Capítulo siete: El muerto.

1.5K 155 42
                                    

Bailé hasta que salió el sol, entre pitos y cigarros espolvoreados con la famosa dama blanca mi cabeza estaba en otra dimensión, en una paralela donde todo estaba perfecto y no tenía que preocuparme por nada. Cuando salió el sol mi cuerpo ya no daba más, entre tanto correr, saltar y bailar solo quería una cama y dormir por semanas. Comenzamos a subir el cerro hasta donde se encontraban los autos, yelo por ser el más chico, flaco e hincha pelotas del grupo lo llevaban al hombro ya que no se quería ir, todos reían de sus pataletas frente a Edgar, debido a que yelo le llegaba casi al pecho en altura y era invisible en tamaño corporal.

– ¿Siempre es igual? – Preguntaba el ruliento de la bonita sonrisa.

– A veces es peor - Bestia quien reía a carcajadas intentaba ayudar a su amigo a que no se fuera de espaldas colina abajo.

Al llegar al auto se dividieron los grupos, nos despedimos de todos y solo me faltaba el de linda sonrisa que no lo encontraba entre tanta gente, ya resignado me fui al auto cuando sentí unas manos en mi cintura; el Bestia y el pesho estaban delante mío; me giré para encontrarme cara a cara con el ruliento.

– Un gusto conocerte – Besó mi mejilla y como si de un juego de niños se tratara, corrió en dirección a su auto dejándome sin palabras y congelado.

– Nico, ¿todo bien? – Escuché al pesho a lo lejos, me giré como adolescente con su primer beso, asentí, caminé hasta el auto y me subí rojo como un tomate.

El camino fue corto, corría viento y estaba muy cansado, apoyé mi cabeza en la ventana ya bastante atontado por el sueño y cerré los ojos, no sentí ni recuerdo cuando me baje del auto y me acosté en la cama o cuando me desvestí, sólo desperté con el cuerpo completamente muerto, sin poder mover un músculo y con un dolor de cabeza completamente horrible, las drogas dejaban el cuerpo devastado, como si hubiera corrido cinco maratones seguidas sin ningún tiempo de descanso entremedio, supongo que es lo que se tiene que pagar por consumir, realmente no me molestaba mucho.

Había pasado una semana en la casa del Bestia, sabía que tenía tres opciones, la primera era volver a la casa con mi familia que realmente no me gustaba, la segunda seguir al norte en busca de nuevas aventuras y la tercera quedarme aquí y buscar trabajo o algo para ayudar y no ser una plasta, los chicos no me habían pedido ni un peso, comía, bebía y me drogaba del bolsillo de ellos. Me salía económico pero, no me gustaba yo quería aportar en algo, no me dejaban ni cocinar así que pasaba sentado en el patio con la compañía del pesho.

– ¿Vamos a carretear hoy? – Preguntó el Bestia desde el cuarto de la lavadora – Podríamos ir a la casa del yelo.

– Bueno, donde tú quieras – Respondió el pesho prendiendo un pito.

– ¿Y tú te animai Nico? – Pesho le había dado la primera calada a su pito indi.

– ¡Sí po'! – Respondí animado, carretear con mis nuevos amigos me gustaba, la pasaba bien y siempre podía probar un poquito de la Dama blanca que el pesho tanto odiaba.

Pasaron las horas hasta encontrarnos en una casa enorme cerca quizás de Caldera, una parcela con vista al mar espectacular que estaba llena de gente, por lo menos unas 150 personas daban vueltas por dentro y por fuera del terreno, los pitos pasaban de mano en mano alegrando el ambiente pero, yo buscaba la coca, intentaba inútilmente buscar al yelo o al Naiko entre la multitud.

– ¿Se te perdió alguien? – Susurró el de la sonrisa bonita en mi oído, lo que provocó un tiritón en mí y una risa de él.

– Al yelo – Sonreí colorado hasta las orejas – O al Naiko.

Hasta que mi cuerpo aguante [Historia Gay] (GOTH)Where stories live. Discover now