Pero más exhausta acabé yo, aunque a la una de la madrugada me desperté. Las escaleras estaban iluminadas y Camila no estaba a mi lado en la cama. Seguro que estaba desvalijando la nevera otra vez, era algo que llevaba haciendo aquellos ocho nueve meses de embarazo. Bajé las escaleras hasta la cocina y allí estaba Camila, de pie con un bote de nutella en la mano y la cuchara en la boca. Al verme ni siquiera se inmutó, sólo suspiró.

—Creo que estoy de parto. —Cerré los ojos y alcé una ceja intentando asimilar aquello.

—Qué.

—Que creo que estoy de parto. Bueno, no es que lo crea es que... —Se quedó en silencio cerrando los ojos, y vi cómo apretaba la cuchara hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Luego levantó la cabeza hacia mí con una mueca. —Eso era una contracción.

—Vale. —Asentí intentando respirar con normalidad. —Vale.

—No te alarmes, no te pongas nerviosa. —Vino caminando hasta mí poniendo las manos a los lados de mis brazos.

—No me alarmo, no me pongo nerviosa. —Camila asentía despacio y yo asentía con ella.

—Ahora necesito que metas a tu hija y mi maleta en el coche y me lleves al hospital antes de que empiece a morirme, ¿sí? —Tomé una bocanada de aire al escucharla abriendo los ojos de par en par.

—Eso no me ayuda nada. —Dije expulsando el aire que había tomado.

—Lo sé, pero tienes que llevarme al hospital.

Mientras Camila se cambiaba yo cogí las bolsas que tenía preparada y las metí en el maletero del coche, ella ya estaba dentro, pero yo aún tenía que coger a Maia en brazos. Estaba algo desconcertada pero volvió a dormirse sobre mi hombro de camino al coche. Camila había avisado a mis padres, así que sólo tuvimos que llegar a su casa y ya nos estaban esperando.

—Nos vemos en unos días, ¿vale cariño? —Maia asentía somnolienta, dejando que Camila le diese besos por la cara y un último abrazo.

*

La habitación en aquél hospital era bastante grande a decir verdad, eran apenas las tres de la madrugada así que nada más cambiarse y entrar en la cama, Camila siguió durmiendo. Al ver que ella dormía, yo también lo intentaba pero lo hacía a cabezadas.

De repente se despertó apretando las sábanas y yo salté del sillón acercándome a la camilla, pero ella ni siquiera me hacía caso y yo no sabía qué hacer, pero al parecer las contracciones remitieron.

—¿Quieres que haga algo? —Ella negó, incorporándose en la camilla para quedar sentada.

—Es mejor así. —Soltó un suspiro tragando algo de saliva, y abrió los ojos para poder mirarme. —Estás pálida.

—Sí. —Dije con un hilo de voz asintiendo con firmeza a esa afirmación que no iba ni a intentar negar.

—¿La campeona del mundo y balón de oro tiene miedo de un parto que no sufrirá ella? —Me senté al borde de la cama con una débil sonrisa y la cabeza gacha.

—Lo sufrirás tú, es mucho peor. —Camila esbozó media sonrisa que se tornó en un gesto de dolor y un gemido desgarrado, más bien un alarido ahogado. —Vale, cariño, respira conmigo, ¿vale? —Comencé a tomar y expulsar aire tranquilamente cuando sentí un manotazo suyo en mi mano.

—¡CÁLLATE LAUREN! —Se echó hacia atrás con los ojos apretados, creía que había terminado, pero no.

Las contracciones no eran cada diez minutos o veinte como en casa, ni mucho menos, comenzaba a ser entre uno y dos. Intenté calmarla poniendo mi mano en su tripa, pero me dio otro manotazo arañándome en la mano.

a coat in the winter; camrenWhere stories live. Discover now