llevar por eso, podría caer desmayado, así que me arme de valor y no dejé que el miedo me dominara; sabía que esto era efecto de los hongos y no me permitiría perder el control. Por un momento todo volvió a la normalidad y me vi con el agua hasta las rodillas, aún mi corazón palpitaba acelerado, di unos pasos atrás saliendo del agua, pero el miedo me impulsó a estirarme en el suelo, por si volvía otra oleada de vacío, simple cuestión de supervivencia.

Estaba muy asustado. Intenté concentrarme, pero los gritos se volvieron a escuchar, las cosas empeoraban y el juego estaba yendo demasiado lejos. Me maldije varias veces por consumir los hongos pero, ya no podía hacer nada. Necesitaba a alguien que alguien me abrazara y me dijera que todo estaría bien, recordé que había guardado mi celular, recordé que tenía el número del Bestia y decidí llamarlo. El teléfono se me derretía en las manos pero tenía que aguantar, tenía que centrarme en la realidad y conseguir llamar.

Hasta que mi cuerpo aguante [Historia Gay] (GOTH)Where stories live. Discover now