—¡Laur! —Besé la yema de su dedo con ternura, con la mirada de Camila fija en mí mientras negaba. —¿Cómo puedes ser tan tonta y hacer que te quiera tanto a la vez?

—No lo sé. —Me encogí de hombros y justo cuando fui a besarla con los labios entreabiertos, se separó.

—Vamos a acabar mal y no podemos, Jauregui... —Señaló las escaleras con el dedo y aquella mirada de madre mandona que tenía. —Tira. —Bufé rodando los ojos, pero ambas sabíamos que Camila llevaba razón.

*

Camila's POV

Muchos días el cielo no parecía despejarse, simplemente, permanecía gris, por unas partes más oscuro. Encapotado, así era Portland. El suelo de la calle estaba mojado, y la tarde se hacía larga en aquella casa enorme, en la que sólo estábamos Maia y yo. Sólo era un bebé, pero tenía que venir conmigo donde yo fuese.

En la última planta, tras cuatro horas de limpieza, yo seguía frotando hasta los pomos de las puertas con fuerza, subiendo por la madera sin perder de vista a Maia, que estaba entre mantas tumbada en la cama. Escuchaba los adorables ruidos que hacía con la boca, y que mientras limpiaba, me recordaba que eso lo hacía por ella.

—¿Te diviertes? —Froté las ventanas con fuerza, observando cómo quedaban tirantes y resecas por la lejía que había utilizado durante toda aquella tarde.

Cuando acabé, solté el trapo en el cubo y suspiré, cogiéndolo con ambas manos para echar el agua por el inodoro, y dejar el cubo tras la puerta del baño. Tras secarme las manos, volví con Maia, cogiéndola en brazos al ver que comenzaba a hacer pucheros.

—Shhh... Ya estoy aquí, ¿vale? Ya puedo cogerte en brazos.—Besé su frente con los ojos cerrados, bajando las escaleras hasta el salón, donde tenía mi chaquetón. Era triste, porque ni siquiera podía tener un carrito para llevar a Maia, la debía llevar siempre en brazos. A veces iba por la calle y veía a matrimonios felices con el carrito y su bebé. Y no tenían problemas, eran felices, sonreían, pero yo no. Quería a mi hija más que a nada en el mundo, pero no tenía los medios para poder criarla y ser feliz con ella.

Salí de aquella casa levantando la cabeza para mirar el cielo, no estaba lloviendo, menos mal. Había muchos días en los que tenía que llevar a Maia bajo mi chaquetón para cubrirla de la lluvia en el camino al autobús que me llevaría de vuelta a donde vivíamos, casi las afueras del centro.

—¡Espere! —Llegué andando rápido hasta la puerta del bus que se me escapaba, y el chófer volvió a abrir las puertas, dejándome entrar.

Una vez había tomado asiento, descubrí un poco la manta para mirar el rostro de Maia. Tenía las mejillas rosadas, el pelo rubio y los puños apretados. Era una sensación agridulce aquella, era una de cal y otra de arena. Maia me hacía feliz, no me arrepentía de haberla tenido, de poder criarla y tener a mi hija en brazos... Pero aquello estaba siendo muy duro.

Entre pensamientos, mi móvil comenzó a sonar, y metí la mano en el bolsillo del abrigo, abriéndolo con el dedo.

—¿Sí?

—¿Eres Camila? —La voz de un hombre, era uno de los tipos de aquél supermercado.

—Sí, sí, soy yo. —Dije a media voz, recomponiéndome en el asiento, notando las manitas de Maia apretar mi pecho.

—Lo siento, sé que te dije que estaba prácticamente hecho pero... Le han dado el trabajo a otra chica. —Miré al frente y parpadeé un momento, mirando a Maia que volvía a dormir en mi brazo.

—No importa. Gracias por avisar. —Colgué sin más. Uní mi frente con la de Maia, que se removía entre mis brazos dándome con su manita en la cara. —Mami va a arreglarlo, ¿vale? —Asentí apretando los ojos, dándole un suave besito en la palma de su mano.

a coat in the winter; camrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora