Capítulo 28

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Camila's POV

Echaba de menos a Lauren, eso sin dudarlo, pero los compromisos con su trabajo eran lo primero, y aunque ninguna de las dos quisiéramos, ella ya había partido a Brasil, donde una semana después iríamos Maia, sus padres y todo el mundo. Más bien, parecíamos un séquito.

Pero mientras eso ocurría, la vida en Portland seguía, y yo tenía que hacer la compra después de trabajar y recoger a Maia del colegio.

Caminábamos por el pasillo del supermercado, aunque la pequeña estaba sentada en el asiento que tenía el carro, y yo lo llevaba.

Hacía unos meses jamás se me habría ocurrido coger un carro de la compra, porque ni siquiera me hacía falta. Un paquete de pasta y otro de tomate cabían en mis manos, que en aquellos momentos se retorcían de dolor. Ahora, llevaba una americana, vaqueros ajustados, tacones y mi hija vestía con uniforme de colegio privado, además, íbamos llenando el carro de la compra a nuestro gusto.

Verduras, carne, pescado, podía permitirme comprar cosas congeladas, yogures, leche, huevos y si veía algo más que me apetecía, podía comprarlo. Y a mí todavía me parecía increíble, aunque bueno, yo seguía intentando no malgastar mucho, sino gastar lo justo y necesario.

—Mamá. —Escuché la voz de Maia en la caja, tras poner las cosas en esta y bajarla del carro.

—Dime cariño. —Le dije yo, acariciando su mejilla con cuidado.

—Quiero eso. —Señaló un montón de chocolatinas y huevos de chocolate en el mostrador. Hace unos meses me partía el alma decirle que no, hace unos meses lloraba porque no podía darle nada a mi hija.

—¿Cuál quieres? —La cogí en brazos para que pudiese verlos mejor, y Maia al no estar acostumbrada a pedir cosas y que le dijese que sí, sonrió ampliamente con los ojos abiertos, señalando un huevo de chocolate.

—Ése mami. —Lo cogí y se lo tendí a la cajera, que sin inmutarse lo pasó por caja.

Y así, volvimos a casa. Seguía cogiendo aquél autobús, aunque ahora sin hambre, sin comerme la cabeza sobre cómo pasar el mes, sin estar pensando en que tenía que comprarle unos zapatos nuevos a Maia y sin estar con una ansiedad constante.

—Mami, ¿por qué siempre comemos cosas raras? —Decía la pequeña frente a la tele del salón. Estaba comiendo arroz y pescado con salsa, y no pude hacer más que reírme. —Los niños de mi clase no comen estas cosas mami.

—Porque tú eres cubana. —Le dije en español, y la pequeña siguió comiendo. Una de las cosas de las que siempre me había preocupado era de que Maia hablase español, era bastante difícil de aprender, pero si le hablaba desde pequeña, no tendría ningún problema en el instituto. —¿Está rico?

—Sí. —Me senté a su lado cruzando las piernas, y le acaricié la espalda, viendo cómo se comía poco a poco los trozos de pescado que le había cortado.

—Voy arriba, cariño. —Le di un beso en la cabeza, pero ella simplemente veía los dibujos mientras cenaba.

También pude comprarle cubiertos, platos y vasos de plástico, cuando la dejaba sola a veces se le caía el vaso al suelo, y no quería mayores destrozos que un suelo mojado.

Mientras me quitaba la chaqueta miraba la luna me preguntaba si Lauren la estaría viendo a la misma vez que yo. Era extraño, porque donde fuera que estuviésemos, siempre veíamos el mismo cielo, siempre veíamos la misma luna, y de alguna forma me hacía conectar con ella.

—¡Mira, es mami! —Escuché desde el salón, y bajé las escaleras con el ceño fruncido, sin saber muy bien qué quería decir con eso, o con quién estaba hablando. Quizás tenía un amigo imaginario, pero no.

a coat in the winter; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora